La insoportable levedad
lowns. Jau-jau-jau, los hombrecillos obedientes, con cerebros casi vacíos y corazones blandengues se creyeron muy listos, y para burlar los obstáculos de la razón treparon como simios al palco, jau-jau-jau, y desde ahí convocaron a los demás hombrecitos pequeños para que firmaran la gramática que hará más pobres a los pobres y más ricos a los ricos, jau-jau-jau. Se dicen diputados, se dicen representantes del pueblo, mas sólo son hombrecitos obedientes, ansiosos de llenar sus bolsillos y no pueden pensar en otra cosa. Dan rabia, risa y también lástima…
Principito… El cuarto planeta era el del hombre de negocios.
–Buen día –dijo el principito– su cigarrillo está apagado.
-Tres y dos son cinco. Cinco y siete 12. Buenos días. No tengo tiempo de volver a encenderlo. 26 y cinco 31. ¡Uf! Eso da entonces 500 millones…
–500 millones, ¿de qué?
–De esas pequeñas cosas que hacen soñar a los holgazanes. Pero soy persona seria. No tengo tiempo para ensoñaciones.
–Ah ¡Estrellas¡
–Sí, eso. Estrellas.
–Y, ¿qué haces con 500 millones de estrellas?
–Nada. Las poseo.
–¿Posees las estrellas?
–Sí.
–Y ¿para qué te sirve poseer las estrellas?
–Me sirve para ser rico.
–Y ¿para qué te sirve ser rico?
–Para comprar más estrellas… Las administro. Las cuento y las recuento.
El principito no estaba aún satisfecho: –Yo, si poseo una flor, puedo recogerla y llevarla. Pero tú ¡no puedes recoger las estrellas!
–No, pero puedo invertirlas en el banco.
–¿Qué significa eso?
–Significa que anoto en un papelito la cantidad que tengo de estrellas. Y luego guardo ese papel en un cajón con llave.
–Y, ¿eso es todo?... Yo –agregó– poseo una flor que riego a diario y así es útil para mi flor, que yo la posea. Pero tú no eres útil para las estrellas.
El hombre de negocios abrió la boca pero no encontró nada para responder…
Todo en venta. Triste, nuestro México: no serán economistas ni políticos quienes salven tu ser. Por el contrario, mientras tus poetas te soñaron Patria suave y soberana, aquellos se preparan para venderte como nueva colonia esclava. Y tú, perdida en tu soledad laberíntica, reaccionas como la india morena que eres: bajas los ojos y juntas tus manos, asumiendo un supuesto destino. Así –no– sea. Defiende, por lo menos, el pan caliente y la escuela libre de tus niños. Escapa a los designios de los feudales que te creen suya. A los Azcárraga y a los señores Bimbo, imponles tu ser y el santo olor de tus tortillerías…La salvación sólo puede venir de tus artistas, de tus poetas, de tus jóvenes y de una infancia amada, como nunca aquí lo ha sido; desde un partido nuevo, de hierro, con hombres verdaderos y fuertes, que te amen a ti y no al poder. ¡Existen!