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Arte y arquitectura en equilibrio

La arquitecta charla con La Jornada sobre la restauración del inmueble

Claudina López escuchó a una vieja fábrica derruida y dio vida al CaSa
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Fachada principal del edificio que ocupa el Centro de las Artes de San Agustín en Etla, Oaxaca. En la imagen se observa cómo está en la actualidadFoto cortesía de Claudina López
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Fachada principal del edificio que ocupa el Centro de las Artes de San Agustín en Etla, Oaxaca. Antes de ser restauradaFoto cortesía de Claudina López
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Alejandra Iturbe, de la Galería de Arte Mexicano, Francisco Toledo y Claudina LópezFoto Carlos Cisneros
Enviada
Periódico La Jornada
Lunes 17 de septiembre de 2012, p. a10

Oaxaca, Oax. El edificio de una vieja fábrica de más de cien años de antigüedad recibe a artistas y artesanos en lo alto de una cañada. La arquitecta Claudina López, en conversación con La Jornada, comparte la experiencia del trabajo de restauración, el cual encabezó durante cinco años al lado del pintor y promotor cultural Francisco Toledo, labor que continúa.

Más que restauración, fue volver a la vida el edificio construido en 1882, abandonado un siglo después tras el cierre de la fábrica de hilados y tejidos Vista Hermosa. Un conjunto derruido, perdido entre la maleza, con animales y escombros de fierro, fue lo que encontraron Francisco Toledo y Claudina López cuando visitaron el lugar con la intención de comprarlo.

Hoy, más de una década después, alberga el Centro de las Artes de San Agustín (CaSa), el cual destaca por su belleza, un equilibrio que inspira y por su visión de sustentabilidad ecológica.

Cuando se restaura algo se trata de escuchar lo que el edificio pide. Si lo oyes, vas por el camino correcto. Si no lo escuchas, puedes hacer un desastre, opina la arquitecta oaxaqueña, quien comenzó su vínculo con el fundador del CaSa, Francisco Toledo, primero renovando su casa y luego el edificio del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, ambos en la ciudad de Oaxaca.

Espíritu permanente

En la mesa de un restaurante, Claudina López juega con un lápiz entre sus dedos, no resiste trazar líneas sobre una servilleta, casi de manera instintiva, para ir explicando las renovaciones: dónde quitó una viga, al igual que el lugar que abrió de entre la tierra; cómo cambió un piso sin derribar los muros y techos circundantes.

Y por eso permanece el espíritu de un edificio de la era porfiriana, que traspasa el imaginario del paisaje industrial con su magnífica fachada, hoy teñida de amarillo del óxido del fierro que encontraron. Al mismo tiempo, un lugar con instalaciones modernas, entre ellas un centro de grabado, un laboratorio de impresión fotográfica, impresión digital, elaboración de textiles, dos extensas galerías, una biblioteca, además de estancias para recibir a los artistas.

Antes se tenía otro sentido de la estética. Porque se ve que este edificio fue construido cuidadosamente. Por ejemplo, en todos lados tiene canales para recoger el agua y no dejar pasar la humedad. Está muy bien resuelto, muy bien construido.

De hecho, el reciente hallazgo de planos de la construcción original de la fábrica han inspirado la realización de un libro, con los detalles de esa época, el proceso de restauración y el estado actual del CaSa.

Recuerdos de su infancia cuenta Claudina López, quien todavía conoció la fábrica operando, con pequeñas motas de algodón flotando por el aire. Cuando décadas después el maestro Toledo vio el conjunto y decidió su compra, aún no sabían cuál sería su destino. Se pensó en la sede del archivo oaxaqueño, luego en el museo textil y finalmente, en una escuela de artes.

Francisco Toledo aportó 40 por ciento del dinero para la compra, el gobierno del estado el resto.

Un edificio sin destino, como ir a ciegas, resolver sobre la marcha, así se desarrolló la restauración, la cual comenzó en 2001 y se inauguró en 2006, aunque se sigue trabajando y proyectando más adecuaciones.

Así, relata la arquitecta, comenzó a trabajar en el rescate de la estructura del edificio principal y en la reconstrucción del chalet que hoy ocupan las oficinas administrativas.

El proceso es interesante porque es un edificio antiguo, con vocación ecológica clara, según la arquitecta. Explica, por ejemplo, que la antigua fábrica trabajaba con agua. Por eso la hay por todas partes. Destacan dos espejos de agua, uno en la entrada al CaSa, frente a la iglesia neogótica de San Agustín. Otro, el que rodea la simbólica gran caldera, hoy en desuso, que se encuentra en la parte trasera del edificio principal. Un poco como homenaje a ese elemento, una remembranza de lo que fue, espejos que asombraron al propio arquitecto Teodoro González de León en una visita reciente.

También es un mecanismo de agua el que se encarga de enfriar el techo, con un sistema de tuberías que hace rememorar la lluvia. Pero explica la arquitecta, el agua circula, pasa por las fuentes y se vuelve a integrar al recorrido natural.

Mano de obra oaxaqueña

Para las construcciones, revela, recibió consejo de un viejo maestro albañil, quien le dijo que al colar la losa le pusiera ladrillos alrededor y la mantuviera llena de agua, “porque es la única forma en que se va a curar. Son como secretos que sirven mucho.

“Una cosa muy importante es la mano de obra oaxaqueña. Los albañiles y peones de aquí de verdad son muy bien hechos. A mí me asombra, porque en otras partes son muy especializados. Aquí los ves bien humildes, pero con unos clavos, un pedazo viejo de madera, su metro, nivel e hilo resuelven todo.

Son un gremio denostado. Muchas veces su trabajo no se nota. Al final son ellos los que hicieron todo. Con una dirección, pero si no hubiera esa calidad de obra no llegas a lo que tenías en mente.

En cambio, critica la falta de pericia al dibujar de los actuales estudiantes de arquitectura. El único problema de los arquitectos es que no agarran un lápiz. Ya nadie sabe dibujar y eso provoca que no sepas proyectar. Hay una conexión mano-cerebro. Pero no hay forma de que suelten la computadora, dice mientras saca su pequeña libreta y hace un trazo deforme, sin firmeza, como los que ha visto en los jóvenes.

“Me parece muy grave, no sé si estén haciendo algo en las escuelas de arquitectura.

Sí, me dio miedo un proyecto tan grande, confiesa la arquitecta Claudina López. Pero ahora siente que el CaSa es otro de sus hijos, uno del que se mantiene cercana y al pendiente, siempre procurando mejorar.”