arguerite Yourcenar relata, en ese diamante negro de luz prístina, Le Coup de grâce, una estrujante historia de amor y amistad. Las confidencias son hechas en la estación ferroviaria de un lugar sin lugar: territorio fronterizo sin fronteras que se arrancan los países vecinos. ¿Qué territorio más fértil sino ése que engendra lilas de la tierra muerte/cosecha memorias y anhelos situado por TS Eliot en abril, el mes mas cruel? Tierra baldía, lugar que no tiene lugar, donde cesa el tic-tac, terreno movedizo del viaje.
¿Quién no ha oído, en tren, en barco, en avión, las confidencias de quien nunca volverá a verse? ¿Quién no ha revelado, durante una travesía, secretos que no revelaría a un íntimo? El extranjero se confiesa en país ajeno, el viajero oye el relato que le hacen porque no es sino eso: una persona de paso.
Una mañana, sentados a la mesa de una terraza en Coyoacán, Carlos Montemayor me preguntó cómo, viviendo en París, estaba enterada de tal o cual cosa. Le recordé que él mismo me había confiado en otra terraza, la del café del Louvre, reflexiones que brotan durante el viaje que escapa a las manecillas del reloj y propicia las confidencias. Al viajero se le cuentan secretos que se llevará lejos.
Durante un viaje a Gradignan, vecina de Burdeos, invitada por Lionel Destremau al Festival Lire en Poche, participé con Patrick Bard en un encuentro sobre las ciudades extremas, tema de la feria del libro de bolsillo este año. Las ciudades escogidas para nuestra plática fueron Juárez y México. Ciudad Juárez porque Bard es el autor de La Frontière, una novela de suspenso y horror sobre los feminicidios cometidos. Ciudad de México por mi novela, publicada en Francia como L’Autobus de Mexico y que, al fin, aparece ahora en México bajo el título de Calzada de los misterios (Fondo de Cultura Económica).
Una simpatía inmediata se dio entre Patrick y yo. Parecíamos viejos conocidos, arrancándonos la palabra para hablar de Graciela Iturbide, de Toledo, de Pablo Ortiz Monasterio y tantos otros amigos comunes. Para acordarnos de tal calle, tal tren, tal polvareda soplada por el desierto de Chihuahua, donde Rulfo vio convertirse en polvo los huesesillos calcinados de los chinos abandonados por los traficantes de esclavos.
Bard me dio datos de los feminicidios que sus informantes prefirieron murmurar que gritar por temor a represalias, fue tal vez porque, extranjero, sus interlocutores pueden confiarse al viajero que se llevará con él las confidencias. Secretos a voces que Patrick me relata en una ciudad de película de los años 50, antes de Rebeldes sin causa, cuando el pasante podía mirar al ama de casa cocinando, las bardas no medían más de un metro, las puertas quedaban abiertas.
La seguridad en Gradignan es hoy rara: uno de los funcionarios de la alcaldía, quien, como otros responsables, sirve de chofer entusiasta a los invitados, se encarga de la seguridad y las festividades.
Gradignan es tan seguro que el número de policías ha disminuido. El festival es, sin duda, consecuencia de esta convivialidad. Ningún escritor trata de robar escena. Al contrario, hay gusto por conocer al otro. Hoda Barakat, exilada libanesa, me regala un trozo de mosaico de su país desgarrado por las guerras.
El compañero de la escritora Odile Massé, me cuenta sus experiencias de director de teatro, Jack Lang y Héctor Azar, Ionesco, el absurdo. Oscar Coop-Phane, apenas 20 años, es más europeo que francés, sin por esto olvidar su lengua en Zenit-hôtel, su primera novela.
Durante la cena, converso con la escultora Bigata, compañera de escuela de Bertha Fuentes, hermana de Carlos. Recuerdos de una lejana infancia. Jean-Jacques Bonnie, propietario de Malaretic Lagravière, quien ofrece los vinos, habla de Argentina.
Presente, la plaza del Zócalo, inmensa, ardiente, de la ciudad de México. Plaza fundadora del continente americano: ahí donde la sangre corre, repite Patrick Bard con un escalofrío que siento recorrerle la espina dorsal.