oy un gran adalid del poder de los jóvenes para cambiar el mundo, pero lo que conmemoramos esta semana, responsable de poner en marcha enormes progresos, tiene 64 años. No se trata de una persona, sino de un documento, nacido en diciembre de 1948 y que cambió para siempre la manera en que tratamos a los miembros de nuestra familia humana. La Declaración Universal de Derechos Humanos supuso un cambio fundamental en el pensamiento global al afirmar que todos los seres humanos –no algunos, no la mayoría, sino todos– nacen libres e iguales en dignidad y derechos.
La lucha por lograr los ideales de la declaración constituye la esencia de la misión de las Naciones Unidas. La comunidad internacional ha conseguido un firme historial de lucha contra el racismo, promoción de la igualdad de género, protección de los niños y eliminación de las barreras a las que se enfrentan las personas con discapacidad. Queda mucho por hacer en todas esas esferas. Pero estamos logrando cambios en materia de discriminación, tanto en las leyes como en la práctica.
Si bien algunos prejuicios antiguos han comenzado a desaparecer, otros permanecen. En todo el mundo, lesbianas, gays, bisexuales y trans (LGTB) son objeto de ataques y agresiones y, en ocasiones, son asesinados. Incluso niños y adolescentes son objeto de burlas, palizas y acoso de sus compañeros. Se les expulsa de la escuela, sus familias los repudian, se les fuerza a contraer matrimonio y, en el peor de los casos, se les impulsa a suicidarse. Las personas LGBT sufren en el trabajo, en clínicas y hospitales y en las escuelas, lugares que deberían protegerlos. En más de 76 países la homosexualidad sigue siendo un delito.
He hablado repetidamente contra esta discriminación trágica e injusta y me alientan los muchos avances positivos logrados en los últimos años. Se han producido reformas de largo alcance en Europa, América y varios países de Asia y África, y cambios extraordinarios en las actitudes sociales en muchas partes del mundo. En las Naciones Unidas hemos presenciado una serie de hitos históricos. El año pasado, el Consejo de Derechos Humanos aprobó la primera resolución de las Naciones Unidas sobre derechos humanos, orientación sexual e identidad de género, en la que expresó grave preocupación
por los actos de violencia y discriminación contra las personas LGBT. La alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos publicó el primer informe de las Naciones Unidas en el que se documentaba el problema, y el Consejo de Derechos Humanos examinó sus conclusiones a comienzos de este año, la primera vez que un órgano de las Naciones Unidas celebraba un debate oficial sobre el tema.
Los activistas han ayudado a abrir una puerta. No podemos dejar ahora que se cierre. Todos debemos pronunciarnos contra la homofobia, en especial los líderes ante la opinión pública.
Es indignante que tantos países sigan penalizando a las personas simplemente por amar a otro ser humano del mismo sexo. En algunos casos se están introduciendo nuevas leyes discriminatorias. En otros casos, esas leyes no fueron originarias del propio país, sino heredadas de antiguas potencias coloniales. Leyes enraizadas en los prejuicios del siglo XIX están fomentando el odio en el siglo XXI. Mientras existan leyes que traten a algunas personas como seres despreciables, criminales y merecedores únicamente de castigo, la sociedad tendrá permiso para hacer lo mismo.
Esas leyes deben desaparecer. Tenemos que sustituirlas por leyes que proporcionen una protección adecuada contra la discriminación, incluida la basada en la orientación sexual y la identidad de género. También necesitamos iniciativas amplias de educación pública para ayudar a las personas a superar el odio y el temor y aceptar a los demás tal como son.
Cuando me reúno con líderes de todo el mundo alzo mi voz en pro de la igualdad de los miembros LGBT de nuestra familia humana. Muchos líderes dicen que les gustaría hacer más, pero mencionan la opinión pública como una barrera para el progreso. Las personas también citan creencias religiosas y sentimientos culturales.
Respeto plenamente el derecho de las personas a creer en las enseñanzas religiosas que deseen y a seguirlas en sus vidas. Esto también es un derecho humano. Pero nunca puede excusar la violencia o la discriminación.
Entiendo que puede ser difícil enfrentarse a la opinión pública. Pero el mero hecho de que una mayoría pueda reprobar a algunas personas no da derecho al Estado a negarles sus derechos básicos. La democracia es algo más que el gobierno de la mayoría. Requiere defender a las minorías vulnerables de mayorías hostiles. Los gobiernos tienen el deber de hacer frente a los prejuicios, no doblegarse ante ellos.
Todos tenemos un papel que desempeñar. Recientemente, Desmond Tutu dijo que la ola del cambio está compuesta de un millón de ondas. Al celebrar el Día de los Derechos Humanos en este 2012, volvamos a comprometernos con cumplir la promesa de la Declaración Universal de Derechos Humanos para todas las personas, como era su propósito original.
*Secretario general de la Organización de las Naciones Unidas