El caso Pemex
La postura de Mancera
El discurso de Peña
a decisión del jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, de oponerse a la muy anunciada privatización de Pemex es algo más que una postura política que lo diferencia de los que hasta ahora parecían marcarle el destino, es decir, Peña Nieto y su grupo. Significa devolver la dignidad, si es que se había perdido, a un gobierno que parecía avasallado por los afanes neoliberales del nuevo PRI.
En este espacio hemos comentado que en los tres lustros anteriores los gobiernos de la ciudad de México se convirtieron en el equilibrio que requieren los gobiernos federales, lo mismo del PAN que del PRI, para no desbocarse y hacer del país un campo más que fértil en sus tareas de despojar a los habitantes de los bienes que les corresponden como ciudadanos de este país.
Sin mayor escándalo, pero con la firmeza necesaria, Mancera deja sentir al gobierno federal que no será títere ni coro de acompañamiento en la tarea del despojo. Y lo hace en el momento más oportuno, cuando la sensibilidad de todos se exacerbó debido a lo ocurrido el jueves pasado en los edificios administrativos de Pemex, de lo que aún no encuentran explicación.
Lo que sea que haya sucedido en aquel complejo administrativo nos da, desde ya, un dato imposible de soslayar: falló la seguridad, tanto si se trató de un accidente, porque nos habla de descuido, como si fue algún atentado, que de ser así las medidas de seguridad de la empresa son tan relajadas que cualquiera pudo haberlas roto para cometer el crimen.
Y es que el común denominador de quienes han dirigido la empresa, y de los gobiernos en turno, ha sido el abandono que desde todos los frentes –algunos entre aplausos y otros desde la crítica– se ha observado y sirve, tramposamente, como argumento principal para entregarlo al capital privado, que, debemos recordar, no tiene banderas.
Por eso resulta de la mayor importancia que Mancera señale su oposición a esa idea que está metida como prioridad en la agenda de los que gobiernan en nombre de las grandes empresas, y que por tanto se niegan a buscar una salida exitosa para la empresa que hoy significa, nada más ni nada menos, 30 por ciento de su presupuesto, cantidad que ninguna firma podría aportar a la hacienda de México. Sólo traten de imaginar a cualquiera de los grandes capitales trabajando para dar, en impuestos, 103 por ciento de sus ganancias.
Miguel Ángel Mancera no se equivoca; sus declaraciones hacen sentir que tiene el pulso y las riendas del gobierno de la ciudad en las manos, cosa de la mayor importancia para todos quienes votaron por él, con la seguridad de que, desde aquí, se podía establecer que es un gobierno que busca la justicia sin mayores tintes ideológicos.
La única duda que queda, y que tal vez en los próximos días pueda ser despejada por el propio Mancera, es la que nace del discurso del mismo Peña Nieto, esa que dice que Pemex no se privatizará, pero que no aclara que lo que se busca es entregar la renta petrolera, es decir, la cantidad de dinero que produce diariamente la empresa que hoy es el sostén del país, a manos del capital privado.
Entonces, si la declaración de Mancera busca volverse cómplice del engaño, apuntalarlo, ¡ya nos llevó la tristeza!
De pasadita
Y es que por engaños no paramos. Ya ven, Ramón Aguirre, el director del Sistema de Aguas del DF, el mismo que halló un manto acuífero que dará líquido a esta capital por 100 años, y dijo que en un mes se podría empezar a distribuir en Iztapalapa –ya corrieron 15 días, más o menos–, anunció sin tanto escándalo, por cierto, que la sequía que viene será una de las más duras en la capital del país, y que para solucionarla, el agua no vendrá de su gran hallazgo, sino de las pipas que deberán rapartirla en buena parte del DF. ¿De qué se trata?