Colgados de la brocha
ontra su voluntad, con la disolución de la Unión Soviética, unos 25 millones de rusos se quedaron, como en el viejo chiste pero con sentido más bien trágico, colgados de la brocha. Amanecieron de pronto fuera del territorio de Rusia, sin la protección de Moscú, en un país muchas veces hostil hacia ellos, sin hablar el idioma local ni practicar la religión predominante, con penurias para subsistir, relegados por los habitantes autóctonos, ajenos a las costumbres del lugar y con el sentimiento de que la patria no los reclama ni necesita. Son rusos, como los que viven aquí en la Federación Rusa, que se volvieron inmigrantes sin haber abandonado su lugar de residencia –otras repúblicas ex soviéticas–, víctimas de la política de traslados obligatorios que practicaba el Kremlin para diluir el nacionalismo en el interior del entonces vasto Estado socialista. Veinte años después siguen esparcidos por el espacio posoviético. Su situación es más o menos estable en Ucrania y Bielorrusia, países eslavos como Rusia, y tal vez en Moldavia. Se ha reducido su número en Azerbaiyán, Armenia y Georgia. Y donde más problemas afrontan es en las repúblicas de Asia central y en las tres del Báltico. Veamos, por ejemplo, la situación de los rusos en Letonia, el país báltico con mayor porcentaje de habitantes de ese origen. Las repúblicas bálticas fueron las últimas en incorporarse a la Unión Soviética, producto del pacto secreto entre el Kremlin y la Alemania nazi, y las primeras en independizarse, en 1990.
Por eso, los rusos que vivían ahí –en Letonia llegaron a representar cerca de 30 por ciento de la población–, eran vistos como ocupantes
por unos y colonizadores forzados
por otros. En Letonia se les dio a escoger regresar a Rusia o romper con ella para siempre. Muchos no aceptaron ni lo uno ni lo otro y, desde entonces, tienen el discriminatorio estatus de no ciudadano
. Es lógico que Letonia establezca condiciones para conceder su ciudadanía: dominar su idioma y demostrar conocimiento de la historia y respeto a los valores del Estado letón es lo menos que debería pedir. Aunque la mayoría de los rusos podría aprobar esos exámenes, no quiere cumplir el otro requisito: renunciar a la ciudadanía rusa, que les da algunos privilegios como la pequeña pensión de los jubilados o la posibilidad de visitar a sus familiares sin solicitar visa. Se están reuniendo firmas de apoyo para un referendo en favor de otorgar de modo directo la nacionalidad letona a los 319 mil no ciudadanos
de origen ruso, que ahora son 16 por ciento de la población. Pero aun si se logra juntar el número de firmas, difícilmente los ciudadanos
apoyen esta demanda. Tampoco es solución la ley de doble nacionalidad que acaba de adoptar Letonia, aplicable sólo con estados de la UE, la OTAN o con los países que se tienen convenios de reciprocidad en la materia.