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Que veinte años no es nada...
D

ice en una de sus partes más conocidas el tango Volver, que inmortalizó Carlos Gardel. Traje a colación la famosa frase porque este año se cumplen 20 de que se publicó mi primera crónica en este querido diario. Más de mil textos marcan el paso de los cuatro lustros que se han pasado casi sin sentir, aunque al leer las viejas crónicas es impresionante ver cuánto han cambiado las cosas, generalmente para mejor, particularmente en lo que se refiere al Centro Histórico.

Curiosamente esa primera crónica, que apareció el 16 de abril de 1992, hablaba de la Alameda Central. Hacía mención a algunas de las actividades que se llevaban a cabo durante el año, entre otras, la costumbre de que en la época navideña y de Reyes se colocaban elaboradas coreografías. Éstas servían de marco a personas disfrazadas de Santacloses y Reyes Magos, que se sacaban fotos con los infantes que generalmente pegaban de berridos ante los estrafalarios personajes.

Esto se ha terminado al igual que la invasión de vendedores ambulantes, con la reciente remodelación que la mantuvo varios meses cerrada. Recientemente se reinaguró con gran bombo y platillo, como decían las crónicas de antaño. El cambio es radical; se ve que le hicieron una vasta poda de árboles que seguramente lo requerían y en cambio se supone que le sembraron 700. Deben estar muy pequeños pues la añeja alameda se ve muy pelona. En lo que se refiere a los prados, esperamos que crezcan las matitas que se ven por doquier y que eventualmente haya flores, pues ahora ni sus luces.

Las fuentes tuvieron una profunda remozada que incluyó ponerles chorritos bailarines que en la noche se iluminan de colores. Efecto Disneylandia que no gusta a todos, pero en fin, dejemos de estar de criticones porque la verdad es que se recuperó un espacio público muy importante. Estamos hablando del parque más antiguo de América y no está de más volver a recordar algo de su historia y la de sus alrededores:

Fue creación del virrey Luis de Velazco, quien el 11 de enero de 1592 ordenó ...se hiciera una alameda para que se pusiese en ella una fuente y árboles, que sirviesen de ornato a la ciudad y de recreación a sus vecinos. Se eligió un sitio a las afueras de la ciudad, hacia el poniente, en donde se consideraba que había el mejor clima. La obra la realizó el alarife Cristóbal Caraballo, en una planta originalmente cuadrada. Se llamó alameda porque en un principio sólo se le sembraron álamos.

Colindaba en sus costados oriente y poniente con dos plazuelas: la de Santa Isabel que tomaba el nombre del convento adjunto y la de San Diego, junto al quemadero de la Santa Inquisición. El lado norte daba a la importante calzada de Tlacopan, acceso a la ciudad desde la época prehispánica. Por ahí corría un hermoso acueducto que terminaba en una soberbia fuente conocida como de la Mariscala, por la mansión situada enfrente. A lo largo de esa calzada se hallaba otra plaza primorosa, que aún subsiste, con las iglesias de la Santa Veracruz y de San Juan de Dios, esta última con un hermoso edificio adjunto, que alojaba un hospital y hoy es la sede del Museo Franz Mayer.

Del otro lado, sobre la avenida Juárez, se edificó el convento de Corpus Christi, para las indias nobles, con su templo anexo, de enorme gracia que ahora aloja al Archivo Histórico de Notarías.

Y yendo en el túnel del tiempo, en reciente paseo para ver la nueva Alameda, descubrimos que todavía existe y en bastante buena forma, el restaurante El Hórreo, en Dr. Mora 11. Fue uno de los que establecieron los refugiados españoles para paliar la nostalgia gastronómica.

Con lambrines de madera en las paredes, manteles en vivo azul y cuadros de toreros, ofrece un ambiente acogedor. La comida es la tradicional española. Todos los días tiene un generoso menú de cinco tiempos, por un precio más que razonable. Yo seleccioné: ceviche de atún, sopa de cocido, paella y filete de pescado rebozado... más el postre y café.