ace cinco años inició una crisis económica que no ha podido resolverse. Empezó en el mercado financiero estadunidense y británico, pero se extendió de inmediato a prácticamente todo el mundo. En unos cuantos meses ocurrieron muchas cosas: grandes empresas financieras desaparecieron, instrumentos financieros de gran aceptación se hicieron ilíquidos y, lo más importante, decenas de millones personas perdieron su empleo y muchas no lo han recuperado aún. Los bancos centrales fueron actuando, primero, con acciones que dieran liquidez al sistema y, después, reduciendo la tasa de interés.
En dieciséis meses, la Reserva Federal (Fed) estadunidense redujo la tasa de interés de referencia de 5.25 a un rango entre cero y 0.25 por ciento. Con esto llegó a su límite mínimo. A partir de ese momento, ocurrido en diciembre de 2008, el banco central estadunidense, en la búsqueda de conseguir del máximo nivel de empleo y la estabilidad de precios, decidió tomar medidas no tradicionales para apoyar la recuperación de su economía. Estas medidas se focalizaron en la adquisición de valores de largo plazo, entre ellos los valores respaldados con hipotecas.
En estos mismos meses el Banco Central Europeo (BCE) actuaba de manera diferente. En julio de 2008, apenas unas semanas antes del colapso de Lehman Brothers, sostuvo que el principal problema de Europa era la inflación y decidió aumentar sus tasas de referencia de 4 a 4.25 por ciento, nivel en que se mantuvieron hasta noviembre de ese año. El costo económico de esta decisión sobre la deuda soberana de los países europeos ha sido importante. El BCE actuó de esta manera, porque tiene un objetivo único: la estabilidad de precios.
El Banco de México en el curso de 2009, cuando la economía mexicana recibió el grueso del impacto recesivo de la crisis, además de enfrentar el problema del A1H1, decidió como casi todos los bancos centrales del mundo reducir su objetivo de tasa de interés. De un nivel inicial de 8.5 por ciento anual llegamos a 4.5, pero ante amenazas inflacionarias
la tasa se congeló en este último nivel. La existencia de esas amenazas no fue clara, sin embargo, la junta de gobierno del Banco de México actuó así porque tiene un mandato único: estabilidad de precios.
Hace unos días, el presidente de la Fed, Ben Bernanke, explicó en un discurso, en el famoso simposio que reúne anualmente a los banqueros centrales del mundo en Jackson Hole, Wyoming, que desde abril de 2009 cuando decidieron instrumentar medidas no tradicionales han tenido que aprender en la práctica los impactos macroeconómicos de sus decisiones. El uso de la capacidad de compra de activos financieros como instrumento para lograr sus propósitos sobre el empleo y la inflación, aunque contaba con el respaldo de trabajos teóricos importantes, tenía una experiencia empírica limitada.
Luego de varios años de experiencia en el uso de estas medidas no tradicionales Bernanke sostiene que resulta claro que, basados en nuestra experiencia, estas políticas pueden ser efectivas y que, en su ausencia, la recesión de 2007-09 podría haber sido más profunda y la recuperación actual podría haber sido mucho más lenta de lo que realmente ha sido
. La experiencia de política monetaria en la Europa del euro ha dado cuenta de las dificultades para actuar con medidas no tradicionales, como la compra directa de títulos de deuda de los países atacados por los mercados financieros. Las consecuencias económicas de estas dificultades están a la vista.
En nuestro caso, Banco de México ha señalado reiteradamente que no se aprecian presiones inflacionarias de importancia. Sin embargo, la tasa de interés de referencia se ha mantenido en el mismo nivel, pese a que existe un entorno internacional claramente desfavorable, que pudiera contrarrestarse con una política monetaria más laxa. Ello es posible porque Banxico actúa con total autonomía, ocupado en mantener la inflación en la meta que el propio BdeM fijó y que se ha mantenido desde antes de la crisis, en su peor momento, en la recuperación y en los tiempos actuales.
Lo que aprendió el banco central estadunidense, fundamental para la determinación de la política monetaria, no le sirve al Banco de México por su limitado propósito legal.