Opinión
Ver día anteriorJueves 22 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La protesta de cajón
C

uando Porfirio Muñoz Ledo increpó al presidente De la Madrid el primero de septiembre de 1988, durante la lectura del informe presidencial, nos sorprendió a todos. La sorpresa fue la clave del efecto de su protesta. Además, si lo que buscaba el entonces senador era moverle el piso al orador, lo logró, aunque no tanto como para exhibirlo en sus debilidades porque la verdad es que De la Madrid no perdió la compostura, por desconcertado que estuviera. No creo que el objetivo de Muñoz Ledo fuera restar solemnidad a una ocasión solemne por definición, que lo es en todas partes donde el jefe del Ejecutivo pronuncia un discurso similar. La inopinada interrupción buscaba más bien restablecer la paridad entre los poderes del Estado; fue como arrebatarle al presidente el micrófono –y mucho más– que se había llevado sin permiso. Además, la exigencia de Muñoz Ledo se apoyaba en la autoridad que derivaba de su condición de legislador, pero también en su calidad de político avezado que había sido secretario de Estado y presidente del PRI. Muchos repudiaron su gesto. Lo acusaron de escandaloso, descortés, mal educado, provocador y muchas cosas más; pero lo cierto es que llamó la atención sobre el novedoso significado de la presencia en el Congreso de oposiciones legislativas renovadas por el voto, y ya no por el simple cálculo porcentual de distribución de curules.

Desafortunadamente lo que fue un fresco desafío se ha convertido en una mala costumbre que han adoptado sobre todo las izquierdas, aunque tanto panistas como priístas han echado mano de ese recurso. Los legisladores han desarrollado el hábito ya no sólo de interrumpir al orador, sino de tomar la tribuna para expresar su rechazo a la instalación de un nuevo presidente o a una ley, o para imponer pathos al debate. El problema es que esta forma de protesta ya se agotó, que abusaron de ella los legisladores, y que lo que un día pudo haber sido una estrategia que sacudió la modorra sobre la que reinaba el autoritarismo, hoy es una aburrición, una cantaleta que habla más de falta de imaginación que de injusticia o de flaquezas de la democracia.

Aleida Alavez, vicepresidenta de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, ya anunció que con algunos de sus compañeros de las izquierdas protestará de alguna manera contra la toma de posesión como presidente constitucional de Enrique Peña Nieto. Ojalá que no tomen la tribuna como preparatorianos relajientos. Ya lo han hecho demasiadas veces, tantas que han retrasado su maduración como fuerza parlamentaria confiable, y esa es una de las facturas que les ha pasado el electorado, pues sobre esta forma de protesta pesa más el nombre de Gerardo Fernández Noroña que el de Porfirio Muñoz Ledo.

Según Alavez, ella y sus compañeros no están ahí para convalidar lo que nos quieran imponer (La Jornada, 21/11/12). El problema es que al ocupar una curul, cobrar dietas, participar en las comisiones y decisiones legislativas, tener coche y chofer a la puerta y contratar un equipo de apoyo, todo eso que acompaña la condición de legislador, quien ostenta esa condición está ratificando implícitamente la elección que lo(a) puso donde está. Si imposición hubiera sido, estoy segura de que la habrían rechazado, ¿o no? Por ende, también aceptaron, aunque bajo protesta, la sentencia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en relación con el proceso que llevó a Peña Nieto a la silla presidencial. Entonces, si lo que anuncian es la toma de la tribuna, la acción será una pantomima, como las que han protagonizado de cajón los legisladores, muchas veces a carcajadas, y como si estuvieran con los cuates en un partido de futbol.

Dice la vicepresidenta Alavez que la gente de su distrito en Iztapalapa exige que protesten; pero no dice cómo. ¿Y por qué no los mismos legisladores les proponen que manifestarán su repudio a Peña Nieto a través de medios parlamentarios propiamente hablando? ¿Por qué no, si son tribunos, nos explican mediante la palabra las razones de su desacuerdo? ¿Por qué no habrán de educarnos en las prácticas parlamentarias, en lugar de llevar las tácticas de la calle al recinto parlamentario? ¿Qué sería más sorprendente, y, por consiguiente, efectivo: que los legisladores de oposición brinquen como potros de kermés desde su curul hasta la tribuna y extiendan una manta pintada, y así se salven de tener que pensar y de argumentar, o que un par de ellos pronuncien discursos agudos, claros, sugerentes y, por lo tanto, memorables? Apuesto a que lo segundo, entre otras razones porque confío en que si exigimos eso de nuestros legisladores, ellos sabrán responder a nuestras expectativas. Si éstas son muy bajas, no tendrán ningún incentivo para sacar lo mejor de sí mismos en el desempeño de sus funciones. En cambio, si esperamos de ellos la articulación de nuestras demandas, la verbalización de nuestras inquietudes o el desarrollo de argumentos que sustenten nuestras propuestas de solución a los problemas del país, tal vez, sólo tal vez, los legisladores se sentirán obligados a ser verdaderos representantes populares.