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Nosotros ya no somos los mismos

Inocentes

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La zona de San Lázaro fue uno de los escenarios de violencia el primero de diciembre pasadoFoto Alfredo Domínguez
C

onozco a Marcelo Ebrard desde que era un funcionario priísta (secretario general del PRI en el DF) y luego un priísta funcionario (secretario de Gobierno de la ciudad). Creo que su bautizo en el servicio público se da en 1985, cuando se incorpora al Programa de Rehabilitación Habitacional Popular. De entonces a la fecha ha ocupado múltiples y variados encargos hasta llegar al que acaba de concluir. En todo ese tiempo sólo le conozco dos fierros políticos: Manuel Camacho Solís y Andrés Manuel. Pienso que con Salinas la relación fue totalmente vicaria a la que se aplicaba un principio general de derecho: la suerte de lo accesorio corre la suerte de lo principal (lo principal, obvio decirlo, era Camacho). No ha sucedido igual que con sus militancias partidarias: hasta el momento, Marcelo ha sido abanderado de cuatro partidos: PRI, Verde, Centro Democrático y PRD. Ya veremos qué se acumula de aquí a 2018. El comportamiento de Ebrard con Andrés, desde la elección de 2006 hasta hace muy poco fue, para mi gusto, intachable y hasta desmedido. Su actitud de hostilidad permanente con el presidente de facto pudo haberse matizado; sin embargo, le respeto plenamente su decisión: prefirió correr el riesgo de pasar como mal educado, inmaduro, berrinchudo, que como desleal y convenenciero. Por eso precisamente no logro entender qué lo llevó, al cuarto para las 12 del sexenio, a comportarse como boy scout arrepentido. No consiguió borrar en la gente decente la impresión inicial, no le acarreó beneficio alguno y sí le provocó un caudal de ríspidos comentarios que no hubo manera de contrarrestar.

Sobre su comportamiento el día primero, tengo algunas dudas: ¿por qué, si con unos días de anticipación Ebrard sabía que Mondragón y Kalb iba a ser incorporado al gobierno federal, de común acuerdo con Mancera, por supuesto, no concertó, con el presidente Peña Nieto, que al mismo tiempo que nombraba a Mondragón, aprobara su propuesta de quien cubriría el cargo que, en el gobierno de la ciudad quedaba vacante? El Estatuto de Gobierno del Distrito Federal dice en su artículo 34: Corresponde al Presidente de la República el mando de la fuerza pública en el Distrito Federal y la designación del servidor público que la tenga a su cargo, a propuesta del jefe de Gobierno del Distrito Federal (véase: García Azcoytia, La legislación del DF, desde los orígenes hasta nuestros días). Las razones para hacerlo en los primeros minutos del día primero eran exactamente las mismas en los dos casos. No se hizo así, y quedó al frente de la seguridad de la capital el subsecretario de Control de Tráfico.

¿Por qué una persona como Marcelo, que ha dado probadas muestras de pundonor y carácter en el ejercicio de su gobierno, desaprovechó la increíble oportunidad de salir en hombros el 5 de diciembre, presentando –tras una acelerada, profunda y veraz investigación, que tampoco era imposible– ante la opinión pública, a los más conocidos e identificables autores materiales de los desaguisados del día primero? Se cubría de gloria y le dejaba la papa ardiendo a su sucesor: seguir el hilo, hacia arriba, hasta exhibir a los autores intelectuales (expresión por demás equívoca: ¿autores e intelectuales o delincuentes iletrados?). Extrañamos al Marcelo de otros momentos: cuando el vocero de la arquidiócesis lo llamó dictadorzuelo por apoyar la despenalización del aborto y lo amenazó con la excomunión. Y también su postura en el asunto de la radio y la televisión, que lo enfrentó a poderes a los que pocos se atreven a desafiar.

Marcelo tiene varios años empeñado en convencernos de que es hombre de izquierda y que es más amoroso que el mismo AMLO (estoy seguro de que un día lo invitan a una reunión extraordinaria del club de Toby y se presenta acompañado).

Políticamente no resulta creíble que corriera el riesgo de echar por la borda una imagen construida con tanto esmero por una maniobra estúpida que, además, en nada lo beneficiaba. Pero sobre todo, en mi muy personal opinión, la estructura sicológica, intelectual, ética, de Marcelo rechaza de plano una acción criminal de esa naturaleza. La columneta lo declara: ¡inocente!

Manuel Mondragón y Kalb me despierta reacciones en verdad encontradas. Para tratar de ser lo más objetivo posible, en lo que a continuación voy a escribir sobre su persona haré, primero, un apartado para los datos que de él se conocen (seguramente proporcionados con su anuencia). Segundo, expresaré algunos comentarios a las sinrazones que ha hecho públicas sobre el problema que nos ocupa. Primer dato: Mondragón es médico egresado de la UNAM, con estudios avanzados sobre reumatología. ¡Aplauso! Segundo: es karateca (cinta negra) y contralmirante. Desconcierto. ¿Médico karateca? Irremediablemente me recuerda al Santo y a Blue Demon. También me cuentan que émulo de Fray Froi, apoya la tesis de que la rumba es cultura. Sin embargo, lo que más me inquieta es todo lo que de él no se sabe: ¿Quién es, cómo piensa el responsable de la seguridad de la vida cotidiana de todos los mexicanos? ¿Mondragón es masón grado 33 o Caballero de Colón; pertenece al Club de Leones o de los Rotarios; considera que el acto sexual sólo se justifica para perpetuar la especie, o es un acto lúdico y placentero que debe llevarse a cabo cada vez que se pueda? Mondragón puede ser la eficacia total, pero: ¿le da igual servir a Pinochet que a Mandela? Señora Peschard, antes de que termine su muy loable desempeño, por favor, apórtenos algunos datitos sobre quién es Mondragón y Kalb.

Y, finalmente, sus declaraciones. Esas sí no tienen desperdicio: son el eco remoto de viejos inquisidores: Julio Sánchez Vargas, Eduardo Ferrer MacGregor, Fernando López Arias, Suárez Torres, Octavio Hernández: la violencia fue dirigida contra las instituciones, afirmó Mondragón, como si con esa expresión –de ser cierta– cayera sobre los violentos una condena inapelable. ¿Las instituciones son sagradas, intocables? Sólo para los beneficiarios y, por lo mismo, defensores a ultranza del statu quo. La decisión de combatir y abatir instituciones puede tener como origen el impulso más criminal, egoísta y retrógrado, en defensa de injustos y crueles fueros y privilegios o, por el contrario, ser convocatoria a un movimiento generoso y libertario que persiga echar abajo inequidades, explotación y servidumbres. Precisamente contra instituciones y paradigmas injustos, irracionales, se han emprendido todos los grandes movimientos de masas que han originado los grandes avances de la sociedad de nuestros días, a la que, por cierto, le están sobrando una serie de intocables instituciones.

¡Con que esas tenemos, indio Diego! ¿Qué enemigo de las instituciones te ha metido en la cabeza que la Encomienda es la hermanita amable de la esclavitud. Y tú, charro Matías: ¿No entiendes que Doroteo Arango (prófugo del 362) se rebeló contra una noble institución que nos llegaba desde la Edad Media, el derecho de pernada, cuando se ajustició al aristócrata Agustín López Negrete, que se había tomado la libertad de, institucionalmente (y bíblicamente también), conocer a su hermana Martina?

Posteriormente las declaraciones del señor Mondragón están plagadas de obviedades, por lo que me concretaré a mencionar, únicamente, el sentido homenaje que le rinde al filósofo persa Manes (215/276), padre de la concepción maniquea del universo: existen dos principios eternos, absolutos y contrarios: el bien y el mal. Dice don Manuel: “a los jóvenes universitarios ‘buenos’, se les infiltraron otras personas (¿por ósmosis?), que lanzaron bombas molotov contra policías y comercios. Eso no lo hace un universitario. Yo mismo soy universitario; en la vida no nos convertimos en salvajes”. ¡Acabemos! El doctor Mondragón convertido en el fiel de la balanza, en el grado 37 del termómetro con el que se mide el espíritu de la raza que habla (y, muchas veces, a mentadas).

Pues aunque no lo crean, la columneta dicta fallo favorable al doctor Mondragón. Razones: su vida proba. Ya pasó demasiado tiempo frente a los reflectores y nadie, jamás, lo ha involucrado en nada turbio. No es poseedor de un patrimonio explicable o inexplicablemente adquirido. No ha abusado de su poder y, sobre todo, no hay denuncias sobre violaciones a los derechos humanos ni componendas con las mafias que siempre giran en torno a los encargos como el que ha desempeñado. Si como dice, él diseñó la estrategia del primero de diciembre, pero fue la Policía Federal la que lo instrumentó, de alguna manera ya está señalando presuntos. Ahora, tendrá que enfrentar aquello de que: del dicho al hecho. Si lo hace, gana la posteridad. Último argumento: los cuatro personeros más gruesos del momento lo avalan y recomiendan: Ebrard, el primero, lo incorpora como subsecretario y luego lo asciende a secretario de Seguridad. Andrés Manuel anuncia que lo considera en su posible gabinete. Mancera, anticipadamente lo ratifica y el presidente Peña Nieto lo encumbra. Si me entero de algo se los comunico desde Miami.