l 31 de enero, cerca de las 4 de la tarde la explosión en el edificio de Pemex borró todo lo que ocurría en sus alrededores. A unos tres kilómetros de distancia, una marcha arrancaba del Ángel de la Independencia hacia el Zócalo. Invisibles para los medios de comunicación y para el país preocupado y con razón por la tragedia, la marcha fue la más grande hasta ahora, en oposición a la siembra de maíz transgénico en el centro de origen.
Cerca de 4 mil campesinos de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA), caminaron detrás de una banda de música, con mantas que identificaban su procedencia y otras que declaraban su oposición: Los mexicanos no queremos ser ratas de laboratorio. No al maíz transgénico
. Muchos marcharon en silencio como se acostumbra en las zonas rurales, vigiladas por los caciques, pero algunos se animaron a gritar ¡Fuera Monsanto!, y ¡Si Zapata viviera al maíz defendiera! También participó la Central Campesina Cardenista, la Red En Defensa del Maíz, el Movimiento Urbano Popular, #YoSoy132 ambiental, Jóvenes ante la Emergencia Nacional y Greenpeace. Por primera vez la negativa social a la siembra de maíz transgénico recorrió Reforma, las calles del Centro Histórico y llegó al Zócalo. En un ambiente festivo, los campesinos unorquistas concluían una semana de plantón y ayuno frente al Ángel de la Independencia para demandar al presidente Enrique Peña Nieto que impida la siembra comercial de maíz transgénico.
La participación campesina es muy significativa pues Monsanto y las Gigantes transnacionales productoras de semillas transgénicas siempre se dirigen a ellos: Monsanto ayuda a que los campesinos siembren alimentos de una manera más eficiente y más sustentable
, sostiene la empresa en su sitio web. Pero los campesinos de carne y hueso vinieron a la ciudad y salieron a la calle para oponerse a esta propaganda, además de desmentirla con base en la experiencia de los granjeros familiares en Estados Unidos, después de 16 años de siembra de transgénicos: los cultivos transgénicos no rinden más, son más caros y aumentan el uso de plaguicidas. Cuentan además que los campos del cinturón maicero de Iowa se han quedado sin mariposas y comentan que estudios científicos recientes comprueban que el glifosato, herbicida que utilizan el 80 por ciento de los cultivos transgénicos, provoca la muerte de las ranas.
El mensaje de UNORCA desde el Zócalo sostiene que para los campesinos los transgénicos significan despojo y control. Nos pretenden despojar de nuestros saberes cristalizados en las semillas: años de trabajo y experimentación colectiva que hemos puesto al servicio de la humanidad, de los que las corporaciones se han apropiado y ahora exigen patentes y regalías
. Proponen restablecer la moratoria a la siembra de maíz transgénico y derogar a partir de iniciativas ciudadanas, la Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados y la Ley de Semillas. Propuestas radicales y caminos que confían más que en la buena voluntad del Estado, en la movilización de la sociedad para conseguirlo.
La solidaridad internacional no se hizo esperar. Organizaciones integrantes de la Vía Campesina apoyaron las demandas de la UNORCA; científicos se sumaron al llamado de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS); más de 40 mil ciudadanos responsables participaron en la campaña de AVAAZ; organizaciones de base de Estados Unidos inundaron con cartas a los funcionarios mexicanos; activistas en Berlín se manifestaron fuera de la embajada de México.
Una semana más tarde la Cabalgata por la Justicia en Chihuahua, en la que participaron entre otros los agricultores de El Barzón y comunidades rarámuri de la sierra, tomaron la capital del estado para demandar justicia por los innumerables crímenes cometidos contra la sociedad, en uno de los estados más golpeados por la violencia. Colocaron entre las demandas su oposición a la siembra de maíz transgénico.
El debate público en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México, convocado por #YoSoy132 ambiental, Jóvenes ante la Emergencia Nacional, el Movimiento Urbano Popular y la Red En Defensa del Maíz (ver Silvia Ribeiro, La Jornada, 9 de febrero, 2013), para discutir con los funcionarios a cargo, su posición respecto al maíz transgénico.
La articulación entre organizaciones campesinas, indígenas, urbanas, científicas y movimientos estudiantiles y ambientales es una señal notable. Los mexicanos de manera informada o instintivamente rechazamos comer transgénicos, los campesinos rechazan sembrarlos y contaminar sus semillas nativas, los indígenas mayas alertan sobre la muerte de miles de colmenas por las fumigaciones de cultivos de Monsanto en el territorio del Dios Descendente, los ambientalistas, los niños, los poetas, los artistas nos oponemos a vivir en un mundo sin ranas, sin mariposas, sin abejas, sin belleza...
Todas estas oposiciones a los cultivos transgénicos se han dado cita durante estos primeros meses de gobierno del PRI para hacerse fuertes y hacerse escuchar, frente la amenaza de las solicitudes de siembra comercial de maíz transgénico de Monsanto, Pioneer-Dupont y Dow.
A pesar de que a veces es invisible, la resistencia social a los transgénicos crece y los únicos invisibles han sido los funcionarios que no quisieron dar la cara para discutir sobre un problema que a todos nos importa.