La solidaridad de Raúl Vera López
erdonen que por mi incapacidad para sintetizar y editarme sea tan reiterativo, pero me incomoda sobremanera quedarme con datos que supongo importantes. Vienen dos detallitos de don Raúl. 1.- Su activa solidaridad con los pobladores de Atenco, con los presos políticos de Oaxaca y los de Ayutla de los Libres, Guerrero (¡vaya nombre más hermoso). 2.- Los premios y reconocimientos que ha recibido son múltiples, pero el Rafto (2010) tiene una singularidad: a cuatro de las personas que lo han obtenido les ha sido otorgado posteriormente el Nobel de la Paz. Este premio se estableció en Noruega, en honor del profesor Thorolf Rafto, en 1986, defensor indeclinable de los derechos humanos. The End.
De pasadita. La orden de predicadores o dominica no es una perita en dulce. La fundó Domingo de Guzmán en Francia, la confirmó el papa Honorio lll, y es responsable de una de las primeras invasiones imperialistas de la historia: la Cruzada Albigense en 1216. Las cruzadas decían obedecer un mandato divino para ir en busca del Santo Grial, del Santo Sepulcro, de la Tierra Santa, como hipócritamente se les nombraba a las maravillosas especias y otros muchos productos de las tierras invadidas. Ahora los sagrados ideales con los que se pretenden justificar las masacres de nuestros tiempos son la libertad, la democracia, el progreso, la igualdad. Para abreviar, les podemos llamar energéticos.
Tanto se distinguieron los dominicos en los campos de la teología y la filosofía, que en 1231 son nombrados responsables de la organización de esa infamia terrible que fue la Santa Inquisición.
Si alguien leyó esta columneta hace algunos meses, recordará una amplia referencia a Girolamo María Francesco Matteo Savonarola (Ferrara, 1452/ Florencia, 1498), el gran inquisidor y víctima, asimismo, de tan inicua institución. Pues Savonarola era nada menos que dominico. A cambio, sin embargo, están los nombres de otros predicadores que compensan, con creces, la balanza: Tomás de Aquino en el siglo XIII, y en el XV, nada menos que el de Francisco de Vitoria. Leí una serie de citas que sobre el pensamiento de este ilustre dominico elaboró fray Ramón Hernández O.P. Me emocionaron tanto sus conceptos, que me he propuesto dar a conocer algunos de ellos al final de estas columnetas.
Termino la saga dominica con alguien muy entrañable para nosotros: fray Bartolomé de las Casas. Nacido en Sevilla, llega a nuestras tierras en 1502. Durante ocho años, como buen encomendero que era, libró una despiadada guerra contra los indios. Regresó a España, estudió en Salamanca. No tengo tiempo de investigar si coincidió con Vitoria, pero no importa: para la Gracia, los caminos son infinitos
. Don Bartolomé renuncia a sus encomiendas, se convierte en el primer sacerdote diocesano del Nuevo Mundo y empieza a predicar contra el sistema de explotación e injustica imperantes. Posteriormente se hace dominico y, junto con Montesinos y Pedro de Córdoba, constituyen la más apasionada y aguerrida defensa de los legítimos señores de estas heredades: los habitantes originarios del continente que, aunque lo quieran calificar de nuevo, la teoría migratoria más aceptada en la actualidad nos remite a la última glaciación (Würm o Wisconsin), como el momento en que nómadas de origen asiático pasaron del Asia Oriental a Norteamérica. Entonces, los navegantes de las tres carabelas no nos descubrieron, porque además de que no estábamos escondidos, lo más seguro es que los naturales, detrás de unas rocas o palmeras, divisaran primero a sus tripulantes y cantaran: “los hermanos Pinzones eran unos…”
Ya entrados en el tema de los dominicos, paso a contarles un cuentecillo: Once upon a time, en un cercano lugar de cuyo nombre (en tiempos de transición más vale no acordarse), el jerarca mayor de la santa iglesia católica y romana (supongo que era el nuncio apostólico) decidió convocar a los superiores de todas las órdenes religiosas que a Dios servían en el país, a una reunión cumbre para, en una sola voz, elevar al Señor una plegaria, una rogatoria colectiva por la paz. Me imagino que el representante papal consideró que si reunía a los más altos dignatarios y en una cumbre, pues la comunicación sería más pronta y expedita con el Altísimo. Allí se congregaron franciscanos, jesuitas, dominicos, salesianos, capuchinos, mercedarios, agustinos y carmelitas descalzos (creo que se colaron algunos con tenis, pero nadie la hizo de tos). Se notó la ausencia de cartujos y trapenses. El rumor era que se habían extraviado, pero como además de los tres votos monásticos: pobreza, obediencia y castidad (conocidos también como las Rigurosas reglas de Onésimo
), ellos asumieron el del silencio, no lograban que nadie les diera orientación. Llegaron, eso sí, los cistercienses que, como es sabido, se comunican por medio de un código de signos gestuales. El segundo día de la reunión se encontraron deambulando por los jardines el franciscano y el dominico (creo que el franciscano levitaba), ambos se veían deshechos, como si hubieran tenido una juerga de silicio durante toda la noche. Como habían convivido antes y, confesádose el uno al otro, sabían lo que les acontecía: ¿terrible noche?
, dijo uno. ¡Insoportable!
, contestó el otro. ¿Qué hacemos? La disyuntiva es clara: nos aventamos por la libre o pedimos autorización. El riesgo también es claro
, consideró el primero: atrevernos sin permiso es grave, pero hacerlo después de que la autorización nos sea negada, mortal. No hay vuelta de hoja, pidamos permiso
, opinó obviamente el franciscano, mismo que, tras la audiencia con el nuncio, salió con una cara que denotaba su convicción de que el Santo de Asís había sido un publicista ligeramente excedido en la exaltación de las bondades del Lobo de Gubbio.
Horas después se rencontraron un franciscano ajado, 20 años más viejo que horas antes y con notorias muestras de un fuerte desequilibrio emocional, y un dominico exultante, luciendo esplendorosa alba o túnica blanca, una capilla con esclavina, un escapulario y su rosario de 15 misterios que constituyen su hábito. El dominico daba profundas aspiradas a un enorme pitillo, mantenía largo tiempo el humo en su interior para luego exhalarlo y formar unas volutas en que se leía: “laudare benedicere praedicare (lema de la orden de los predicadores).
El franciscano salió de sus beatíficas casillas y enfrentó al dominico: ¿Cómo puede ser posible que vos, hermano, desafíes la instrucción del representante del sucesor legítimo (no como otros), de la piedra sobre la que se edificó nuestra iglesia?
“¡Calma, hermano, calma! Jamás me atrevería a tal desacato. Su Excelencia, su Dignidad, su Ilustrísima, no sólo me dio su venia, sino que me felicitó por mi devoción y entrega“, se defendió el dominico. No puede ser posible esta injusticia, esta inexplicable y anticristiana diferenciación
, gritó fuera de si el franciscano, cuyo hábito, de sayal rasposo, le hería lo más sensible de sus partes pudendas. En este momento, apenado, me veo obligado, a una aclaración tardía: mi falta de capacidad para la narrativa ha ocasionado que llegue hasta aquí, sin aclarar el nudo del asunto: el dominico y el franciscano eran unos varones de virtud: guardaban sus votos con absoluta fidelidad pero… tenían una pequeña debilidad: el tabaco. Lo que ambos suplicaban al big brother era, tan solo, su autorización para un toquecito de cuando en vez (¿en los monasterios no habrá terrazas para fumadores empedernidos?).
Pero ahora lo que importa dilucidar es: ¿desobedeció el dominico a los mandos superiores? ¿Es el franciscano víctima de una represión (se acuerdan de Rodney King) extrema? Eso lo sabremos la próxima semana, porque hoy, para terminar, transcribo las primeras ideas del dominico Vitoria, que me parecen ligeramente oportunas para el actual momento que morimos: 1.- Ninguna guerra es definitivamente justa, si aporta a la república más mal que bien, aunque tenga todos los otros títulos o razones de guerra justa. // La guerra que aporta más mal que bien al orbe, aunque sea provechosa para una provincia o para toda una república, es injusta. // Si al súbdito le consta la injusticia de una guerra, no puede ir lícitamente a ella, ni aun por el mandato del rey. // Ni los rehenes ni los rendidos, ni los prisioneros, deben ser muertos por el sólo delito de la guerra. // Tres reglas de oro de la guerra: antes de ella, buscar todos los medios de la paz; durante ella, hacerla sin odio y por la sola justicia; después de ella, usar el triunfo con moderación.
Sospecho que Francisco de Vitoria, no fue funcionario de este sexenio.
P.d. ¿Qué le dijo el Rey de copas, o séase el monarca ibérico, a Felipe de Jesús, durante su reciente desayuno, mientras el presidente español iba al baño? No se me agüite, mi súbdito, nomás que nos quedemos solos sirven las mimosas, lo que pasa es que éste, es muy Rajoy
.