demás del sintético ensayo sobre este tema incluido en el libro sobre Roma, de Robert Hughes (en la versión de Knopff), es indispensable tener en cuenta el trabajo mexicano de mayor amplitud, publicado y producido por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Me refiero al libro de Olga Sáenz, El futurismo italiano. Se titula así porque como quedó claro v.gr. en la magna exposición del Palazzo Grassi entre abril y mayo de 1986, el futurismo, cuyo principal gestor, como bien se sabe, fue Filippo Tomasso Marinetti (1876-1944) tuvo amplias secuelas y anticipaciones en otros países: hubo futuristas en Francia, Inglaterra, Hungría, Polonia, Japón, etcétera, como especifica la autora en la página 82, al comentar el manifiesto Mas allá del comunismo (1920).
El curador en jefe de aquella muestra que paradójicamente se exhibió en Venecia, ciudad vituperada por los futuristas, fue el sueco Pontus Hulten (1924-2006), pero contó con colaboraciones en apartados, entre las cuales estuvo la de Serge Fauchereau, quien introdujo un contingente de obras futuristas
latinoamericanas, entre las cuales estuvieron varias piezas mexicanas, quizá la más conocida haya sido, según mi memoria, El café de nadie, de Ramón Alva de la Canal (de la que existen al menos dos versiones).
El libro que ahora comento tiene la importancia de ofrecer en traducción a nuestro idioma, todos o la mayor parte de los manifiestos futuristas, empezando por el primero, aparecido en el diario parisino Le Figaro el 20 de febrero de 1909, que es el más conocido, el que más ámpula produjo y el que debido a la manifiesta fascinación por la velocidad y los inventos modernos resulta ser el más citado, aunque no necesariamente sea el más interesante si uno quiere inmiscuirse en serio en lo que estos manifiestos, que incluyeron la moda, el cine, el teatro, la poesía y hasta la alimentación, expresaron.
Fueron traducidos por un equipo que coordinado por Saénz reunió a José Luis Bernal y Sara Bolaño, con la supervisión de María Pía Lamberti.
La edición, ilustrada con fotografías y láminas va antecedida por un perceptivo texto de Olga Sáenz, muy amplio y bien documentado, que elucida la índole y el contexto en el que fueron emitidos los manifiestos. El diseño, pulcro, sin aspavientos, de Eugenia Calero, hacen de este volumen un libro de arte de consulta necesaria para quienes nos interesamos en estas cuestiones.
Tengo una sola objeción: con todo y su impecable aparato crítico, la autora pareciera paliar la figura de Marinetti. “Hacia 1919 la distancia entre Marinetti y Mussolini aún no se percibía…”, se identificaba al primero como el ala extremista, irregular y libertaria de las fuerzas de la ultraderecha
(p. 79).
La política del Duce era en cambio más conservadora.
Guste o no, el futurismo fue la ideología oficial del fascismo, prevaleció hasta entrados los años 30 y aunque fuera sólo de palabra, a modo de paraguas, quedó públicamente manifiesta por el primer ministro de Educación de Mussolini: Giovanni Gentile.
Creo que hubiera estado bien destacar que el pintor que más acometió, el que tuvo a su cargo la expresión de temas fascistas para la Mostra Della Rivolluzione Fascista, fue Mario Sironi, un muralista que entre otros pabellones diseñó el Sacrario dei Caduti. Trabajo de diseño pictórico y sonoro que tanto tirios como troyanos consideraron excepcional.
Sironi pagaría posteriormente muy caro sus devaneos fascistas. En cambio a los futuristas de caballete, sobre todo Balla, Severini, Boccioni y Carrá (antes metafísico), los seguimos valorando sin problema, fueron sintetizadores de otras corrientes de vanguardia vigentes, lo mismo que Russolo, De Piscis, Soffici o Prampolini.
Al observar la lámina de la página 113, Muchacha que corre, de Giacomo Balla (1871-1958), uno se percata de la decisiva influencia de Muybridge en esta corriente. Desde luego que hay otras, que la autora consigna.
De acuerdo con Olga Sáenz, el influjo de Gabriele D’Anunzio fue decisivo en la estética fascista. Este poeta egotístico e hiperactivo y sus legionarios, desencadenaban notas de periódico en Londres, París o Nueva York, igual que en Roma o Milán mediante una autopromoción que se inició desde que se estableció en Roma en 1881. Fue visto por los futuristas, o específicamente por Marinetti como un condottiere con alas, o un jinete cabalgando un Fiat de alta velocidad. Y eso que D’Anunzio no fue en sus inicios fascista. Su personalidad y su manejo de masas resultaron fundamentales.
Al final de su ensayo, la autora anota que Marinetti falleció en Belaggio el 2 de diciembre de 1944 y fue sepultado con las honras del Estado fascista. Hete aquí que en lugar cercano fue fusilado Musssolini el 28 de abril de 1945. Sobre lo que sucedió entonces y poco después han corrido ríos de tinta.
La impresión estuvo a cargo de Comunicación Gráfica SA de CV. Se trata de un hermoso libro de colección.