Miércoles 7 de noviembre de 2012, p. 5
Todos sabemos o sentimos que las artes –como señala Mario Vargas Llosa a propósito de la literatura– son, han sido y seguirán siendo, uno de esos denominadores comunes de la experiencia humana, gracias a lo cual los seres vivientes se reconocen y dialogan. Las artes inciden en todos los aspectos de la condición humana y pertenecen, a la vez, a la actividad intelectual y espiritual del hombre.
Sin embargo, inmersas en un tipo de sociedad como el que priva hoy en prácticamente todas partes, las artes en realidad no tienen ya ningún sentido: no son necesarias. No lo son en la sociedad del entretenimiento, una sociedad que privilegia ciertos comportamientos, ciertos valores referidos casi exclusivamente al dinero, y en la que el arte, en especial el de nuestro tiempo, se encuentra cada vez más arrinconado por un mercado cuyos productos están sujetos a la oferta y la demanda.
En ese ámbito, el éxito artístico se mide en términos económicos y, en consecuencia, lo valioso, lo que de veras vale, es aquello que tiene un precio constante y sonante. En tal contexto, la música, digamos, de Silvestre Revueltas, es un sonoro fracaso: la venta de sus discos y las ganancias que eso conlleva, no puede competir ni de lejos con la de cualquier cantautor o cantautora de moda en la televisión, o fuera de ella.
Estos últimos venden decenas de miles de cds y dvds, la música de Revueltas apenas unas cuantas copias. Aquí no hay ganancia posible, es claro que el dinero está en otro lado. Tal producto, tal música –y estoy hablando de la de un conocidísimo compositor mexicano– no interesa al mundo del espectáculo, al mundo del mercado, simplemente porque no está sujeta a las leyes de la oferta y la demanda. No podría ser de otra manera: el ejercicio de la composición musical, y de las artes todas, tiene que ver con cuestiones que atañen al lenguaje, a la forma, a consideraciones eminentemente artísticas, no de mercado. Por ello, el mundo mediático del entretenimiento no sabe qué hacer con la cultura, no sabe qué hacer con las artes, cree que deben servir para algo en términos económicos, le parece poca cosa que sólo sirvan para darle sentido al hombre y al mundo.
Ajenas a ese territorio mediático, las artes han recurrido siempre para su subsistencia a la práctica o ejercicio del mecenazgo, quiero decir, a la ayuda, a la financiación desinteresada, en cuanto a ganancias económicas se refiere, de parte de instituciones públicas o privadas. En un tiempo la Iglesia lo ejerció, en otro la aristocracia, en otro más los cultos hombres de negocio. En nuestro país –y no es el único– es el Estado el que ha asumido históricamente la responsabilidad de estimular, conservar y difundir el arte nacional en sus diferentes manifestaciones (aunque es verdad que hay una cada vez mayor participación de la iniciativa privada en asuntos que tienen que ver con la cultura y las artes).
Tenemos instituciones creadas precisamente para proteger y promover el arte en sus formas superiores: Ahí está el Instituto Nacional de Bellas Artes con sus orquestas y teatros, sus museos y escuelas, sus centros de investigación artística y su Sistema de Coros y Orquestas Juveniles; y tenemos, en tiempos recientes, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, el Fonca, que depende del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Conaculta, y que lleva a cabo una serie de estupendos y eficientes programas, tales como, México en Escena, el Sistema Nacional de Creadores y el de Jóvenes Creadores, entre muchos otros.
Después de alrededor de veinte años de haberse fundado el Fonca, el resultado de sus políticas culturales y artísticas ha sido, en verdad, espléndido. En el ámbito musical, por ejemplo, los compositores mexicanos de música clásica reciben por primera vez un estímulo económico que les permite dedicar más tiempo a escribir música; esto ha traído consigo la producción de un amplio e importante repertorio de obras para todos los géneros instrumentales y vocales. Al mismo tiempo, los intérpretes participan activamente en uno de los programas del Fonca, el llamado Sistema de Creadores Escénicos, y debido a ello, las obras compuestas se han estrenado y, lo que es aún mejor, se han grabado. Hoy tenemos una formidable colección de música mexicana grabada. La cantidad de discos grabados en los últimos años supera con creces los discos grabados previamente en toda la historia de la música mexicana.
Estoy cierto de que tales políticas culturales deben tener una continuidad y una renovación y mejoramiento constantes. Con ellas, el Estado mexicano reconoce y se identifica con el mundo de las artes y de las ideas, y apuesta por la inteligencia y el espíritu.
Dentro de los programas del Fonca hay uno, y todos lo aplaudimos, que contempla un apoyo a la educación artística en un nivel profesional. Aquí habría que hacer énfasis en la necesidad de tener una educación artística no profesional en todos los grados escolares: desde el jardín de niños hasta las escuelas primaria, secundaria y preparatoria. Frederick Froebel, el iniciador del Kindergarten, recomendaba el cultivo de las artes desde la infancia y, refiriéndose a la música, sostenía que era fundamental el cultivo del canto no con la finalidad de hacer un artista de cada discípulo, sino de asegurarle a cada alumno un desarrollo completo de su naturaleza y hacerlo capaz de apreciar el arte musical
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En nuestro país es una necesidad inaplazable contar con un tipo de organización o programa en el campo de la educación que contemple la implantación de actividades artísticas en, por lo menos, los grados de primaria y jardín de niños. Un sistema que considere el arte como un factor decisivo en el área escolar y que reconozca y saque partido del enorme potencial que poseen las artes para el desarrollo intelectual y afectivo del niño.
Es de esperar que el Estado mexicano y, con él, las futuras administraciones culturales y políticas continúen y enriquezcan tales proyectos y los contemplen con la seriedad e importancia que tienen. De esa manera, se podrá alcanzar el nivel de excelencia que las artes y la educación requieren.
Muchas gracias
Texto leído por el compositor mexicano durante la reunión privada del lunes que sostuvieron intelectuales con el presidente electo Enrique Peña Nieto