Un maestro de vida/I
e ha devaluado tanto la palabra maestro que hoy cualquiera se pretende experto en algo aunque desde luego carezca de la capacidad para transmitir conocimientos a otros. Sin embargo, la vida, esa maestra tan misteriosa o más que su complemento, la muerte, ofrece a los seres humanos oportunidades de aprender en la medida, claro, de su disposición, aceptación y herramientas para ese aprendizaje.
Alma Rosa tenía sólo 21 años cuando nació su primer hijo, Jesús Alfonso, con parálisis cerebral ocasionada por un parto mal atendido, calificado tranquilamente por los responsables como trauma obstétrico
, que provocó una lesión pronto-temporal y afectó el habla y la motricidad del bebé. A los seis meses empezaron las crisis convulsivas y lo llenaron de médicos, medicamentos y hospitales, así como de acupuntura y cuanto hay de medicina alternativa.
Los especialistas me dijeron que iba a durar ocho años, pero entre mi esperanza, su constitución y mis cuidados, mi hijo ya cumplió 39. Es muy tranquilo y perceptivo. Si siente rechazo se voltea; si lo aceptan, sonríe. Te acostumbras a las miradas morbosas, compasivas o de franca repulsa, como si no se tratara de un ser humano. Pero Dios nos da la fuerza para aceptar cualquier situación, por difícil o absurda que parezca. Incluso la familia de mi esposo me culpaba, según ellos, de no haber cooperado lo suficiente en el parto. Dos y cuatro años después nacieron mis otros dos hijos, sin problema.
Como no lo recibían en guardería tuve que ponerlo en una escuela especial de paga donde, mediante una propina, el matrimonio de porteros lo cuidaba hora y media después de la salida, en lo que lo recogía al salir de mi trabajo. A la muerte de mi esposo pude hacer una especialidad en administración y supervisión de enfermería, diario de siete a tres, durante un año. La relación con mis hijos mejoró. Primero lo rechazaron en la APAC porque no controlaba esfínteres, y luego en el CRIT del Teletón por su edad. En vez de desesperarme tuve entonces que bastarme.
Cuatro veces ha estado Jesús Alfonso al borde de la muerte. Por alguna razón sigue vivo y yo sigo trabajando en mí y en ambos. Recién enviudé no supe delegar responsabilidades en mis otros hijos y a punto estuve de enloquecer. Hoy mi primogénito y yo estamos solos, sin necesidad de rechazos ni de falsos favores. Pero además logré encontrar un aliado decisivo. (Continuará)