unca somos
a solas sino
[vértigo y vacío
moscas en el
[espejo, horror y vómito…
Así cantaba, en Piedra de Sol, Octavio Paz y lo recuerdo en ocasión de los lamentables acontecimientos de la semana pasada en la torre de Petróleos Mexicanos. O en estos otros:
“La vida no es de nadie
[todos somos
la vida –pan de sol– para los
[otros
los otros todos que nosotros
[somos
para que pueda ser he de ser
[otro
salir de mí buscarme entre
[los otros
los otros que no son si yo no
[existo
los otros que me dan plena
[existencia”
El horror que provoca la tragedia y que lleva a esconderse, no destacar, no ser reconocido, y no distingan entre mí y lo que me rodea, ni siquiera entre mí y mi amor que crean que soy un árbol, la sombra de un árbol, que soy una duda, la sombra de una duda, que soy un tabique vivo, una piedra muerta, una casa, la esquina de una casa
que decía en verso Yehuda Amijai, el poeta judío que había aprendido el arte del camuflaje.
Jacques Derrida, el filósofo francés, en su Mal de archivo y en esta línea de los poetas, abre el tema con una frase contundente:
“Los desastres que marcan este fin y principio de milenio son también archivos del mal: disimulados o destruidos, prohibidos, desviados, ‘reprimidos’ Nunca se renuncia, en el inconsciente mismo, a apropiarse de un poder sobre el documento, sobre su posesión, su retención o interpretación”. ¡La tragedia que comentamos se torna documento!
Derrida hace un llamado al sicoanálisis para una revolución (al menos potencial) en la problemática del archivo. Incita a hacer una distinción entre el archivo y aquello a lo que se ha reducido, la experiencia de la memoria y el retorno al origen, la búsqueda del tiempo perdido.
Empieza por ubicar el archivo y, tras él, el arconte (ar-kheion). Archivo como la espera sin horizonte de espera, la impaciencia absoluta de un deseo de memoria, que inútilmente intentamos apresar ignorando la fugacidad del instante, y más aún, archivo que se torna un mal de archivo, sin duda un síntoma, un sufrimiento, una pasión, aquello en lo que se inserta el mal radical.
El archivo como violencia archivadora, a la vez instituyente y conservador. Al archivo, según Derrida, económico en este doble sentido: guarda, pone en reserva, ahorra, mas de un modo no natural, es decir, haciendo la ley (nomos) o haciendo respetar la ley.
El léxico freudiano insiste, entonces, sobre una cierta tecnología (Eindruck, druck, drucken) y nos confía su sentimiento acerca de esta inversión excesiva y en el fondo gratuita en un archivo que quizá sea inútil.
Al final de cuentas otro nombre para Ananké, la necesidad invencible. Pulsión silenciosa y muda que por operar en esas condiciones nunca deja un archivo que le sea propio. Pulsión de tres nombres que destruye su archivo por adelantado, como si esto le fuese inherente, como si fuese su motivación.
Trabaja de manera archivolítica, con la intención de borrar sus huellas que, por tanto, no pueden denominarse propias.
Fagocita su archivo aun antes de haberlo producido, por tanto, anarchivística.
Incluso cuando toma forma de un deseo interior, la pulsión de anarquía todavía escapa a la percepción
, salvo en los casos, como dice Freud, que se disfraza, se tiñe o se maquilla de algún color
. Impresión de matriz erógena que dibuja una máscara en plena piel”.
“La pulsión archivolítica nunca está presente en persona ni en sí misma ni en sus efectos. No deja ningún monumento, no lega ningún documento que le sea propio.
“No deja en herencia más que un simulacro, su seudónimo en pintura, sus ídolos sexuales, sus máscaras de seducción: trágicas impresiones.
Estas impresiones son quizá el origen que no es el origen. Como memorias de la muerte.