ontra lo que pudiera pensarse con un título tan genérico como La cabaña del terror, estamos ante un ingenioso juego referencial del debutante Drew Goddard, quien da un giro al cine de horror (¿metahorror?), al tiempo que repite muchas de sus convenciones. De entrada, los créditos iniciales insinúan algo de su contenido con imágenes viscosas sobre sacrificios humanos. Le sigue otra secuencia en que dos personajes, a primera vista científicos de algún tipo, charlan de temas cotidianos mientras recorren lo que parece ser un enorme laboratorio o una base de lanzamiento espacial.
Nada de eso parece guardar relación con el verdadero arranque de la acción. Unos estudiantes universitarios –la inevitable formación de dos parejas atractivas y el nerd que complementa el quinteto– se preparan para un viaje de diversión a una cabaña remota. Desde luego, la rubia artificial Jules (Anna Hutchison) es la golfa del grupo, mientras su novio Curt (Chris Hemsworth) es el atleta; su amigo, el estudioso Holden (Jesse Williams), espera ligar con la más recatada Dana (Kristen Connolly). El nerd Marty (un chistoso Fran Kranz) sirve de bufón al tiempo que su humor se inspira en constantes inhalaciones de mariguana. Hasta aquí la película evoca a la expedición juvenil condenada a la violencia según la patentó Masacre en cadena (Tobe Hooper, 1974). Incluso se hace una escala en una desierta gasolinera, con un dependiente malencarado.
Una vez que los jóvenes se han instalado en la dilapidada cabaña, la cinta parece preferir la semejanza con El despertar del diablo (Sam Raimi, 1983). La puerta del sótano se abre misteriosamente y Dana encuentra un diario del que lee unas frases en latín. Esas sirven de conjuro para que resucite una familia de descompuestos zombis payos que comienza a asediar el lugar.
No se puede describir más La cabaña del terror sin arruinarle la sorpresa al lector que no la haya visto. Baste decir que los científicos del inicio, Sitterson (Richard Jenkins) y Hadley (Bradley Whitford), son los encargados de programar los horrores que acechan al grupo de jóvenes. Ellos funcionan como los guionistas de la película (que en realidad son el propio Goddard y el hiperactivo Joss Whedon), en una especie de combinación entre la vigilancia televisiva de The Truman Show (Peter Weir, 1998) y el espacio tecnológicamente controlado de Oestelandia (Michael Crichton, 1973).
Antes de que haya llegado a su conclusión –coincidente con el elemento lovecraftiano de Prometeo (2012) sobre que los dioses están encabronados– la película cambiará de curso un par de veces más, para incluir un carnaval de monstruos, donde es posible reconocer a un cenobita de la serie Hellraiser o al payaso asesino de la miniserie Eso (Tommy Lee Wallace), dentro de pasadizos evocadores de la primera de la serie Resident Evil (Paul Anderson, 2002). Para rematar, Sigourney Weaver hace una breve aparición final.
Todo está narrado con el guiño al espectador aficionado al género, sin que Goddard trate de pasarse de listo. El uso sarcástico de los mecanismos más sobados del cine de horror va mucho más allá de las parodias de Scream, debidas a Wes Craven. La deconstrucción del género es la estructura misma y el propósito de La cabaña del terror. Quizá a Goddard le falte un poco más de habilidad formal para llegar al grado de delirio necesario. Su opera prima revela que conoce sus fuentes y sabe jugar con ellas. Vamos a ver si es capaz de trascenderlas.
La cabaña del terror
(The Cabin in the Woods)
D: Drew Goddard/ G: Drew Goddard y Joss Whedon/ F. en C: Peter Deming/ M: David Julyan/ Ed: Lisa Lassek/ Con: Kristen Connolly, Chris Hemsworth, Anna Hutchison, Fran Kranz, Jesse Williams/ P: Mutant Enemy. EU, 2011.
Twitter: @walyder