n todas las comunidades políticas hay un cruce de realidades, una es la formal o jurídica y otra es su naturaleza sociológica: deber ser y ser. En el caso de la ciudad de México conviene, cuando se piensa en esta gran concentración demográfica, considerar ambas aristas para entenderla cabalmente.
Jurídicamente, conforme al artículo 44 constitucional, la ciudad de México es el Distrito Federal y por tanto el Distrito Federal es la ciudad de México; no siempre fue así, antes el territorio escogido para Distrito Federal estaba formado por varias poblaciones diferentes, la capital y algunos municipios autónomos, separados por zonas despobladas o dedicadas a la agricultura; la mayoría de los municipios se convirtieron después, por razones históricas y políticas, en los conglomerados funcionales llamados hoy delegaciones.
Conforme a otro artículo de la Constitución, el 43, el Distrito Federal es una de las partes integrantes de la federación, pero no es un estado, es una entidad de excepción. El precepto enumera desde Aguascalientes hasta Zacatecas, por riguroso orden alfabético a los 31 estados libres y soberanos en su régimen interior y en teoría política unificados en un estado más amplio que los abarca, que tiene plena soberanía y es sujeto de derecho internacional.
Fuera de esa lista por orden alfabético, sin ser estado, está el Distrito Federal, pero no se crea que es un ente de categoría inferior o algo menos que un estado como lo fueron los territorios; por el contrario, la ciudad de México o Distrito Federal, tiene un estatus diferente y de cierta manera superior al de las demás entidades de la federación, sin duda porque aquí radican los tres poderes supremos de la República, pero también por ser la ciudad de todos los estados, cabeza de ellos y centro de gobierno.
Ser la capital es más que ser un estado y de darse el supuesto del artículo 44, de que los poderes federales se trasladen a otro lugar, el actual territorio del DF se transformaría, entonces sí, en el estado del Valle de México. Estaríamos así ante dos fenómenos teóricos muy interesantes: Un nuevo Distrito Federal en otro sitio y aquí un estado muy diferente a los demás en geografía, población, industria y comercio hipertrofiados. Un solo dato: el DF genera 20 por ciento del PIB con menos de 10 por ciento de la población. De convertirse en estado, sería un súper estado.
En cuanto a la naturaleza sociológica de la capital, no podemos menos que asombrarnos ante la intensidad de la vida capitalina, movilidad en todos sentidos, en especial económica y social. Hay aquí los ingredientes propicios para caer en un estado de caos o de anarquía: más de ocho millones de habitantes, cuatro millones de vehículos, mezcla confusa de barrios pobres y marginados con zonas residenciales; industria y comercio como en ninguna otra ciudad del país y no sólo los negocios más o menos lícitos, también me refiero al contrabando, a la mal llamada piratería industrial, a la trata de personas, a las drogas, todo un coctel propicio para la explosión y con todo eso, estamos ante un orden que no deja de asombrar; se vive y se vive bien, hay orden, gobernabilidad y alto grado de seguridad que hace que los habitantes de otras entidades busquen a esta ciudad como refugio.
Adelanto una explicación para que otros con mejores herramientas de antropología social den mejores razones científicas. Creo que lo que hace distinta a nuestra ciudad de otras zonas del país, es que aquí la politización y la información que circula a gran velocidad es mayor que en otros lados, somos una sociedad muy informada y muy politizada.
Por ello las autoridades deben ser simultáneamente muy eficaces, en especial las fuerzas del orden, pero muy sensibles y respetuosas de las manifestaciones ciudadanas. Casos como la represión a manifestantes o bien obras hechas a contrapelo de la opinión pública pueden ser el inicio de cambios en la calificación que los habitantes hacen día a día del gobierno; el Distrito Federal cuenta con una ciudadanía viva, atenta y decidida, que no se olvide.