n días pasados surgieron algunas ideas sobre el tema de los transgénicos que considero deben ser comentadas. En primer lugar, y de manera lamentable, se confrontaron dos posiciones: una, la posición de Mario Soberón, del Instituto de Biotecnología, y la otra, la de Elena Álvarez-Buylla, del Instituto de Ecología, ambos de la UNAM. Soberón está a favor de introducir transgénicos en México y Álvarez-Buylla en contra.
Me parece lamentable colocar a Mario Soberón como el malo de la película, mostrándolo como un tramposo que manipuló datos para hacer aparecer el maíz transgénico como algo positivo. Se le acusa, como si fuera un crimen, de que además de recibir sueldo de la UNAM es dueño de varias patentes biotecnológicas, y que mantiene un doble papel: el de investigador de una universidad pública y empresario biotecnológico.
Sobre estas aseveraciones, me voy a permitir argumentar lo siguiente: Mario Soberón, junto con su compañera Alejandra Bravo, ya fueron castigados en la UNAM. La razón por la cual fueron separados de sus cargos fue buscar enfatizar los resultados que buscaban obtener
. Pero aquí vale señalar también, y pocos parecen resaltar esto, que no alteraron los resultados, sino que buscaron enfatizarlos
. Lo importante aquí es que sus resultados no se modifican, son reales. Yo desconozco el trabajo de ellos, y no es que los quiera defender a como dé lugar. Seguro que es reprobable lo que hicieron o, más bien, quizás fue una tontería. Recomiendo aquí un magnífico libro que se llama La gran traición: fraude en la ciencia, cuyo autor es Horace Freeland Judson.
En este texto el autor hace referencia, entre otras cosas, a dos prácticas que se han visto en la ciencia; por una parte, fraguar resultados, y por la otra, recortarlos. En la primera se supone que el que fragua reporta observaciones que nunca ha hecho, y en el caso del que recorta los resultados de las observaciones son iguales, haya recortado o no, y por lo tanto las observaciones, o lo que se reporta, no distorsiona la realidad. El caso de Mario Soberón y Alejandra Bravo entra en esa categoría. No se justifica, pero sí vale notar la diferencia.
Se ha sugerido que Soberón tiene esta supuesta doble función de investigador y empresario
; esto me parece una aseveración aberrante. Llevamos años en el país señalando que estamos bajísimos en patentes, que México no compite, que la ciencia no contribuye al desarrollo económico y social del país. Pues a mí me parece que sí hay investigadores, cuyo trabajo genera productos patentables, y que sí se pueden crear incubadoras de empresas, pues qué maravilla. Hay otros que no concretan esto, pero generan nuevos e importantes conocimientos; pues también qué bueno. La ciencia tiene varias funciones, aprovechemos todas, de eso se trata.
Acusar a Soberón de ser el malo de la película es inadecuado. Si su trabajo está relacionado con los transgénicos y eso no le cuadra a algunos, pues eso es harina de otro costal. En el Instituto de Biotecnología, el doctor Alagón ha creado medicamentos que se venden ya incluso internacionalmente, y qué, ¿eso es malo? Y si ha hecho negocio, qué bueno. Ojalá hubiera muchos así. En otros países, investigador de universidad y empresario en un solo individuo es muy bien visto. ¿Por qué aquí tiene que verse casi como crimen?
Por otro lado, yo tengo la impresión de que todo el debate aquí en México sobre transgénicos está mal orientado, así como también los esfuerzos por resolver el problema. La razón por la que señalo esto es que siendo tan terrible (y estoy de acuerdo) que esta empresa Monsanto obtenga tantas ganancias económicas a costa de contaminar variedades originales de maíz, generando esto, según parece, graves peligros para la salud, no se busque obligar al gobierno a que el asunto de los transgénicos esté bajo el control de nosotros como nación. Lo que quiero señalar es que a ciencia cierta yo no sé si los transgénicos son buenos o malos, pero lo que sí sé es que la decisión sobre lo que se debe hacer debe recaer en manos del Estado mexicano a través de los resultados y recomendaciones generados por los científicos mexicanos y dejar totalmente fuera a Monsanto o equivalentes, si los hay.
El tema de los transgénicos es importantísimo y en el debate hay que lograr que el Estado se involucre y las decisiones se tomen con base en conocimientos plenos, pero, sobre todo, que éstos logren que el Estado asuma con seriedad el asunto. El país lo requiere.
P.D. Este artículo será el último que escribiré aquí en La Jornada, debido a que mi nombramiento como futuro secretario de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación me impide ser articulista. Agradezco a mis lectores a lo largo del tiempo, tanto a los que coincidían conmigo como a mis detractores; gracias por haberme leído.