ras el asesinato del líder militar de Hamas, Ahmed Jaabari, perpetrado el miércoles pasado en Gaza por la aviación israelí, y luego del lanzamiento continuo de explosivos caseros desde ese cercado territorio palestino, las fuerzas de Tel Aviv efectuaron una primera oleada de bombardeos masivos que, según un primer recuento, dejó cerca de 20 muertos y centenas de heridos en Gaza, en tanto que tres israelíes murieron y otro resultó herido en la localidad de Kyryat Malaji. Esta nueva escalada hace temer que se repita algo similar a la operación Plomo endurecido lanzada por Israel sobre Gaza a finales de 2008 y principios de 2009, que costó la vida a centenares de hombres, mujeres y niños.
El gobierno de Benjamin Netanyahu trata de legitimar los bombardeos sobre Gaza como una acción defensiva
, postura que ha recibido el respaldo del gobierno estadunidense. En la versión de ambos, los bombardeos son una respuesta justa a los ataques con misiles improvisados lanzados desde Gaza sobre territorio isrsaelí. Tal discurso omite, sin embargo, el contexto y los antecedentes de los enfrentamientos actuales. Pretende ignorar el hecho de que Israel se ha negado durante casi medio siglo a devolver a los palestinos los territorios que ocupó de manera ilegal en 1967, a pesar de que se lo ordenan dos resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU –la 242 y la 338–; por el contrario, el régimen de Tel Aviv ha practicado desde entonces en Cisjordania y Jerusalén oriental una política de arrasamiento de la población y colonización. Ha despojado a los palestinos de sus derechos humanos y políticos básicos, de sus recursos hídricos y de extensos territorios, y ha controlado esas zonas, además de Gaza, mediante el terror militar y los asesinatos selectivos o colectivos. Desde hace años, y con la complicidad o al menos con la complacencia de la comunidad internacional, el régimen israelí mantiene sobre Gaza un bloqueo implacable y no ha dudado en ordenar el asesinato de activistas extranjeros que han buscado romper ese cerco de manera pacífica para llevar víveres y medicinas a los habitantes de la franja.
Hoy día, mientras las fuerzas israelíes lanzan decenas de misiles aire-tierra sobre Gaza, el régimen de Tel Aviv pretende impedir a toda costa que el gobernante cisjordano Mahmud Abbas acuda a la ONU para lograr el reconocimiento de Palestina como Estado observador, hasta el punto de que el canciller israelí, Avigdor Lieberman, amenazó al titular de la Autoridad Nacional Palestina con una respuesta extrema de nuestra parte
. A la vista de lo que ocurre en Gaza no es difícil imaginar a qué clase de respuesta se refiere el funcionario.
En tal circunstancia, los lanzamientos de cohetes artesanales desde Gaza hacia territorio israelí constituyen la respuesta de un pueblo despojado, masacrado, sometido al terror permanente y confinado en lo que ha sido descrito como la mayor cárcel al aire libre en el mundo. El que esa respuesta sea ineficaz y hasta contraproducente no justifica que se le convierta en argumento para la consumación de nuevas masacres. La pretensión de aplicar criterios simétricos para la violencia de los oprimidos y la de los opresores conlleva una inmoralidad mayúscula, por cuanto pretende ignorar la condición de víctimas de los primeros y la de victimarios de los segundos. Es tan grotesca como lo habría sido la condena a los habitantes del gueto de Varsovia que en enero de 1943 se alzaron en armas contra los nazis.
En el momento presente, cuando se perfila el peligro de una nueva lluvia de plomo endurecido sobre la población inerme de Gaza, resulta impostergable que las sociedades de Estados Unidos y Europa occidental se movilicen y presionen a sus respectivos gobiernos para que éstos, a su vez, impongan al régimen de Tel Aviv una mínima contención antes de que el planeta asista a otra masacre de palestinos.