El Palazzo Blu de esa ciudad italiana presenta amplia exposición del artista ruso
La muestra documenta la presencia del pintor como puente cultural entre su patria y Alemania, dice la curadora Eugenia Petrova
Exploró la gráfica, el diseño, el teatro, la poesía y la música
Miércoles 14 de noviembre de 2012, p. 4
Pisa. Una de las muestras más interesantes de este otoño en Italia es acogida por el Palazzo Blu; fue inaugurada el pasado 13 de octubre y terminará el próximo 3 de febrero, con posible itinerancia en Bruselas.
La exposición está dedicada a las primeras dos décadas creativas del artista ruso Wassily Kandinsky (1866-1944), donde se analiza la fase menos conocida de quien es considerado fundador y teórico de la abstracción.
Abarca de 1900, cuando pintó sus primeros cuadros en Munich, hasta el momento en que abandonó de manera definitiva su patria, en 1921.
La idea de montar la muestra, así como la curaduría, son de Eugenia Petrova, directora adjunta del Museo Estatal Ruso en San Petersburgo, al cual se debe el préstamo de la mayoría de las obras en exhibición, recinto que conserva la colección más amplia de pintura vanguardista rusa en el mundo.
La ciudad de Pisa, que había quedado fuera del principal circuito de exposiciones en Italia, se ha ido integrando a éste a partir de la remodelación del renacentista Palazzo Blu –así llamado por el insólito color azul de su fachada, el cual fue pintado en el siglo XVIII–, cuando comenzaron en 2009 las muestras contemporáneas vinculadas a un tema común a partir de un artista diferente, hasta ahora centrado en la importancia del Mediterráneo en la obra de Chagall, Miró y Picasso, con 250 mil visitantes.
Alrededor de la abstracción
La exhibición de Kandinsky discurre en torno a la abstracción y, respecto de las anteriores, aparece más sólida y singular. “El valor de la exposición –explica Eugenia Petrova a la prensa– consiste en mostrar con imágenes lo que hasta ahora se ha dicho teóricamente: evidenciar, por un lado, los estímulos que fueron forjando la personalidad del artista, sea en Rusia o en Munich. Por el otro, destaca su presencia como puente cultural entre Alemania y Rusia, al participar en la renovación artística”.
La obra de Kandinsky está ubicada principalmente en cuatro museos: Lenbachhaus, de Munich; el Centre Pompidou, de París; el Guggenheim, de Nueva York, y el Estatal Ruso, de Moscú, de entre los cuales la colección de éste es la menos conocida, porque permaneció en la oscuridad hasta el ocaso de la Unión Soviética, en los años 90 del siglo pasado.
La retrospectiva más reciente dedicada al artista, itinerante en los tres primeros recintos (de octubre de 2008 a enero de 2010) no incluyó al museo ruso.
Ahora, la exposición en el Palazzo Blu es una oportunidad para conocer a un Kandinsky poco convencional a través del coleccionismo ruso, a pesar de vacíos importantes, como la ausencia de préstamos de la Galería Estatal Tretiakov, de Moscú, la cual conserva la célebre Composición VII, 1913 y Moscú I, de 1916.
En contraste, un gran acierto son las obras de museos casi inalcanzables por su ubicación lejana, que enviara el mismo Kandinsky para difundir la vanguardia cuando trabajaba en reorganizar esos recintos para el gobierno revolucionario.
Encontramos obra en las ciudades de Tiumén, Omsk y Krasnoyarsk, en Siberia, así como en Nizhni, Nóvgorod y Kazán, hasta Vladivostok.
Sin embargo, el objetivo de Eugenia Petrova no es mostrar el Kandinsky ruso, aunque éste sea uno de los mayores atractivos de la misma, sino la forma en que el artista se apropia de los estímulos de su época y los lenguajes que va absorbiendo hasta superarlos y transformarlos en expresión puramente abstracta.
El pintor escribió al respecto: Haber sido el primero en poner la pintura en el terreno de los medios expresivos puramente pictóricos y haber eliminado los elementos objetivos de la imagen
. Su interés estaba en la experiencia espiritual que el cuadro debía transmitir al espectador, utilizando un complejo código de formas y colores capaces de tocar las cuerdas más íntimas del alma humana, como hacía la música.
Ese concepto, Kandinsky lo plasma en el libro De lo espiritual en el arte (escrito entre 1908-1911, pero fechado en 1912) y en su continuación, Punto y línea sobre el plano (1926).
La muestra transmite la complejidad cultural que Kandinsky absorbió, mediante 130 obras y objetos –de las cuales unas 50 son del pintor– comenzando por la Rusia del simbolismo.
Otro elemento en la obra de Kandinsky es la absorción de toda una cultura de valorización del folclor ruso, iniciada desde el Romanticismo, como es claro en la literatura de Pushkin, pero que cobra auge durante la adolescencia del pintor.
La muestra incluye litogra-fías, pinturas y objetos cotidianos, como ruecas, puertas, cajas, cinturones bordados que evocan uno de los relatos más famosos del artista, cuando siendo joven visitó una izbá en Vologda, donde fue cautivado por los objetos, adornos, iconos y caballeros legendarios, en una explosión de colores que emanaban de la pequeña casa rural en la cual, según el artista, aprendí por primera vez a mirar un cuadro no sólo desde afuera, sino a entrar y moverme en él, a mezclarme con su vida
.
Se aprecian también sus primeras obras fauvistas de color saturado, como Iglesia roja (1901-03), que lo anuncia como uno de los mayores coloristas del siglo XX, hasta la contraparte de un raro Kandinsky en blanco y negro
de la serie de xilografías de Poemas sin palabras (1903).
Se ve a un artista que incursionó en la gráfica, el diseño, el teatro, la poesía, la teoría del arte, la gestión cultural y la enseñanza, además de su pasión por la música.
Una sala dedicada a la obra pictórica del compositor Arnold Schönberg recuerda esta inclinación de la cual nació una amistad recíproca, además de una compenetración ideológica, recordada en pinturas como Nocturno I (1910).
En contraste, falta una reflexión crítica de los únicos siete años que Kandinsky pasó en su patria desde que dejó Alemania, tras el inicio de la Primera Guerra Mundial hasta diciembre de 1921, cuando Walter Gropius lo invitó a colaborar como profesor en el Bauhaus, de Weimar.
Un ensayo de Giulio Carlo Argan narra cómo dicha salida se debió más que a una disensión política, a una ruptura con los movimientos culturales más relevantes (suprematismo, constructivismo y realismo). Al dejar definitivamente Rusia, se concluye lo que la exposición subraya: la relación que Kandinsky siempre mantuvo con el ambiente cultural de su patria.