oronto, 13 de septiembre. Será por efecto de la supuesta profecía de los mayas, pero el cine de tono apocalíptico se ha vuelto bastante común en el reciente par de años. Hasta en España, que sufre ahora una de sus peores crisis económicas, ya apareció un ejemplo simplemente llamado Fin.
La opera prima de Jorge Torregrossa plantea la reunión de un grupo de viejos amigos a lo Big Chill en una casa de campo. Desde la primera noche, cuando los ánimos se empiezan a caldear al calor de una fogata, un fenómeno natural los deslumbra. De inmediato descubren que ha ocurrido un corte de energía total: no sirven los celulares, no hay luz, los autos no prenden, etcétera. Al día siguiente el grupo decide salir a explorar qué pasa y, uno por uno, irán desapareciendo los personajes mientras a su paso no encuentran a un solo ser humano, sólo sus huellas.
Aunque es una situación ya planteada en películas de ciencia-ficción de los paranoicos años 50, Torregrossa y sus guionistas siguen la moda reciente de no explicar nada. Los únicos signos de alguna influencia cósmica se aprecian en el cielo, como estrellas que se apagan. La tensión dramática se sostiene –sobresale la secuencia del ataque de una jauría hambrienta– hasta que al final los sobrevivientes llegan a conclusiones ñoñas sobre cómo, en el fondo, todo lo que necesitamos es amor. No es exactamente Melancolía.
Mucho más elemental es el fin de la civilización según la mexicana Juego de niños, remake bastante fiel pero chato de la película española ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976), a su vez basada en la novela El juego de los niños. Ahora los turistas no son ingleses en una isla mediterránea, sino un par de gringos tontos (Vinessa Shaw, Ebon Moss-Bachrach) que viajan en lancha a una isla de la costa mexicana, donde los niños se juntan en grupos para asesinar a los adultos.
Acreditada a un tal Makinov (quizá me equivoque, el rumor dice que se trata de Gerardo Naranjo), uno entiende la necesidad del seudónimo. El producto no está para enriquecer la filmografía de nadie. Gran parte de la atmósfera se intenta conseguir con una machacona música electrónica (también debida a Makinov, no faltaba más) y sólo en la media hora final hay algo de chiste, con los niños mutilando los cuerpos de sus víctimas cuales narcos; y un previsible giro de tuerca en el que la aparición de un feto asesino hubiera sido magnífica. Ni modo, el presupuesto –Televisa aparece como coproductora– no dio para efectos especiales muy elaborados. Sea quien sea el director, Juego de niños no pasa de ser un mero palomazo cinematográfico. Como puntada final, la película está dedicada a los mártires de Stalingrado
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Quienes sí tuvieron una probada del Apocalipsis fueron los japoneses con la catástrofe combo de terremoto/tsunami del año pasado. Kibou no kuni (La tierra de la esperanza) es la primera película sobre el tema, si bien el excéntrico director Sion Sono no muestra nada del desastre, sino el efecto que la posible radiación ejerce sobre el ficticio distrito de Nagashima, donde una familia se resiste a mudarse. Sin duda, el tema resulta más urgente para el espectador nipón, pues para otros, eso de ver a los diversos personajes gritar o ponerse histéricos ante la amenaza, resulta ser un drama bastante inerte.
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