l pasado 18 de septiembre Chile conmemoró su independencia. En 1818, el director supremo del gobierno, Bernardo O’Higgins, aliado con las fuerzas de los Andes que comandaba el general en jefe José de San Martín, con el triunfo en la Batalla de Chacabuco hizo una realidad la independencia de Chile y se constituyó en el jefe supremo del gobierno. La liberación de ese país comenzó así: el 18 de septiembre de 1810, con el establecimiento de la primera junta de gobierno. O’Higgins se vio forzado a renunciar en 1823, a causa del descontento de la oligarquía por las reformas que había iniciado.
Chile tiene una larga historia de luchas internas para llegar a consolidar la democracia. En el siglo XX el presidente José de Balmaceda entra en conflicto con el Congreso y se desencadena la guerra civil en 1891, y como consecuencia del triunfo de los congresistas se implanta la república parlamentaria. Es entonces cuando en Chile se inicia una singular creación de riqueza, que si bien lo transformaba en un país próspero, acentuaba también las desigualdades sociales, que generan el estallido de la guerra civil de 1891, el cual llevó hasta el parlamentarismo, que de alguna manera favorece el nacimiento de uno de los primeros movimientos proletarios de América Latina, en respuesta a las desigualdades sociales que generaba, paradójicamente, la riqueza que se estaba creando, lo cual no ha sido problema fundamental exclusivamente de Chile.
Benito Juárez tuvo que enfrentar a las fuerzas europeas que arroparon a Maximiliano de Habsburgo, quien ciertamente no llegó solo a México, sino fue traído por mexicanos, que fueron por él a ofrecer algo que evidentemente no les pertenecía, y que era ya entonces y lo sigue siendo ahora de los verdaderos mexicanos, de los que amamos a nuestra patria y que habremos de entregarla a nuestros hijos, mínimamente como nuestra generación la recibió de sus padres y de sus abuelos. En lo que a Chile respecta, ellos han tenido que luchar con fuerzas desproporcionadamente mayores que las nuestras, y les han costado ya varias décadas de este gigantesco esfuerzo, para transitar por un camino más directo y más despejado hacia un triunfo por el que han luchado ya varias generaciones.
Salvador Allende luchó por establecer un socialismo democrático y nacionalista, con el final que todos conocemos, como consecuencia de las contraposiciones de intereses económicos, como sucedió a Balmaceda en 1891, aunque en 1973 Allende fue derrocado mediante un violento golpe de Estado.
Lázaro Cárdenas en 1938 pudo nacionalizar el subsuelo y consolidar la institución presidencial entre 1934 y 1940.
Estas acciones han hecho posible avanzar en el camino de la independencia nacional, y estamos conscientes de que ésta es una legítima aspiración de los pueblos de América Latina, por la que tenemos todavía un largo y difícil camino que transitar para lograrla plenamente. Y estamos dispuestos a continuar esta lucha libertaria hasta hacerla realidad.
Hay en el norte chico
chileno una población minera relativamente pequeña. Se llama Copiapó; en ella nació el Partido Radical, que formaron los hermanos Gallo en los primeros años del siglo antepasado, donde se integró un grupo que se enteró de la lucha que en esos días desplegaba desde una carroza que llevaba al presidente Juárez, a quien estos mineros de Copiapó mandaron desde allá, ¡a 9 mil kilómetros de distancia!, una contribución en oro y en plata que ellos mismos sacaban de los túneles del subsuelo, rico entonces en estos minerales preciosos.
¿Cómo se enteraron en ese entonces de lo que sucedía en México? ¿Cómo se trasladaron hasta acá con los medios de transporte de los que en esa época se disponía para recorrer los 9 mil kilómetros que nos separan? Y finalmente, ¿cómo fue que llegaron hasta la sede del gobierno que residía en la carroza itinerante del presidente Juárez? No lo sé, y difícilmente encontraremos quien pudiera darnos información confiable al respecto. Pero allí hay un busto de bronce, de Benito Juárez, que algunos mexicanos llevaron hasta allá, como testimonio de la gratitud que guardamos para ellos, y que bien podría ser un bello símbolo, de una sola razón, que es suficiente indudablemente para justificar ahora, avanzado ya el siglo XXI, el cariño fraterno que le debemos al pueblo chileno.
Existe en Santiago de Chile un club de boxeo que se llama así, México, donde hay un busto del presidente Adolfo López Mateos, porque quien fue embajador en ese régimen, El Chino Ortiz Hernán, además de una escuela con un extraordinario mural de Siqueiros en Chillán, y otros de un gran muralista jalisciense en la Universidad de Concepción, y una enoteca en el propio Santiago, además de todo esto, hizo algunas mejoras de las instalaciones del club de boxeo México, y luego en 1939, cuando tomó posesión en Chile Pedro Aguirre Cerda, un presidente progresista, que coincidía en lo fundamental con el de Lázaro Cárdenas, en México, éste envió dos navíos de la Marina mexicana hasta allá, llenos de deportistas, que competirían fraternalmente en el México Boxing Club con los chilenos, en una misión que comandaba el entonces coronel Ignacio Beteta, cuyo apellido le celebraban mucho en Chile. Ya en el tercer round le llevaba el mexicano la cara muy golpeada a su contrincante, y una oreja sangrando, cuando salió un fuerte grito de las galerías que demandaba: ¡Confraternice pos, huevón!
cosa que hemos hecho ya muchos mexicanos y que indudablemente continuará el presidente Enrique Peña Nieto. La prioridad que evidenció con su gira por varios países de América Latina así lo dejó claramente establecido.