oronto, 11 de septiembre. El director Lu Chuan ha seguido su extraordinaria Ciudad de vida y muerte (2009, vista en México sólo mediante la televisión de cable) con otro capítulo muy anterior de la historia china. Wang de sheng yan (La última cena) se sitúa en el final de la dinastía Quin y el inicio del largo periodo de la dinastía Han, un siglo antes de Cristo (que, por cierto, no tiene nada que ver con la cena titular).
La superproducción se centra en el personaje Liu Bang (Liu Ye), quien ha formado una alianza con dos poderosos guerreros y sus tropas, para rebelarse contra el reinado en el poder. Sin embargo, al celebrarse la victoria, las amistosas alianzas se terminan y comienzan a darse las intrigas y traiciones. Ya que Liu posee incluso una fría y calculadora esposa, no es difícil ver que Lu ha tomado la estructura moral de Macbeth, de Shakespeare. Si bien no alcanza la fuerza de Trono de sangre (1957), del japonés Akira Kurosawa, es una versión curiosa del mismo planteamiento.
El cineasta utiliza una rara forma de construir su drama, pues antes se narra lo sucedido (con voz en off casi siempre) y luego se muestran las acciones. Así la película avanza a trompicones, entre escenas de gran diseño visual, con un notorio trabajo de recreación de época. La última cena tuvo serios problemas de producción –se reporta que tardó tres años en completarse– y eso quizá sea la razón de su naturaleza episódica. Pero no queda duda de que Lu Chuan sea un inspirado esteta de la imagen, que ha alcanzado los logros épicos de sus paisanos Chen Kaige y Zhang Yimou en ese sentido.
Espectacular en otra escala es The Impossible (Lo imposible), coproducción entre España y Estados Unidos sobre el destructivo tsunami asiático de diciembre de 2006. En su segundo largometraje después de El orfanato (2007), el director J.A. Bayona ha hecho un radical cambio de registro y ahora ejerce el cine de desastres con toda su carga melodramática.
Contra las reglas del género, la película no establece a numerosos personajes para luego seguir su destino en el desastre, sino enfoca a una sola familia inglesa integrada por los padres (Naomi Watts, el ubicuo Ewan McGregor) y sus tres niños. Gracias a los verosímiles efectos especiales y el diseño de producción del mexicano Eugenio Caballero, la recreación del tsunami es aún más sobrecogedora que en Más allá de la vida (Clint Eastwood, 2010). Como podía esperarse, una vez que los diferentes miembros de la familia tratan de encontrarse –la madre ha resultado con las peores heridas– la película cumple las trilladas convenciones sentimentales de un telefilme, acompañadas por las cursis notas de piano y violines debidas a Fernando Velázquez. Hay aquí suficientes apapachos lacrimógenos para satisfacer a un público impresionable.
Una vez más la realidad supera a la ficción en el caso de The Iceman, tercer largometraje de Ariel Vromen. Basada en la historia verídica de Richard Kuklinski, la película sigue su carrera de matón a sueldo, enfatizando su doble vida como devoto padre de familia y despiadado criminal.
Bien interpretada por Michael Shannon, el actor que se ha vuelto el sicópata du jour, The Iceman tiene el mérito de no romantizar de ninguna manera a su protagonista. Pero palidece comparado con el escalofriante documental televisivo The Iceman Confesses: Secrets of a Mafia Hitman, en la que Kuklinski describía a cámara sus diversos asesinatos –se calculan más de cien– con el desdén de alguien que se dedica a eliminar cucarachas.
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