n tema que cada vez más preocupa a las autoridades de salud de Estados Unidos es la obesidad y los problemas asociados a ella. La sufre uno de cada tres habitantes y su número aumenta cada día. Si existen decenas de millones en el umbral de pobreza, son más los que se alimentan pésimamente, aunque disponen de los ingresos para hacerlo sin arriesgar su bienestar. Las autoridades federales y las de algunos estados han tomado tibias medidas para revertir las tendencias y reducir los gastos que en tratar a los obesos desembolsa la sanidad pública.
De la mala alimentación tiene mucha culpa el enorme aparato publicitario de las trasnacionales de comida chatarra. Llevan décadas apoderadas de los medios de comunicación masiva bombardeando a los televidentes con mensajes (dirigidos en especial a niños y jóvenes) para que consuman productos que perjudican la salud. Lo hacen también en los centros educativos, medios de transporte, expendios de comida rápida, restaurantes y centros de trabajo. Y cuando las organizaciones de consumidores y los especialistas cuestionan el contenido alimentario de lo que venden, gastan millones en divulgar que van a mejorar sus productos, pero los resultados son prácticamente nulos.
En Nueva York, mueren al año más de 6 mil personas por sobrepeso y recientemente dieron un paso más en su lucha contra la epidemia de la obesidad, como la califica el alcalde de la gran manzana, Michael Bloomberg. A partir de marzo próximo, queda prohibida la venta de los refrescos azucarados en grandes envases. Bloomberg recibió antes críticas del sector restaurantero por obligarlo a que informe del contenido de grasas saturadas en los platillos que ofrece, para que el consumidor sepa a lo que se expone. Sus iniciativas en pro de la buena comida le ha ganado muchos detractores, pero, en cambio, el apoyo decisivo de la señora Obama, que en la Casa Blanca da ejemplo sobre la necesidad de cambiar los malos hábitos alimentarios de los estadunidenses. Mientras, en California la venta de comida chatarra y bebidas que engordan no se permite en las escuelas.
La nueva norma neoyorquina señala que los refrescos que tengan elevados niveles de azúcar (más de 25 calorías por cada ocho onzas, equivalentes a un cuarto de litro) no podrán venderse en envases que superen las 16 onzas (medio litro). Hoy día las presentaciones más promovidas por los fabricantes son las de 32 y 64 onzas. Precisamente las que en México ofertan las miles de tiendas de conveniencia
de la empresa que embotella el refresco de cola más vendido. En otras mucho más grandes (Costco, Sam’s), quienes consumen la comida que venden a la entrada de esos mega, tienen derecho a llenar cuantas veces quieran el vaso con refresco de cola.
En Nueva York no se hizo esperar la protesta de los propietarios de restaurantes, cadenas de comida rápida, carritos de comida callejeros, bodegas y tiendas de ultramarinos, cines, estadios y salas de conciertos. Y de amplios sectores de la población que se oponen a que el gobierno les diga lo que deben comprar o consumir. En el fondo su malestar es porque les resulta más barato adquirir refrescos en sus presentaciones de uno o dos litros. Las organizaciones antirregulación son financiadas por las refresqueras y su campaña es muy vistosa: una silueta de la estatua de la libertad en vez de llevar en su mano una antorcha luce una botella de refresco. Los expertos, a su vez, sostienen que el problema de la obesidad es tan enorme que no se puede combatir solamente prohibiendo las bebidas con mucha azúcar.
En México no está regulada la venta de refrescos; crece de manera alarmante, pese a las advertencias de los especialistas de que son muy dañinos. Los imponen una publicidad machacona, malos hábitos de consumo y carencia de auténtica agua potable en los hogares, escuelas, centros de trabajo, oficinas de gobierno. Los sexenios panistas dejan más de 50 millones de pobres. Y al igual que el partido que gobernó 70 años y parece que nunca se fue de Los Pinos, no tocaron los intereses de las trasnacionales refresqueras. Los nexos de esas empresas con el poder político son cada vez más obesos. Pago por el apoyo en tiempo de elecciones, por ejemplo.