oronto, 7 de septiembre. Uno no puede resistir el morbo de ver Spring Breakers, no por el potencial lascivo que el título supone, sino para comprobar qué tanto se ha vendido Harmony Korine, otrora enfant terrible del cine independiente gringo (más terrible que enfant, pero bueno). La película sigue a tres jovencitas temerarias y una (Selena Gómez) más bien fresa cuando viajan a Florida a ejercer de spring breakers, precisamente. En un principio, Korine parece parodiar con sarcasmo el tipo de estética propuesto por MTV para ilustrar el reventón consistente en mostrar epidermis, consumir droga y alcohol, y liberarse de las inhibiciones sexuales. Y contra su gusto por el feísmo, plenamente demostrado en su anterior Trash Humpers (2009), consigue hasta resolver con acierto formal un asalto a un restaurante en una sola toma desde un vehículo en movimiento.
Sin embargo, la historia da un giro inesperado cuando aparece un rapero/narco que se hace llamar Alien (James Franco, de nuevo arriesgándose a hacer el payaso), que conduce al trío más atrevido a una vida de crimen. En ese cambio a cinta de gángsteres –o gangstas, más bien– la película se vuelve reiterativa… y ambigua en cuanto a las intenciones de Korine. El único que parece haber desquitado el sueldo es el director de fotografía Benoît Debie, quien consigue colores y texturas que rompen la monotonía del relato. Ese corte profesional, sumado a lo salaz del tema, podría conseguirle al hasta ahora marginal autor el primer éxito comercial de su carrera.
En la sección de Maestros (Masters) se ha programado Pietà, lo más reciente del surcoreano Kim Ki-duk, en competición en el festival de Venecia que ahora está a punto de finalizar. Como anuncia el título, la película trata sobre el sufrimiento materno; en ella, un prestamista hampón (Lee Jung-jin) se la pasa cobrando deudas dejando inválidos a los deudores retrasados en sus pagos, para poder cobrar sus pólizas de seguro. Todo cambia cuando aparece una mujer (Cho Min-soo), quien dice ser la madre que lo abandonó tras nacer. Suspicaz, él la rechaza con su acostumbrada brutalidad, pero la insistencia masoquista de ella lo convence de que es cierto. Antes de que pueda cantarle otra vez la versión coreana de A la rorro, el delincuente se transforma en un tierno mandilón.
Pietà podría servir como un compendio de los defectos de Kim como realizador (eso de llamarlo Maestro, al lado de Bertolucci y Haneke, parece un poco excesivo). Así, el melodrama abunda en truculencias de trama, un tono misógino, una sicología de cuarta, actores exagerados, burda violencia física… y todo con una sensación de creciente ridículo. Con razón los surcoreanos se sorprenden de que Kim sea elogiado en Occidente, porque allá en su tierra no es figura de respeto.
Tras una revisión minuciosa del catálogo del festival han aparecido más títulos latinoamericanos que los revelados en su página web. Incluso aparece una tercera película mexicana, aunque el director, Adrián García Boliagno, sea argentino y la principal compañía producción sea estadunidense. Se trata de Ahí va el diablo, programada en la sección Vanguard (vanguardia). Y ya poniéndonos exhaustivos, el mexicano Jorge Michel Grau es autor de uno de los 26 episodios que componen The ABCs of Death (El abecedario de la muerte), coproducción entre Estados Unidos y Nueva Zelanda.
Había obviado también la participante de Brasil: Era uma vez eu, Verônica, de Marcelo Gomes, y no sé si contar en este rubro a On the Road, de Walter Salles (antes estrenada en Cannes), pues es una producción fundamentalmente francesa, hablada en inglés, sobre la novela de Jack Kerouac. De Argentina hay varias más, es de hecho la representación más abundante de la zona: Tres (coproducida con Chile, Alemania y Uruguay), de Pablo Stoll; La chica del sur, de José Luis García; Días de pesca, de Carlos Sorín; La infancia clandestina, de Benjamín Ávila y Todos tenemos un plan, de Ana Piterbarg. Una vez más, la programación de Toronto privilegia a Argentina y España sobre las otras cinematografías hispanoparlantes.
Twitter: @walyder