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37 Festival de Toronto

Gringo y viejo
T

oronto, 14 de septiembre. Como es natural, el cine hollywoodense se da en docenas en el festival. Las principales compañías aprovechan ese marco ideal para traer al talento (o sea realizadores e intérpretes) y someterlo a los llamados press junkets. Así todos salen ganando.

Se consiguen estrellas distinguidas –o no– para la alfombra roja, que a su vez refuerzan la campaña publicitaria de los estrenos de otoño. A ojo de buen cubero, calculo que el número de títulos estadunidenses en Toronto casi llega al centenar.

Curiosamente, entre ellas no se encuentra Passion, la nueva realización de Brian De Palma, pues es una coproducción entre Francia y Alemania protagonizada por la sueca Noomi Rapace y la canadiense Rachel McAdams. Este remake del para mí desconocido thriller francés Crime d’amour, de Alain Corneau, le ha dado una nueva oportunidad al ya septuagenario cineasta para demostrar su decadencia. Ahora no se trata de una mala imitación de Hitchcock, sino de una mala imitación de sí mismo.

No hay mucho que contar de la truculenta trama. Sólo mencionar que existe un asesinato cuya autoría es dudosa, porque la más sospechosa (Rapace) tiene elementos para probar su inocencia. Por supuesto, habrá alguien que nos explique paso a paso la verdadera metodología del crimen, así como sueños tramposos contenidos en otros sueños; no falta la pantalla dividida (sin que venga al caso); y una resolución final con más vueltas que un carrusel. Sin duda, De Palma está cansado, porque ni se molestó en hacer elaborados planos secuencias que antes hacían vistosos sus esfuerzos. Hay más pasión en una transacción bancaria.

El género policiaco se ha caracterizado en buena parte por describir cómo es el día a día de los patrulleros comunes que enfrentan el crimen cotidianamente. Muchas series de televisión se han elaborado también sobre esa rutina. Una muy reciente, Southland, se sitúa de hecho en el mismo territorio donde los dos héroes de End of Watch (Fin de turno) hacen su vigilancia: South Central, la zona de Los Ángeles con el más alto índice de criminalidad (claro, es una zona pobre donde habita un gran porcentaje de afroamericanos e hispanos).

Allí creció el director y guionista David Ayer, quien ha dedicado sus tres largometrajes a la fecha a la acción policiaca angelina. Actuada con convicción por Jake Gyllenhaal y Michael Peña, End of Watch sólo tiene la novedad de partir de la convención de que todo está grabado por una videocámara. O sea, el punto de vista se mueve mucho y obliga al espectador a tomar dramamine. Fuera de eso, llama la atención la presencia del narco mexicano que, por lo visto, ya ha exportado su modus operandi al norte de la frontera. Es una amenaza que los mismos protagonistas reconocen como temible.

Igualmente convencional es Argo, thriller basado en un caso real, el rescate de personal de la embajada estadunidense en Irán, cuando ésta fue atacada en 1979 por seguidores del ayatola Jomeini. (Como ven, poco ha cambiado.) En su tercer largometraje como director, Ben Affleck se da a sí mismo el papel heroico del agente de la CIA que lleva a cabo la operación, haciéndose pasar como productor de una falsa película hollywoodense que busca locaciones en ese país.

La parte más graciosa es aquella en que el protagonista acude a veteranos cínicos de Hollywood para ser asesorado en el engaño. Lo demás sigue el manual del thriller de espionaje, con todo y vehículo que niega a prenderse, burócrata que se tarda en revisar los documentos y persecución de un avión sobre la pista. Los conflictos cambian pero el triunfalismo gringo es el mismo.

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