Opinión
Ver día anteriorMiércoles 27 de febrero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías

Mañana y noche queretanas

P

rocuré intentar lo humano, pero fui torpe, dice en entrevista (todavía se le oye decir, desde la grabadora, aun cuando pasado mañana se cumple un mes de su fallecimiento), Salvador Alcocer, quien nació un 29 noviembre en la ciudad de México pero prácticamente toda su vida radicó en la de Querétaro. Se lo dice a Santos Velázquez, quien, curioso de los procesos escriturales de los demás, prepara (no fija tiempos) un libro de entrevistas con poetas. No podemos saberlo a ciencia cierta, pero no es improbable que el de Alcocer-Velázquez sea el último de los diálogos que para publicación sostuviera el autor de un libro de entrevistas con poetas. No podemos saberlo a ciencia cierta, pero no es improbable que la Árbol de fuego, Impreso autorizado y Papeles en la mesa, entre otros títulos que lo colocaron como uno de los más destacados tres o cuatro decanos de la lírica queretana de su tiempo.

Con su habitual generosidad Santos me hace escuchar la entrevista, donde, a más de sincerarse con mesura el poeta, sin pizca de ánimo crítico sino más bien admirativamente, indica que Jaime Sabines lloraba sus sentimientos y a la mención de Octavio Paz llanamente se quita el sombrero. Dice, en resumen: cuando se habla de Paz no es posible hablar de su poesía, tiene que hablarse de la poesía.

Es la mañana del pasado viernes cuando la anhelante, casi precipitada voz de Salvador Alcocer sale, contundente, de una cajita entre que de metal y plástico, una cajita algo demodé, que Santos insiste en prestarme. Declino. La entrevista es suya. Le pido que me permita usar dos o tres líneas de ella y gentilmente accede.

Venimos de una noche exultante, donde lo más sobresaliente, aun cuando todo fue sobresaliente, fue otra voz, la pausada, morigerada, atenta, perceptiva voz de otro poeta, entiendo que sorpresivamente para él homenajeado con la segunda edición de un libro ya hace tiempo agotado, Cuando el placer termine, Premio Aguascalientes 1976, certamen en el cual fungieron como jurados Fayad Jamís, José Luis Martínez e Ida Vitale. Hablamos desde luego de Hugo Gutiérrez Vega, quien desde una profunda humildad y natural sapiencia, transportó (que luego traspone y hace trasponer, dijo Teresa de Ávila de Juan de Yépez) a los asistentes, desde el Patio Barroco en el que estábamos, a la desmesurada pequeñez de una brillante estrella, la suya, la también nuestra.

Lucinda Ruiz Posada, en complicidad con Juan Carreón, de quien se presentó el libro (décimas, sonetos, verso libre) Jacinto Craken, organizó el homenaje y fue a su vez reconocida, por Juan Antonio Isla y los allí reunidos, por esa vida entera dedicada a la solidaridad.