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ichosa edad y siglos dichosos aquellos en que el hombre no conocía el tiempo, porque no conocía la muerte e inmóvil y tranquilo gozaba de la voluptuosidad de la pereza en toda la plenitud de sus facultades
decía Don Quijote en su célebre discurso sobre la edad de oro.
Lástima que en este tiempo el campesino mexicano dormido al pie de un árbol con el sombrero cubriendo la cara ya no viva la voluptuosidad de la pereza, sino el drama de una depresión traumática ocasionada entre otros factores por el hambre.
Todo esto en época en que el modelo neoliberal permitió a los pocos miembros del club de ricos siempre adueñarse de la riqueza electrónica y sus inacabables descubrimientos, mientras el número de campesinos aún en el campo siguen sembrando su maíz con el dedo gordo en unas tierras lastimadas y el resto de sus compañeros en las afueras de las ciudades o emigrando al vecino país contratándose como mano de obra barata.
Dos lenguajes, dos culturas, dos maneras de percibir el mundo: uno, desconfiado y temeroso elude el contacto, otro seguro
y confiado
trata de dominar.
La mente del campesino destila un lenguaje diferente de las clases media y alta de la ciudad. Tan es así que uno de los problemas que se da cada vez más agudo consistirá en hallar la forma de traducir estos lenguajes que tienen la misma construcción pero diferentes significados.
Una buena ejemplificación de ese diálogo imposible la ofrece Carlos Fuentes en su clásico libro La región más transparente (Fondo de Cultura Económica, 1958).
“¡Ay ay ay ay! Las olas de la laguna.
–¿Qué hay, Beto?
–Pos ahí…
–¿El negocio?
–Ahí nomás…
–¿Y tu amigo?
–Es Gabriel.
–¿El que se fue de bracero?
–¿Cómo?
–Teódula me lo contó.
–Pos a poco.
¡Ay ay ay ay! Unas vienen y otras van.
–Oyes, que el señor aquí es amigo de la viuda Teódula, Gabriel.
–Pos sí.
–¿Qué tal te fue por allá?
–Pos ahí, cómo le diré…
–¿Se toman algo?
–Pa’luego…”
El diálogo anterior se continúa indefinidamente sin establecer contacto sino, por el contrario, eludiéndolo. Silvio Zavala, nuestro clásico historiador, lo vio con claridad:
México es un país de contactos difíciles. Ha mantenido relaciones pero no vive en relación. Ninguna de sus salidas representa el ejercicio de una actividad normal. Media algún desajuste que nos impide el contacto pero si lo enrarece
o en términos de l Nobel de literatura Octavio Paz, el mexicano puede doblarse, humillarse
, pero rajarse
es permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad
:
“Ellos sobre todo el mundo
habían fundado su dominio
Ellos dieron
El mando, el poder
la gloria y la fama
Y ahora nosotros
¿Destruiremos
la antigua regla de vida,
la de los Chichimecas,
de los Toltecas
los Tecpanecas?”
Miguel León-Portilla (Filosofía náhuatl); citados por Santiago Ramírez: Obras escogidas, Ed. Línea (Instituto Indigenista Latinoamericano, 1956).
Siglos después dos lenguajes que no se pueden comunicar y traducir. Aparte del dinero en manos de unos pocos, pareciera que incluso sólo hay un lenguaje: el del dinero. Antes como hoy, el indígena campesino siente sobre sí la destrucción del mundo de sus valores y sus primeros objetos. Se queda desolado y destruido en una crisis profundamente melancólica. ¿Cómo se podrá paliar el hambre de los campesinos mexicanos? ¿Será sólo problema económico? ¿O será a su vez problema sicosocial y cultural?
“puesto que ya nuestros dioses han muerto
déjenos ya morir
déjenos ya perecer”
(Miguel León-Portilla, Filosofía náhuatl)