Opinión
Ver día anteriorLunes 26 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sin opción
¿C

ómo se mantienen luchando a lo largo de tantos años?, preguntamos a José Alfredo, de Las Abejas. “Luchar es como el aire –nos contestó sonriendo–; sin aire te mueres.”

Nos quedamos pensando. ¿Cómo será al revés?, nos preguntamos. ¿Puede vivirse sin luchar?, ¿con el mundo como está? Tendría uno que taparse con fuerza la nariz, para aguantar la peste que abarca todo; cubrirse las orejas, para no oír el clamor; tapiarse los ojos, para no ver lo que pasa; hacernos insensibles, que nada reportara la piel, que nada sintiéramos. Sería peor que la muerte, transitar como zombi para que no se viera lo muerto que uno está.

No sabemos bien qué hacer, a tientas como andamos en esta oscuridad. Seguramente nos equivocaremos. Pero no podemos dejar de luchar, cada día, en cada lugar, donde le toque a cada quien. Luchar para desmantelar una por una las relaciones económicas y políticas que nos oprimen, relaciones de explotación y dominación; luchar contra las relaciones crueles y autoritarias que se dan todos los días entre padres e hijos, entre hermanos, entre compañeros de trabajo, entre diversos grupos de trabajadores.

Uno de los desafíos más difíciles es aprender a definir con claridad lo que es el mal y quién es el malo, para orientar la lucha, no gastar la pólvora en infiernitos y no pelearnos entre nosotros.

Los compas de Comandante Abel repartieron la tierra con los oficialistas que los atacaban. Aunque nos costó la reubicación, lo hicimos con toda voluntad y corazón humano que tenemos como zapatistas, para evitar confrontaciones por diferencias ideológicas y para que cada grupo viva en armonía en goce de sus derechos agrarios y ejerzan su forma de vida y de organización, como cada grupo le convenga mejor, señaló la junta de buen gobierno Nueva semilla que va a producir. A pesar de eso los siguieron atacando. Tuvieron que refugiarse en la montaña. “Esos compas, los hermanos priístas, no son nuestros enemigos”, comentó uno de Comandante Abel. Son compañeros desorientados y mal encaminados. No podemos odiarlos. Ésta es sólo nuestra resistencia y nuestra decisión de no caer en la violencia.

No convierten en enemigos a otros como ellos. Pero saben del mal y del malo. Saben quiénes dan órdenes a los paramilitares y a la policía, quiénes están a la cabeza. “No es justo –señalan– que nuestros compañeros bases de apoyo sigan trabajando y sus cosechas sirvan para mantener la boca y sus culos de esos paramilitares… Es una pena que en México exista un mal gobierno que en su cabeza, en vez de tener inteligencia, tengan mierda en el cerebro.” Y dan nombres y apellidos de esos malos gobiernos.

No pasa semana sin que hablen claro, firme y fuerte las juntas de buen gobierno. Pero quienes reducen la voz zapatista a la del subcomandante Marcos se preguntan por el silencio de los zapatistas. No falta quien dude hasta de su existencia, porque ya no aparece en los medios. Y hay una izquierda fervorosamente antizapatista, que no sólo mantiene silencio cómplice ante los crímenes que se cometen diariamente contra los zapatistas, sino que toma parte en ellos. ¿Son parte del mal, del malo?

¿Qué hacer ante esta democracia que eliminó el demos de su nombre? Hierve Europa. Millones andan en la calle. Se trata de masas conservadoras, nos dicen compas italianos; sólo tratan de conservar lo poco que les queda y cuando más recuperar algo de lo que les quitaron ayer. Y los gobiernos ya saben qué hacer ante ellos: ignorarlos. Y sí, tienen razón. Reaccionan instintivamente cuantos vivían en el espacio de confort de sus legítimas conquistas y de pronto las pierden; sólo buscan conservar lo que tienen. Piensan que hay algo peor a que te exploten: que no te exploten. Exigen que les devuelvan sus cadenas. Y no importa su número en las calles: los gobiernos siguen impertérritos su camino, como hicieron aquí con las elecciones y la reforma laboral.

El día primero caerá otra vergüenza sobre nosotros. Cumplidas las formalidades, Peña podrá pretender que es nuestro presidente. Nunca lo será, para muchos, y empezará a caer desde el primer día, como le pasó a Calderón. Pero puede hacer tanto daño como éste. O más. ¿Qué hacer ante los compas que entran a ese juego o los que aún alimentan la ilusión de que algún día le tocará a uno de ellos esta ceremonia?

Tiene razón José Alfredo. Luchar es como el aire. Es hora de resistir. Pero como nos enseñan los zapatistas la resistencia no consiste, simplemente, en oponerse a lo viejo y defender lo propio. Exige, al mismo tiempo, construir lo nuevo. No hay opción.