Cómplices de eutanasia
leguas se veía que su salud se deterioraba y la debilidad iba en aumento, y aunque su ánimo y actitud afectuosa seguían intactos y su mayor preocupación era no alterar el ritmo de los otros, cada día le resultaba más difícil mantener su andar airoso y el talante alegre que a todos cautivara.
No es que fuera muy mayor o hubiese tenido demasiados achaques a lo largo de su cálida existencia, en la que repartió cariño e incluso seducción ante propios y extraños, sino que de pronto, como suele ocurrirle a la mayoría, se vio sorprendida por la vejez, la aparición de achaques sucesivos y el creciente deterioro de sus facultades.
El apoyo incondicional de su familia pronto se tradujo en fatigosas citas con especialistas, laboratorios, análisis, diagnósticos, me- dicamentos, dietas y cuanto ofrece la llamada industria de la salud, que como tantas otras cosas en el mundo aún carece de su contraparte, la industria de la terminación sensata
, entendida no como medidas coercitivas, sino como opción libre y derecho de infinidad de pacientes en el mundo, terminales o no.
Que si era la tiroides o un corazón crecido o un tumor maligno; que había que sacarle radiografías y un electrocardiograma, o dos o tres, sólo para comprobar que su corazón, tan amoroso como resistente, no dejaba de crecer; que si aquellos medicamentos no habían sido eficaces probablemente estos sí, etcétera, pues la industria de la salud no se anda con cuentos a la hora de enfrentar la enfermedad y desafiar a la muerte, que equivocadamente se piensa que es lo opuesto a la vida.
Otro especialista dijo que la veía un poco cianótica y que el tumor había crecido; prescribió diuréticos además de lo que tomaba para el corazón y la tiroides. Luego de pesarla comprobaron que estaba más delgada, agotada y con una tos muy fea. Después su estado empeoró. Nos miraba fijamente y sus ojos suplicantes parecían decir: por favor ayúdenme, ya no puedo más. No resultó fácil la decisión de dormirla, pero a la vez fue el último acto de amor hacia ella. Como si supiera lo que venía, tranquilamente se dejó inyectar, primero un calmante y luego la otra inyección. En menos de dos minutos dejó de padecer.
Fue una perra muy querida y una gran compañía a la que extrañamos mucho. Líbrenos la Iglesia, la Ciencia, el Estado y la dócil sociedad de hacer lo mismo con los seres humanos. Piedad para los animales y ortotanasia o muerte correcta
para las personas.