errendo en negro
Lucero salió cornilargo
Espanto, bragado
Pero no tanto
no tanto como el torero.
Debió quedar el toril
triste, apagado, vacío
como un caudal sin río
después del parto cerril”.
Así cantaba el poeta torero Miguel Hernández al toro de lidia. Lo recordaba al ver la esplendida corrida de la ganadería de Los Encinos correr por el ruedo y embestir con alegría al capote y muleta de los toreros. Toros con presencia, trapío, bien rematados y lo que hay que tener, y al mismo tiempo más suaves que monjas enclaustradas. Lástima que sólo recibieron un puyazo sin recargar, pero, eso sí, con ritmo de intensidad y arrancadas en trance de agresividad.
Agresividad seguramente debida a una pena negra por la partida de la ganadería y la melancolía de dejar viudas a las vacas que les surtieron de tal alegría.
Toros para el toreo estilístico que gusta actualmente a los públicos. Toros que estallaban en una cohetería de fiesta nacional de notas alegres y palmeo hispano-mexicano en noches toreras. Explosión de torería y vida deslumbrante de los bureles que transmitía cálidamente la musicalidad del campo bravo del Bajío. Expresadas con vida propia que generaban impresiones antiguas que se plasmaban en nuevas imágenes.
Mucho gustaron los tres primeros toros que revistieron religiosidad. Tanta religiosidad que acariciaban de tan suaves y noblotes. Sin malas ideas y bellas láminas; sin pitones diabólicos espantables, recorrían el redondel con parsimonia lenta y ritual y fueron premiados con arrastre lento primero y segundo, y vuelta al ruedo al tercero. Naturalmente todos ellos se fueron a la carnicería sin las orejas que se llevaron sus matadores. Los aficionados con una borrachera de toreo empezaban a sentir la cruda de la más clara y transparente de las cervezas.
Julián López El Juli, Arturo Saldívar y Diego Silveti, salieron de la plaza de toros en hombros de los aficionados. Llamó la atención la maestría a que ha llegado el torero madrileño, lo mismo en el toro que desorejó que en el cuarto al que no le encontró la muerte rápidamente y en el que repitió su magisterio.
Por su parte, Arturo Saldívar y Diego Silveti enmudecieron el palenque y le dieron la respuesta a su alternante español. Ambos recrearon el toreo mexicano aterciopelado al correr la mano desde aquí hasta allá
, al salir la luna y alumbrar el redondel que había quedado en la oscuridad.
Desde mi percepción, la faena de Diego Silveti, además de clase, tuvo emoción por la cercanía por la que pasaban los pitones del toro.
En hora buena a los ganaderos Martínez Urquidi por un encierro tan esplendido. Cabe destacar que el toro de Santiago que rejoneó Mónica Serrano, a su vez tenía gran temple en las acometidas al caballo.