igue dando de qué hablar la compra del nuevo avión presidencial mexicano, el más caro del mundo –casi 800 millones de dólares–, pero ahora surge el aparente culpable de ese disparate, así como de buena parte de los males que aquejan a la humanidad: el sistema financiero internacional. Se nos explica que el costo de la aeronave es de alrededor de 200 millones de dólares, pero que el plan de financiamiento para su adquisición y la de sus turbinas, por parte de un consorcio de bancos internacionales liderados por el mexicano Banobras, a un plazo de 30 años, es lo que eleva el precio de la compra a tan estratosférica suma.
De todas maneras sigue siendo el avión más caro del mundo que, además, no reúne los requisitos mínimos que debe poseer un transporte aéreo presidencial.
Tal aeroplano debe ser –antes que pensar en regalarle
a él o a los culpables
el disparate de 600 millones de dólares por intereses–: confiable, robusto, con un desempeño eficiente, capaz de realizar vuelos cortos, medianos y transcontinentales con la más alta seguridad, cualidades todas debidamente probadas por el resumen de algún tiempo de operación en cometidos similares.
El Boeing 787 en cuestión no cumple con ninguno de esos atributos. No existe ni existirá, en el corto plazo, un B787 presidencial que haya probado ser el adecuado para esa tarea. El fabricante, a la fecha, sólo ha entregado una veintena de ellos en su versión comercial, de los cuales 13 son operados por la japonesa All Nipon Airways, mismos que tuvieron que ser anclados en tierra en julio pasado por problemas de aeronavegación. Este avión, además, presenta dificultades de sobrepeso; su capacidad para cambiar de destino a un aeropuerto alterno o distinto, en pleno vuelo, se limita a tres horas (asunto riesgoso en los viajes globales transoceánicos) y, por si fuera poco, también carece de un sistema de protección en caso de exceder el largo de la pista al aterrizaje.
En suma: el flamante B787 presenta muchos problemas y grandes deficiencias que, seguramente, se irán corrigiendo en los años por venir, lo que es normal con aviones de modelo nuevo. Pero lo que no es normal es que una aeronave en esta etapa de desarrollo y perfeccionamiento se convierta en un avión presidencial experimental, o sea, que se haga la voluntad de Dios en los bueyes de la carreta de mi compadre.
Hace algunas décadas, durante el régimen de Luis Echeverría, el Estado Mayor Presidencial contaba entre sus aeronaves, con un pequeño jet para 8 pasajeros –un HS125– apodado Topo Gigio en alusión a un ratoncito que aparecía entonces en la televisión, pero su nombre oficial era Miguel Hidalgo.
Todo parece indicar que las urgencias por firmar el financiamiento del nuevo B787 antes de que concluya este régimen, es decir en los próximos 70 días, tienen que ver con el año del Padre de la Patria, pues las comisiones ¡de 600 millones de dólares en el sobreprecio! se pagan a la firma de los contratos. Para la seguridad del jefe de Estado del país y para el bolsillo de los mexicanos sería todo un mal negocio.
*Analista de aviación por más de 25 años