poyada por Efiteatro, (la instancia de ayuda al teatro que permite a las empresas dejar de contribuir al fisco por un monto igual al aportado en una escenificación), la productora Escarabajo estrenó Paisaje marino con tiburones y bailarina del prolífico dramaturgo estadunidense Don Nigro, dirigida –en su segunda incursión en este ramo de la creación escénica– por Bruno Bichir, quien también actúa junto a la actriz Tato Alexander. Se trata de una historia llena de trucos que ocultan la falsedad de una supuesta mirada distinta con la que se encara la relación de pareja, empezando por un título sugerente que invita a presenciar una magia que no existe. Como tampoco existe verosimilitud en la consabida historia real de amores y desamores que plantea.
A pesar de cierto misterio que envuelve a Tracy, como sería la razón de que estuviera a punto de ahogarse desnuda en el mar –que nunca se aclara, lo que es un punto a favor del personaje y del dramatugo– su conducta posterior es la de cualquier fatigada ama de casa con un trabajo nocturno remunerado y acosada por los celos del marido. La acción dramática se desenvuelve fragmentadamente en escenas cuyo enlace se platica (como en los viejos buenos tiempos de los dramas españoles de principios del siglo XX en que lo mejor se quedaba tras bastidores y se revelaba verbalmente en la siguiente escena) tal cual sería la sorpresiva declaración de Tracy en un momento dado de que es mesera por las noches. Tampoco es muy verosímil su enamoramiento de Ben, el tímido escritor y bibliotecario de medio tiempo que habita un chalet en la playa, o por lo menos las cadenas con que ella misma se aherroja, cuando su primera aparición la muestra como un espíritu libre y sin prejuicios, con una vida marcada como demuestra el símil de la profusión de tatuajes en su cuerpo. Por su parte, Ben, sin olvidar su timidez inicial, va desarrollando una firmeza de carácter que casi lo hace protector de la mujer, sobre todo cuando sabe de su embarazo.
A pesar de la posibilidad real de atracción de los opuestos, su encuentro daría pie a un amorío fugaz más que a esa falsa relación conyugal planteada por el dramaturgo. La ruptura final es congruente, pero poco añade a esta serie de lugares comunes con pretendida originalidad, sobre todo en la escenificación de Bichir. El chalet de Ben es convertido gracias al escenógrafo Gabriel Pascal en un alegórico mundo de arena y libros en el piso y encimados uno sobre otro, con seis lámparas de diferentes tamaño y formato sobre los libros apilados, una maleta y una máquina de escribir en el suelo, y un refrigerador en una esquina. Allí se desarrolla la acción escénica, que tampoco es real, porque aparentemente Ben no tiene más mudas de ropa –ni personal ni de cama– que lo que presta a Tracy para cubrir sus desnudeces, quedando con un pant que apenas cubre las suyas, en el limitado vestuario de Jerildy Bosch. A la mención literaria de Moby Dick, Ben saca la manga de lluvia que podría ser del capitán Ahab y la viste, en otro inútil movimiento escénico.
Con música original de David Martínez, Bruno Bichir actúa con solvencia, utilizando a Hassif Abdul como réplica para poder dar los movimientos asesorados por Jessica Sandoval y logra que la joven actriz –de no muy buena dicción ni gran capacidad actoral– Tato Alexander haga su trabajo. Ignoro todo acerca de la bella, que probablemente sea modelo (en el programa de mano se da crédito a quien diseñó su cabello, me imagino que el peinado, así como el color de éste) y de quien Internet me ofreció datos muy curiosos, que comparto. Se supone que a la señorita Alexander le encantaba esta obra desde sus tiempos de estudiante y se la ofreció a Bruno Bichir en un café. Que tardó tres años en traducirla, como si fuera un texto barroco y con la asesoría de Humberto Pérez Mortera, lo que, de ser cierto, no habla muy bien de las luces de la traductora. En el parto de los montes que resultan texto y escenificación, lo verdaderamente insólito es que se vea como un vistazo original a la relación amorosa de una pareja con todos sus problemas y acuciantes necesidades.