Albergue de alienados; para unos, rincón de esperanza, para otros, extremo del abandono
Allí se formaron muchas generaciones de especialistas; fue cuna de la siquiatría mexicana
Sábado 8 de septiembre de 2012, p. 32
Son muy pocas las personas que pueden hablar del manicomio La Castañeda, aquel de negra historia donde, se decía, los enfermos mentales vivieron situaciones atroces. Todo fue cierto, afirma Héctor Cabildo y Arellano, siquiatra y maestro en salud pública, quien pasó por ese hospital como estudiante, residente, médico adscrito y después, como parte del equipo de la entonces Secretaría de Salubridad y Asistencia que en 1968 decidió cerrarlo.
“No tenía remedio… las tuberías estaban totalmente dañadas, llenas de ratas. ¿Y los pacientes?... abandonados, con las ropas rasgadas y un par de botes colgando de sus cuellos, en los que en algún momento les darían su comida”.
Los problemas eran múltiples –recuerda–, resultado del abandono en que desde siempre ha estado la salud mental en México. Aunque, dice Cabildo, no todo ha sido tan malo. Decenas de médicos especialistas entrenados en Europa y Estados Unidos en los años 20 y 30 del siglo pasado empezaron a formar recursos humanos en esta área del conocimiento, que para el siquiatra representa el mayor reto para el ser humano.
Se trata, indica, de comprender en toda su dimensión ese órgano, el cerebro, que nos diferencia de los animales, nos da la capacidad de pensar, decidir, de hablar y de tratar de encontrar una explicación al mundo.
Fiestas del centenario
La Castañeda surgió con la intención de colocar a México en un nivel de atención de los enfermos sicóticos (como les conocía entonces) equivalente al de naciones europeas como Francia. El inmueble fue inaugurado por Porfirio Díaz en septiembre de 1910 con motivo de las fiestas por el centenario de la Independencia.
Abrió con 800 camas y al poco tiempo se amplió a mil 200, pero con el inicio de la Revolución todo se vino abajo
. Al cabo de 10 años, 82 por ciento del personal había renunciado, no tenía presupuesto y, por tanto, las autoridades estaban imposibilitadas para comprar medicinas o dar mantenimiento a las instalaciones.
El deterioro del manicomio fue progresivo, con algunos intentos para mejorarlo, como en los años 30, cuando llegó a dirigirlo Manuel Guevara Oropeza, quien con otros médicos distinguidos –como Samuel Ramírez Moreno– fundó la Asociación Mexicana de Neurología y Psiquiatría, la cual celebrará en octubre próximo su 75 aniversario.
Se fortaleció la formación de médicos en estas especialidades y en las siguientes dos décadas empezaron a aparecer los sicofármacos, que de manera definitiva sustituyeron a los tratamientos que hasta entonces se habían utilizado en los pacientes: la inyección de las sustancias de choque metrazol y acetilcolina, que les provocaban crisis de ansiedad; las camisas de fuerza y los electroshocks.
En otros casos graves, a los enfermos se les inyectaba insulina; a las cuatro horas caían en coma y entonces se les administraba agua con azúcar. Tristemente era lo único que había
, recuerda Cabildo.
A él, como jefe de médicos internos, en 1949 le tocó registrar los ingresos de los pacientes en La Castañeda. Había 5 mil personas en un lugar con cabida sólo para mil 200. Estaban apiñados, dos o tres en cada cama y otros en el piso. Pero no eran tema de atención para las autoridades
.
Hasta los años 60 todavía se buscó mejorar la calidad del servicio en La Castañeda, pero no se pudo. Entonces vino la decisión de construir nuevos hospitales. El primero fue el siquiátrico Fray Bernardino Álvarez y otros en diferentes estados de la República.
Ahí terminó la historia de La Castañeda, cuyos pabellones ya en ruinas terminaron de ser derruidos. Sólo la fachada se salvó; se la llevaron a Amecameca. En su lugar se construyó la Unidad Habitacional Lomas de Plateros, comenta Cabildo.
Eso fue muy bueno para los doctores y los enfermos, aunque con el paso de los años, los nosocomios también han enfrentado dificultades, y es triste todavía ver a enfermos crónicos descuidados, abandonados y por los que nadie hace nada
.
En salud mental hay grandes pendientes, subraya el especialista, actualmente de 84 años de edad. Y explica, los medicamentos son muy buenos pero insuficientes para mejorar la calidad de vida de los afectados por depresión, ansiedad, trastorno bipolar y otros males. Se requiere, del apoyo especializado para el manejo de los sentimientos y las emociones.
También para identificar a los individuos, niños y adultos, en riesgo de desarrollar alguna alteración del sistema nervioso central. Un sistema de salud eficaz debería incluir la prevención de estos males, advierte Cabildo y Arellano.
Y más en la época actual, donde claramente las personas no viven felices, por las dificultades económicas, el temor a la violencia o a que los hijos caigan en la drogadicción. Eso es una preocupación constante.
De hecho, dice, la criminalidad y todos los males sociales se originan por alguna perturbación mental. Una persona normal no se comporta así. Por eso la importancia de la prevención, aplicada incluso por grupos de edad y sexo, apunta el especialista, y aporta la evidencia: se ha identificado que 8 por ciento de la población son enfermos mentales, con mucho daño por depresión, ansiedad, esquizofrenia, alcoholismo y consumo de drogas.
Otro 8 por ciento de la sociedad tiene algún padecimiento pero se pueden controlar con medicamentos y terapia sicoanalítica. El resto son individuos aparentemente sanos, pero que también debieran estar dentro de estrategias preventivas para identificar riesgos o evitarlos.
Así se empezó a hacer en los años 60 y en los inicios del sexenio de Luis Echeverría, pero luego se olvidó, y hoy lo que vemos en los servicios públicos es que en la consulta, los siquiatras ven a 20 pacientes por día, pero sólo los ven, porque atenderlos, imposible
.
El próximo mes de octubre, se realizará el congreso de la Asociación Mexicana de Neurología y Psiquiatría. El organismo celebrará su 75 aniversario y rendirá homenaje a los especialistas precursores de esta rama de la medicina.