as más grandes felicitaciones a La Jornada por la excelente edición de ese libro que define un momento único de la comunicación mundial que es el Wikileaks, que puso de relieve en el mundo entero el trabajo (para muchos polémico) de un grupo de comunicadores y programadores australianos que fueron capaces de obtener más de 250 mil cables y material enviados al Departamento de Estado de Estados Unidos por sus embajadores y personal diplomático de gran parte de la comunidad internacional.
Recordemos que esos cables (también material audiovisual) fueron entregados por Julian Assange, uno de los fundadores de la empresa Sunshine Press, inicialmente a cinco periódicos de indudable prestigio internacional: The Guardian, The New York Times, Le Monde, Der Spiegel y El País, que publicaron buena parte del material y dieron lugar a los primeros comentarios sobre el caso. La opinión fue prácticamente unánime: se había hecho estallar una verdadera bomba en la diplomacia estadunidense (y en la política exterior de ese país), ya que se habían revelado secretos y operaciones absolutamente inadmisibles, incluso de carácter delictivo, y contrarios a los más elementales principios del derecho internacional.
No sólo (como dice el magnífico coordinador y presentador de este trabajo de La Jornada, Pedro Miguel, quien sin duda efectuó un trabajo descomunal) porque de pronto se documentaron las causas reales de las invasiones y de las guerras construidas
artificialmente por los intereses de ciertos grupos, sino porque también quedaron al descubierto las mentiras y los dobles discursos, sobre todo de la primera potencia occidental, que entraban en abierta contradicción cínica con sus propios discursos democráticos
y en favor de los derechos humanos
.
Todavía recordemos que, en el caso de México, fueron entregados a nuestro periódico, a principios de 2011, cerca de 3 mil cables enviados en meses y años anteriores por la embajada de Estados Unidos y por los consulados de ese país en territorio nacional al Departamento de Estado, lo cual inmediatamente dio lugar a discusiones y polémicas de diverso tipo.
Una de las primeras cuestiones que se discutieron fue el carácter crítico (¡demasiado crítico!) de las comunicaciones y opiniones de los funcionarios diplomáticos de Estados Unidos en México. Por supuesto, únicamente quienes han estado alejados de las tareas diplomáticas se desgarraron las vestiduras por ese criticismo a instituciones y a hombres y mujeres de cierta relevancia en la vida política mexicana. Y es que esta tarea de revelación
y, si es posible, de ojo
original crítico sobre diversos aspectos de la vida en los países observados resulta una de las tareas fundamentales de la llamada vida diplomática
, cuando la función se desarrolla en serio.
Lo que digo es que por un lado la observación crítica y original
resulta una de las funciones más relevantes y necesarias de la actividad diplomática, además, por supuesto, de las negociaciones y contactos de todo tipo que se llevan a cabo normalmente para desarrollar
las relaciones entre dos países, vecinos o no.
En el caso de Wikileaks, por supuesto, la discusión llegaba hasta sus límites precisamente por el carácter no oficial de los documentos de origen. Para Estados Unidos no resultaba fácil la situación, en primer lugar por el hecho descomunal de una apropiación no ortodoxa y de tales dimensiones de buen número de documentos sustanciales, y además porque muchos de esos documentos filtrados parecían
contradecir flagrantemente, en multitud de casos, sus posturas o declaraciones oficiales con las que resultaban de los informes
enviados por sus agentes diplomáticos a sus superioridades
, como también se dice en la jerga.
Serían inagotables los comentarios que pudiera originar el material llamémosle mexicano
. Por ejemplo, en un cable al Departamento de Estado el embajador Carlos Pascual había negado enfáticamente la presencia en México de cualquier organización terrorista internacional, y de cualquier acción o amenaza de tales organizaciones en contra de personal o intereses de Estados Unidos en nuestro país, precisamente cuando un día antes Janet Napolitano, responsable de la seguridad nacional en Estados Unidos, había sostenido ante el Congreso de ese país que había una vecindad estrecha organizativa entre Los Zetas (una de las organizaciones de la droga más conocidas en México) con Al Qaeda, la famosa organización islámica.
Carlos Pascual examinó también la difícil situación política en que se encontraba Felipe Calderón después de las elecciones fraudulentas de 2006, lo cual resultaba una verdad reconocida; pues bien, tales hechos inocultables dieron lugar a que Felipe Calderón prácticamente exigiera a Barack Obama, en una visita a Washington, la remoción de su embajador, lo cual hizo el presidente de Estados Unidos, con el acuerdo de Pascual y con gran reserva. Aunque Carlos Pascual no haya sostenido nunca explícitamente la autenticidad de los documentos de Wikileaks que le concernían, tampoco negó su validez, lo cual para el caso resultaba altamente significativo.
Entre otras materias reveladas encontramos el llamado Vatileaks, en que se combinan denuncias de escándalos financieros en el Vaticano que pronto se convirtieron, bajo la investigación de una comisión de cardenales, en escándalo de pederastas y chantajes, que se menciona como una de las causas principales de la renuncia de Benedicto XVI.
Una consecuencia particularmente negativa de esta aventura periodística de Wikileaks es la saña con que se ha perseguido mundialmente a su fundador principal Julian Assange, quien después de más de un año de encierro en la embajada de Ecuador en Londres no ha recibido el salvoconducto que le permitiría salir de Reino Unido y trasladarse a Ecuador. Otra vez signos renovados del colonialismo que todavía domina la conducta de ciertas potencias coloniales e imperialistas.
La Jornada se ha anotado un triunfo periodístico de gran calidad, no sólo porque fue el vehículo inicial del material de Wikileaks sobre México, sino porque ha editado este espléndido libro que ayer mismo fue presentado con gran éxito en la Feria del Libro del Palacio de Minería. Muchas felicidades desde luego a Carmen Lira, directora de nuestro periódico, por ser la mano valiente y mesurada al mismo tiempo que encontramos detrás de estos triunfos.
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