Héctor Azar, por siempre
l recuerdo de este increíble amigo, maestro y hombre de buena voluntad es imborrable. Lo conocí recién llegada de un largo viaje de becaria, estudios y experiencias extraordinarias en el extranjero. Un gran poeta me habló de él y lo fui a ver.
Estaba en sus oficinas del museo El Eco, con la huella del talento prodigioso de su creador, el enorme Mathias Goeritz. El corazón me latía fuerte mientras caminaba por aquel largo pasillo a manera de túnel que se abre al espacio magnífico de atmósferas y volúmenes, con aquel temor de las horribles entrevistas para solicitar la oportunidad de trabajar. Con anteojos, un tanto canoso, serio y con un cálido apretón de manos, Héctor Azar , quien estaba al frente del Teatro Universitario, simplemente me dijo: siéntate
. Traté de entrar en calor admirando El Eco, que me había impresionado mucho; traté de ir mostrando un poquito mis conocimientos y oferta laboral. Me escuchó atento, y luego me preguntó: ¿Eres actriz?
He actuado desde pequeña, pero soy bailarina, coreógrafa y maestra, y tengo algo nuevo que enseñar, que nadie quiere, y me parece fantástico para los actores. A ver, dime.
Y le solté el rollo. Un rollo que hube de cargar siempre, a pesar de haber sido intgrante de la Compañía de Danza Contemporánea de Bellas Artes y ser ex compañera de gente con la que había trabajado duro y ahora ocupaban importantes puestos directivos en el engranaje de la burocracia de las escuelas de danza en la capital.
Estaba cansada de ofrecer la desconocida, en aquel tiempo, expresión corporal, que había estudiado en Francia, camino de luz con miles de oportunidades para salirse del engarrotado academicismo de las técnicas casi militares de la danza de entonces, y siempre me decían: no. Evidentemente, el castigo para mí apareció con toda su refinada hipocresía, indiferencia y la perfidia del ostracismo mexicano que conozco tan bien, en diversos campos laborales de la sociedad.
Profundamente sabio y cortés, Azar me concedió tiempo suficiente para conquistar su interés y atención sin el menor síntoma del trauma de funcionario que los coloca en el limbo de la realeza y el poder. Sencillo y de mente rápida, me instaló, sin mayores preámbulos, al frente de los estudiantes del grupo de Teatro Universitario que funcionaba en El Eco, para dar clase de la dichosa expresión corporal, e intentar hacerles entender a los jóvenes actores los secretos del movimiento, la creatividad y la proyección lejos del tétrico, y uno y dos, y tres y cuatro… y otra vez.
También me dio oportunidad con los niños en la escuela de teatro infantil del Instituto Nacional de Bellas Artes, en la calle de Chihuahua, donde también trabajamos maravillosamente. Conversamos muchas veces –aunque mantuvo la invisible línea de precaución que siempre existe, muy veladamente en todos aquellos inmigrantes árabes, judíos, españoles, libaneses, palestinos, sudamericanos, etcétera, que en enorme oleada se acomodaron en el país desde aquellos años 30, y 40 del siglo XX.
Luego me invitó a participar en el proyecto Teatro Trashumante, cuya energía se sentía por Cuajimalpa, Tlalpan, Coyoácan, Xochimilco, etcétera, donde nos acompañaban –de vez en cuando– ilustres poetas y escritores, para sensibilizar a la gente hacia el teatro clásico.
Eran unas matadas terribles, pero la juventud ama la aventura, tiene entusiasmo, ilusiones, y aguanta casi todo, de modo que cuando se suspendió el proyecto y nuestros fines de semana quedaron libres, para mí significó un tiempo precioso para mis seres queridos.
Héctor Azar me abrió un camino con generosidad y sin chantaje; nunca me sentí presionada u obligada, excepto a trabajar por amor al teatro y la danza. Héctor Azar me comprendió y ayudó cuando nadie me ofreció –en la danza– alternativas para ganarme la vida, mientras las plazas se repartían a los amigos, paleros lambiscones e impreparados, del equipo
. Azar me inspiró para abrir la Corporación Artística con el inolvidable director de cine Manuel Michel, con maestros de renombre, donde las clases, conferencias, talleres de cine, terapia lúdica infantil y cineclub, así como disertaciones, donde Carlos Monsiváis se lució tantas veces, y el proyecto de cine 8 mm, a puertas abiertas y retacado de gente, lograron que aumentaran las rentas, por lo que tuvimos que cerrar.
Nunca lo olvido. Héctor Azar es uno de mis ángeles adorados y lo frecuenté con cierta regularidad, con eterna gratitud y afecto, aunque ya no pude participar en otros proyectos. Me da mucho gusto que se acuerden de él y lo reconozcan, se merece todo. Es inolvidable.