Opinión
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México SA

Petróleo y venta de garage

PRI: las viejas ataduras

Progreso al estilo noruego

M

áxima del neoliberalismo a la mexicana es que los bienes públicos (están) para remediar los males sociales (Salinas de Gortari dixit), y ese fue el camino que alegremente siguieron cinco gobiernos al hilo (lo mismo, pero con cinco máscaras distintas), aunque en esos 30 años sólo cumplieron a la mitad: arrasaron con los bienes públicos (privatizados en beneficio de unos cuantos amigos del régimen), pero los males sociales, lejos de remediarse, crecieron como la espuma. A tres décadas de distancia, los gerentes de la venta de garaje se deshicieron de prácticamente toda la infraestructura productiva del Estado, mientras los males sociales se incrementaron de forma proporcionalmente inversa. Tanto desincorporaron que en los anaqueles del súper mercado privatizador sólo queda el petróleo, y van por él.

Todo vendieron (alrededor de mil 150 empresas del Estado); prácticamente todo rescataron (obvio es que con recursos públicos), para luego, ya saneado, todo regresarlo al grupúsculo de amigos del régimen (que resultó mucho más voraz que eficiente). El petróleo fue lo único que (hasta ahora) se salvó, y no precisamente por falta de intentonas privatizadoras por parte del G-5 (el devastador grupo de los cinco inquilinos de Los Pinos, de Miguel de la Madrid a Felipe Calderón). Pero llegó el momento, dice Pedro Joaquín Coldwell, de superar las viejas ataduras que nos han impedido desarrollarnos conforme a las energías humanas y materiales que poseemos. No dejaron piedra sobre piedra, arrasaron, concentraron –aún más– el ingreso y la riqueza, transformaron el poder público en simple gerencia de los intereses oligárquicos, destrozaron el bienestar social, condenaron a los mexicanos a vivir en condiciones miserables, pero el rotundo fracaso privatizador, dice el dirigente del PRI, es producto de las viejas ataduras.

Treinta largos años de privatizaciones, y la mitad de aquella máxima del neoliberalismo a la mexicana se mantiene como oprobiosa asignatura pendiente. Tres décadas al hilo desmantelando el aparato productivo del Estado (lo que, supuestamente, generó miles y miles de millones de dólares para atender las urgencias sociales), y a estas alturas México ocupa (según el método Atlas del Banco Mundial) el escalón número 83, de 213 posibles, en lo que a ingreso per cápita se refiere (muy cerca de Argentina, el otro gran laboratorio privatizador en América Latina), con un crecimiento anual promedio de 2 por ciento, en el mejor de los casos, 60 millones de pobres, y el desarrollo permanentemente prófugo del país. Pero son las viejas ataduras las causantes de todo esto.

Dice Pedro Joaquín Coldwell que “quizá los mexicanos se han dejado someter por la fuerza de los intereses creados, por el peso de las enormes corporaciones económicas y sociales, y hemos sido avasallados por el facilismo y la rutina… La sociedad mexicana ya se ha acostumbrado a la imposibilidad del cambio y se ha extendido una carta de naturalización a la pobreza de la mayor parte de la población y la desigualdad que padecemos, como si esas circunstancias fueran la normalidad”. Bien, pero ¿quién entronizó a los intereses creados? ¿Quién abrió la puerta a las enormes corporaciones? ¿Quién permitió el avasallamiento?, porque el priísta lo dice como si fuera nuevo en esto y su partido por primera vez llegara a Los Pinos.

Ahora que van por el petróleo, el dirigente tricolor asegura que la reforma energética comprometida por Peña Nieto no suspenderá el carácter nacional de nuestra industria petrolera o eléctrica, sino (que se trata) de apoyarlas con el concurso de otros modelos de negocio (privados) para colocar nuestra riqueza petrolera al servicio del país. Los mexicanos avasallados por el facilismo y la rutina ya saben de qué se trata cuando los vendedores hablan riqueza al servicio de la patria. De hecho lo padecen cotidianamente. Allí está el caso de la banca, las telecomunicaciones, las carreteras, los ingenios azucareros, las aerolíneas, las siderúrgicas, las minas, los ferrocarriles, la electricidad, el gas, y de lo que se quede en el tintero. ¿En serio sería diferente con el petróleo privatizado?

El dirigente tricolor sólo repite el machacón cuan ramplón discurso de las últimas tres décadas: flojitos y cooperando, que el paraíso será de los mexicanos. Dos perlas para la memoria, por cortesía de los dos primeros gerentes de la venta de garage: hemos continuado la política de desincorporación (privatización) de entidades (públicas) que no son estratégicas ni prioritarias, y a la vez, nos empeñamos en el fortalecimiento de las que sí lo son. Con los recursos financieros y la capacidad administrativa que libera el proceso de desincorporación, apoyamos selectivamente programas prioritarios de gasto, y hemos iniciado con paso firme la reconversión en las industrias petrolera, eléctrica, siderúrgica, azucarera, naval y de fertilizantes. También están en marcha importantes programas de modernización de los ferrocarriles y del sistema de comercialización y abasto de productos básicos (Miguel de la Madrid).

“La desincorporación de empresas públicas no estratégicas responde hoy a un principio de fidelidad con el carácter social y nacionalista del Estado. Desincorporar empresas no es renunciar a regular y conducir el desarrollo nacional, porque no es condición única de la rectoría del Estado la propiedad de las empresas, sino fundamentalmente el ejercicio de la autoridad en beneficio del pueblo… El punto central en la reforma del Estado es resolver, a favor del pueblo, el dilema entre propiedad que atender o justicia que dispensar, entre un Estado más propietario o un Estado más justo. La economía, más abierta a la iniciativa y a la inversión no estatal (léase privada) se conducirá, sin duda, para servir los objetivos nacionales de la soberanía y de la justicia… Mediante las privatizaciones se han generado recursos de una sola vez que, al reducir la deuda interna, han fortalecido permanentemente la capacidad gubernamental para atender demandas sociales inaplazables. Con ello, se cumple el compromiso de vender bienes públicos para remediar males sociales y se fortalece al Estado y a la nación” (Carlos Salinas de Gortari).

Y ahora, van por el petróleo.

Las rebanadas del pastel

Las viejas ataduras que reclama de Pedro Joaquín Coldwell es lo mismo que el tabú que el ex embajador gringo en México, Jeffrey Davidow, exige romper para que el capital privado (el de su país, desde luego) le clave el diente al oro negro nacional. A cambio, promete el ex diplomático (hoy consejero senior del Cohen Group, que entre sus directivos registra a ex mandos del aparato militar y de seguridad estadunidense), los mexicanos progresarían al estilo de Noruega. ¡Zas!