uy posiblemente Hugo Chávez será relegido presidente, pero todo reside en por cuánto y cómo. En efecto, se fijó objetivos como arrasar
, k.o. fulminante de la oposición
o incluso 70 por ciento de los votos que difícilmente alcanzará, porque desde hace rato su apoyo se desgasta y la oposición derechista y ultraderechista del pasado ha reclutado en cambio –como se vio en las apariciones públicas de Henrique Capriles– amplios sectores de las clases medias e incluso a sectores que, gracias a las políticas bolivarianas, salieron de la pobreza y no tienen ya como preocupación principal comer, vestirse o tener un techo, sino que se ven afectados por la inseguridad, la corrupción y el verticalismo decisionista del aparato burocrático chavista.
Las elecciones venezolanas serán sin duda mucho más limpias que las que se realizan en la mayoría de los países latinoamericanos y la oposición no tendrá derecho a quejarse, pues controla la mayor parte de los medios de información de masas, que mienten, insultan y dicen irresponsablemente lo que quieren. Pero si Chávez ganase por una diferencia de 10 por ciento o algo menor –la cual en cualquier otro país sería grande– aparecerá en la oposición el griterío de siempre sobre un supuesto fraude y en el propio aparato chavista se desarrollará la tendencia, hasta ahora minoritaria pero fuerte, a negociar con la oposición de derecha como bloque o con una parte de la misma.
Sobre todo porque el 16 de diciembre, en las próximas elecciones de gobernadores, el aparato gubernamental podría sufrir una fuerte derrota y una parte importante del aparato estatal, por consiguiente, caería en manos de la oposición. No es casual, en efecto, que el chavismo haya escogido que se votase primero para presidente y poco después para los otros cargos, porque sabe que así tiene a su favor un efecto de arrastre, ya que Chávez es mil veces más popular que los oscuros y muchas veces ineficientes e impopulares candidatos chavistas, que además no fueron escogidos por las bases.
El discurso de Chávez y del chavismo, desgraciada y erróneamente, identifica a la oposición con el imperialismo y con la peor reacción conservadora. Pero es evidente que la misma no está compuesta ya sólo por trogloditas y que es necesario e indispensable separar en ella la paja del trigo y reconquistar sectores populares y de los trabajadores que fueron arrojados en brazos del enemigo del proceso bolivariano por la represión, por la corrupción y el autoritarismo de los funcionarios. Por ejemplo, la ex central obrera UNT se partió en dos y un sector, dirigido por un líder que fuera encarcelado por huelguista, se fue con Capriles, mientras otro, dirigido por el socialista Orlando Chirino, por las mismas razones dejó de dar su voto crítico a Chávez para presidente y presentó una candidatura presidencial separada y ultraizquierdista.
En buena medida el hecho de que Capriles deba presentarse ahora como progresista le ha sido impuesto por su nuevo electorado popular que está conquistando y que estaba antes bajo la influencia chavista. De este modo, Capriles tuvo que desplazarse hacia el centro, yendo desde la derecha hacia la izquierda, mientras que Chávez, para tranquilizar a la burguesía y a las clases medias acomodadas, se desplazaba –a su vez– hacia el centro, pero desde la izquierda hacia la derecha, diciéndoles a los burgueses que les convenía su victoria, recordando a cada paso su fe católica y cabalgando el nacionalismo, el regionalismo, el localismo. Para colmo, su discurso, sus canciones, sus instrucciones estuvieron destinados a conseguir votos –lo cual evidentemente era necesario y legítimo– y no a alimentar y desarrollar la comprensión política de sus votantes ni mucho menos su autoorganización. Tanto él como Capriles hablaron, es cierto, de que se enfrentaban dos proyectos de país, pero para ambos la diferencia residía sólo en el mayor o menor peso del Estado capitalista en el mercado capitalista, ya que uno plantea mantener el actual capitalismo de Estado petróleo-dependiente y el otro un libre mercado y la privatización del petróleo, o sea plena libertad de acción para el capital financiero internacional.
La campaña de Chávez fue antes que nada de aparato y reforzará, por lo tanto, al aparato chavista, que está muy por detrás del radicalismo del presidente. Eso es particularmente peligroso en el caso de que en las futuras elecciones del 16 de diciembre la oposición burguesa consiga aprovechar el desprestigio de los candidatos chavistas para conquistar el control de posiciones claves en el aparato estatal que hoy están en manos del gobierno. Sobre todo porque las elecciones de este domingo no son más que una parte del proceso.
Éste estará marcado por el resultado de las elecciones en Estados Unidos y por la crisis capitalista mundial que influirán mucho en Venezuela y en América Latina. En efecto, una caída de la producción mundial reducirá el precio del petróleo y, por lo tanto, dificultará los planes sociales y económicos del chavismo en Venezuela, en la Unasur, el Mercosur y un encarecimiento de los alimentos que el país importa; agravará las tensiones internas, por no hablar de lo que podría suceder si perdiese Obama… Hay que agregar también que la enfermedad del presidente, si es relegido, afectará tanto su rendimiento como la estabilidad política, tanto si la superase como si el cáncer le impidiese gobernar o, en el caso extremo, llevase a un vacío de poder. Chávez tiene, en su gobierno, un papel irremplazable y no hay ningún dirigente con la misma autoridad que él ni un proyecto para el posChávez. Eso hace aún más urgente la necesidad de la autorganización popular y la independencia política de los trabajadores, para enfrentar a la vez a la reacción y a los burócratas hoy chavistas por oportunismo que podrían pactar con ella.