o sé si los cuatro, pero al menos tres de nosotros habíamos nacido con una marcada vocación para el desastre, y en aquella época estábamos tan empeñados en cumplirla que no permitíamos que nada nos detuviera. Sólo a Natalia le tocaba una tajada de gracia –esa que si el mundo fuera justo debía alcanzar para todos– y su función era irradiarla sobre los irredentos, así que su presencia fiel nos iluminaba. A Sobrino y a mí directamente, pues estábamos enamorados de ella sin visos de esperanza. A Susa, por ósmosis. No recuerdo de dónde salió Susa, que para empezar era mayor, y aunque tenía la líbido no menos despierta que nosotros, a mí me iba a costar trabajo ceder a sus avances, me pondría nervioso y me haría pensar que así menos me haría caso Natalia. Qué cuarteto: calientes y célibes.
Aunque Sobrino tenía la sangre ligera y era oficialmente guapo, Natalia tenía muy claro que de él no estaba enamorada. Primero me enamoraría de ti
, me aseguró un día en la cafetería de la facultad antes de dejar la carrera. Una dulce puñalada para mi consolación. No obstante, se dejaba adorar por los dos. Sobrino era más manos largas, y su relación con Natalia pasaba por juego, uno divertido además, reían constantemente. Conmigo se ponía seria, no diré que formal, decía cosas profundas o hermosas que me derretían de ternura, o demoledoras que me dejaban seco, y me trataba con un respeto que yo hubiera preferido otra cosa. Supongo que así alimentaba mi melancólica disposición, un tanto relativa, porque los platónicos tenemos recursos para aceptar lo que la vida da, no importa si es poco.
En esa época Sobrino andaba en fase experimental, probando todas las drogas disponibles, y nos vino con que en un viaje de LSD (el ácido de entonces, no los fuegos artificiales de nueva generación) nos vio
en una playa juntos mirando las olas, así que al grito de vámonos a la playa botamos todo. Para entonces ya no veía a Natalia, porque cambió de universidad (algo muy raro, pero harina de otro costal) y la sola idea de viajar con ella y verla en traje de baño me animó. Me sentía en un callejón sin salida en la Cruz Verde, días y noches recibiendo heridos de bala y puñal, suicidas frustrados (diazepam, venas) y exitosos (barbitúricos, veneno, pistola), atropellados, familias pobres y desesperadas que consolar, lamentos, sangre. La escapada me venía al tiro, desaparecí de clases y guardias y seguí a Natalia y a Sobrino, rubricando el plan en una noche de copas en la que apareció Susa, ellos la conocían, yo no, y sólo Natalia terminó en condiciones de regresar a su casa. No recuerdo dónde dormí, ni siquiera dónde amanecí.
Sólo Natalia tenía coche. No esperamos al fin de semana para largarnos. Ella nos condujo hasta la costa con impecable liderazgo moral. Sobrino y Susa se habían metido no sé qué. Yo iba atrás, con Susa, que a cada rato me ponía la mano sobre la bragueta y sonreía mirando el paisaje por la ventana. Debo apuntar que Susa era un Velázquez, es decir, acondroplásica. Salía en películas del cine nacional. Trabajó en un circo. Se embarazó del trapecista, así que tenía un hijo por ahí, Alvarito, que salió al papá. Nunca lo conocí.
Llegamos al mar y echamos a caminar por la playa lejos del pueblito de pescadores hasta la orilla de un delta, y nos instalamos con una fogata, a cuya luz descubrí que también Susa estaba enamorada de Natalia. No que hiciera nada, sino que lo declaró tres o cuatro veces mientras anochecían el día y nuestra lucidez. Nunca he sido borracho, pero en esa época se me pasaban las cucharadas con facilidad y no distinguía alcoholes. Natalia escuchaba a Susa con una sonrisa, y de lo último que recuerdo que dijo es ustedes son mis tres amores
. A mí el aguardiente no me pone de talante conciliador y reclamé. Natalia se puso triste y entonces Susa me saltó al pecho, estábamos de pie, se me colgó del cuello y me besó en la boca.
Perdí el equilibrio, de por sí precario, caímos en la arena y rodamos abrazados. El beso me había gustado, así que lo retuve. Susa me rodeó el estómago y la espalda con sus breves piernas y fue excitante sentir su sexo hirviente a la altura del ombligo, pero nos quedamos dormidos casi de inmediato.
Cuando desperté la fogata languidecía, Susa seguía prendida a mí, Natalia y Sobrino tenían cada uno un cuchillo enfrente, y cada cuchillo un hombre detrás. No supe si querían robarlos o violar a Natalia; me quité a Susa de encima sin que los hombres se dieran cuenta, absurdamente me les abalancé abriendo los brazos y logré tirarlos, con la torpeza suficiente para que uno cortara a Sobrino en la mano, pero él aprovechó para desarmarlo mientras caía. Natalia le brincó con fuerza en la espalda al otro y le vació el bofe. El tipo gimió. Instantes después los dos hombres huían, y aunque yo me culpaba amargamente de no cuidar a Natalia y ponerla en riesgo, ella me dijo eres un héroe y me besó la frente. Susa ni despertó. Y yo, con mi estrellita en la frente.