La secreta de cal y canto
ace unos días nos dimos una vuelta por lo que muy posiblemente fue el patio de servicio del convento de Santa Catalina de Siena. Lo deducimos por la descripción que hacen las viejas crónicas, cuyas características guarda el inmueble que se encuentra en la calle de San Ildefonso, casi esquina con República de Argentina. En la actualidad es la sede de la Secretaría de Difusión Cultural de la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM.
De forma alargada, rodeado de pilastras en sus dos pisos, conserva en el exterior la alta portada con sobrio marco de cantera, al igual que las ventanas resguardadas con hierro forjado y el rodapié de negro recinto, que hace un grato contraste con el tono azul que recubre el edificio. Las crónicas mencionan que aquí se encontraban, entre otros, el corral para gallinas y la secreta de cal y canto
, como nombraban a las letrinas, las que describen echándoles su tablón con dos agujeros, que tendría dos varas en cuadro, profundándole hasta dar en el agua
. O sea que excavaban hasta que llegaban a los canales subterráneos de la ciudad, para que en ellos se dispersaran los desechos monjiles.
Esto nos llevó a recordar la historia del convento de monjas dominicas que llegaron a la Nueva España a fines del siglo XVI y fundaron en la ciudad de México el convento de Santa Catalina de Siena. Tres hermanas, conocidas con el nombre de las Phelipas, apoyaron la fundación, donando su casa para que fuese la sede y para la manutención de las religiosas les entregaron sus haciendas.
A lo largo del virreinato las dominicas no observaban vida comunitaria, ya que cada monja poseía una pequeña casita
que compartía con niñas y criadas, las que frecuentemente eran esclavas. Esto sucedía en la mayoría de los conventos en la Nueva España, situación que causaba enorme malestar a sus colegas españolas, quienes presentaban frecuentes quejas. En varias ocasiones se les exhortó a que vivieran en comunidad, inncluso con una orden papal, pero las monjas novohispanas se hicieron pato
, como se dice popularmente, y continuaron en sus casitas, que en ocasiones eran mansiones. Ya hemos mencionado la celda de la marquesa de Selva Nevada que le construyó Manuel Tolsá en el convento de Regina, que hoy ocupa el restaurante-escuela Zéfiro de la Universidad del Claustro de Sor Juana, muy recomendable, por cierto.
Para solventar esta cómoda vida las religiosas contaban con numerosas propiedades que les brindaban jugosas rentas Esta buena vida inició su fin a fines del siglo XVIII con las reformas borbónicas y se agravó después de la Independencia, cuando los distintos gobiernos les requerían dinero constantemente para pagar deudas, sueldos, guerras y demás. El golpe mortal se los dieron las Leyes de Reforma, que despojaron a las órdenes religiosas de sus propiedades.
Una vez vacío, el gobierno dedicó el convento a cuartel, para posteriormente demoler una parte para que se construyera la que habría de ser la Escuela de Jurisprudencia; el patio de la secreta
se salvó, al igual que el templo que despojado de sus altares barrocos se convirtió en iglesia presbiteriana. Sobrevive la hermosa fachada con dos portadas y un nicho con la escultura de Santa Catalina. En el interior se conserva una magnífica tribuna finamente labrada en madera, la reja del coro alto y la viguería.
Queda mucho pendiente para otras crónicas, pero se acaba el espacio, así es que vámonos al convite. A petición de varios lectores fuimos a comer económico y sabrosón. En recuerdo de las monjas vamos a la cantina que lleva por nombre ¡La Dominica!, situada en la esquina de Belisario Domínguez y República de Chile. La hermosa casona barroca de muros de tezontle color vino y marcos de cantera seguramente perteneció a la orden religiosa, ya que esta decorada con aplicaciones de azulejos y tezontle negro, con motivos religiosos. La botana cambia diario. Ese día me tocó un buen menú de sopa de cebolla, arroz y albóndigas en chipotle.