La buena, y la mala
n su relación con Kirguistán, en los últimos meses contaminada por el afán del gobierno de esa república de arrancar del Kremlin las máximas concesiones, Rusia acaba de conseguir un gran éxito al lograr que su presencia militar en ese país continúe, al menos, 20 años más.
Durante la reciente visita de Vladimir Putin a Bishkek se firmó un acuerdo bajo la fórmula 15 + 5 (15 años de arrendamiento prorrogable otros cinco) que permite mantener, desde 2017, las tres instalaciones militares de Rusia en Kirguistán.
De este modo se puso fin al periodo de incertidumbre que se abrió con la amenaza de expulsar a los militares rusos de esa zona de Asia central, que se usó en Kirguistán como peculiar forma de chantaje de Estado para sacar más beneficios que una simple subida de renta.
Para guardar las formas se habla de una base militar unificada
de Rusia, que en realidad estará compuesta por los mismos tres componentes actuales: el aeródromo de Kant, el centro de comunicaciones Marievo de la armada rusa y el centro de experimentación de torpedos en el lago Issyk-Kul.
Esa es la buena noticia. La mala: el alto precio que tuvo que pagar Rusia para no perder lo que ya tenía. Para empezar, como si hubiera aceptado un desproporcionado incremento de renta, condonó la deuda de 489 millones de dólares contraída por Kirguistán (300 millones en 2009 y 189 millones en 2005).
Además, se comprometió a invertir cerca de 4 mil millones de dólares en la infraestructura de hidroeléctricas. Ofreció construir la hidroeléctrica Kambar-Atinsk, fase uno, que permitirá generar cerca de 5 mil millones de kilovatios/hora, y financiar la edificación de otras centrales en el Alto Narynsk.
A diferencia de la deuda condonada, Rusia sabe que el gasto en materia de hidroeléctricas en Kirguistán está sujeto a la participación en el proyecto de otros países –Kazajstán y Uzbekistán, sobre todo– que podrían sentirse marginados del acceso al agua de la región y bloquear su realización, a modo y semejanza del contencioso que mantiene Uzbekistán con Tayikistán por otro proyecto de igual envergadura.
Y lo peor es que, más allá de las declaraciones no vinculantes de Kirguistán en el sentido de que Estados Unidos tendrá que dejar la base militar de Manás cuando se retire de Afganistán, lo que está utilizando para sacar ventajas de Washington, el Kremlin no obtuvo garantía de que será la única fuerza militar extranjera en territorio kirguís.