ace unos días el surfista Garrett McNamara cogió una enorme ola de 30 metros de atura en la costa portuguesa. Una proeza que fue motivo de noticia internacional. El video que puede verse en Youtube es impresionante. En una entrevista televisiva comentaba McNamara que ya lanzado encima de la ola, lo que tenía enfrente era un verdadero precipicio al que era empujado por la fuerza del agua. Miraba hacia atrás y hacia adelante para así darse cuenta de lo que pasaba y le parecía estar al borde de un precipicio y con muy poca capacidad para enmendar el curso. No era para menos. Al final del recorrido, dijo, vio que la siguiente ola lo lanzaba directamente contra una rocas que él no había advertido y que fue su compañero el que lo ayudó a salir ileso.
Hoy en México priva en varios sectores una sensación como de estar, igualmente, en la cresta de una gran ola de oportunidad para el mejoramiento de la economía: alto crecimiento, grandes flujos de inversión, apertura a la competencia en varios sectores, reformas institucionales en áreas clave, incremento del empleo, del ingreso y el bienestar. Estamos a punto, tal parece, de una verdadera transformación.
Todo esto se sustenta hasta ahora en un oportuno y bien articulado discurso del gobierno, que incluye una extensa propuesta de acciones y el establecimiento de un pacto político. Como alguien ha dicho: los profesionales están de vuelta en una clara alusión al rastro que habrán dejado los dos gobiernos panistas.
Lo demás que apoya tal visión ya existe: un amplio sector exportador, muy concentrado en cuanto a su destino y la composición de productos, un elevado flujo de inversión extranjera en la forma de colocaciones en la deuda emitida por el gobierno y que ha provocado un auge del mercado de valores. Y entre los activos que se cuentan está un sistema financiero más diversificado y con bancos bien capitalizados, lo que pudiera ser una palanca para los planes que tenga el gobierno y, por supuesto, con los riesgos que eso entraña.
Ahora, hasta la expansión del mercado interno, sostenido en una clase media de bajos ingresos y en el gasto de la población ocupada en la informalidad, es parte del esquema de cambio que se estaría fraguando. Aunque aún falta la reforma fiscal que incluiría el aumento de la recaudación del IVA en alimentos y medicinas.
A principios de febrero el gobierno es, en términos formales, ciertamente distinto, pero el país todavía es el mismo. En una misma semana se siguen contabilizando muertos asociados explícitamente con las actividades del narcotráfico. Estos incluyen a los miembros de la banda Kombo Kolombia, en esa parte del norte del país que está como secuestrada y sometida a una extrema violencia e inseguridad pública. Y el caso de Pemex, aun a estas alturas de las investigaciones, no puede dejar a nadie tranquilo. Esto es sólo una parte de lo que es visible.
Las olas de oportunidades económicas y sus consiguientes estados de entusiasmo tienen siempre un origen y consecuencias. No debe olvidarse que ya han ocurrido varias de ellas en el país. Puede haber sido el auge petrolero de fines de los años 1970, o bien la apertura económica y la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte a mediados de la década de 1990. Pudo haber sido la transición política del año 2000 y la expectativas de cambio que se generaron.
Pero el caso es que la transformación de la economía y su capacidad de crecimiento, cuando menos tal y como se contabiliza convencionalmente, no ha cuajado. La productividad sigue siendo baja. La desigualdad económica y social es crónica y la pobreza de millones de mexicanos no se reduce de modo permanente.
Esta nueva ola de optimismo también tiene sus orígenes. Están en los desajustes provocados por la crisis financiera y económica en curso. Esto no debe olvidarse y, entonces, ubicar con más parsimonia las oportunidades que se abren con la búsqueda de rentabilidad de los capitales a escala global.
Políticamente hay una tentación y hasta una necesidad de aprovechar el entorno, de subirse a la ola. Es una oportunidad que no debería perderse pero sólo con una estrategia bien definida en cuanto a los escenarios previsibles y las consecuencias de las acciones que se emprendan. De lo contrario puede darse otra fase de expansión y caída como las que han ocurrido en los últimos 30 años. México ha sido en ese sentido una economía y una sociedad muy inestable y los costos han sido muy altos en términos generales, al tiempo que las ganancias están muy concentradas.
El escenario de optimismo reinante en el terreno económico no se articula de modo lógico con el resto de las condiciones que prevalecen en el país. Esta es una cuestión central para presentar un plan de gobierno creíble y posible. Los puntos del Pacto por México lanzado por el nuevo gobierno son ambiciosos y puede decirse que en esencia son necesarios. Apenas se abre el proceso político de negociaciones que serán rasposos en su implementación y gestión, sobre todo en una estructura de poder que sigue siendo muy rígida. No estamos ya para chocar de nuevo con las rocas al final de la ola.