Jazz Fest en Mazatlán
el 21 al 24 de febrero se llevó a cabo la tercera edición del Jazz Fest Chilo. Nos invitaron y, por supuesto, fuimos. Desde que salimos rumbo al puerto, las sorpresas nos cayeron en cascada. Algunas resultaron simpáticas, como el aeromozo que nos ofrecía chescos, chelas y charritos a precios módicos; o como la mesera del restaurante con quien tenías que echar volados para ver si te cobraba o no las copas de vino o las cervezas.
Otras fueron realmente patéticas, como el no haber podido entrar al teatro Ángela Peralta para el concierto de Juan Alzate (que traía como invitado de lujo al percusionista cubano Roberto Vizcaíno), pues después de instalar en el vestíbulo una mesa para la venta de mis libros, nadie –nadie– quiso hacerse cargo de lo puesto en el puesto, porque ésa no era su obligación. Nunca me había visto en tal situación (nunca había dado plática alguna en Sinaloa), quise prender un cigarro, pero me acordé que ya no fumo; así que me resigné y me senté a esperar a los futuros compradores que me distanciarían un poco de la pobreza extrema; pero nadie –nadie– compró un solo libro.
De vez en vez me asomaba a la sala para escuchar con más fidelidad a la Banda de Jazz del CMA (Centro Municipal de las Artes), sólo para ratificar que igual desafinaban, se les oyera desde adentro o desde afuera, y que sólo en contadas ocasiones cobraban forma los esquemas; no obstante, la bondad del público les ovacionaba, una tras otra, las rolas de Santana, Earth, Wind & Fire y Glenn Miller. Cuando terminaron su set, desde mi puesto estratégico, pude ver cómo un centenar (+ó-) de personas abandonaba el teatro.
Para entonces, ya me habían llevado a la mesa discos de Juan Alzate y playeras del festival. Eso se había convertido en un arsenal que no podía descuidar y mis fugaces escapes a la sala tuvieron que cancelarse. Casi al final, el saxofonista Guillermo Morales se apiadó de mí y me suplió en la no-venta para que yo entrara al final del concierto; el quinteto de Alzate se había convertido en septeto con la inclusión de Vizcaíno en un delirante set de percusiones y su hijo en unas frenéticas tarolas. Cuando estábamos cenando y platicando del sur y del ser, Juan me compró un libro y yo le entregué el importe de los cuatro discos que había vendido.
Para el viernes se suspendió la presentación del libro Crónicas del Minton PLayhouse y me fui a caminar por el malecón, por donde circulaban carros militares de tres en tres. Los conciertos nocturnos en el jardín de la Casa García, resultaron un agasajo. Desde Xalapa llegó Nuages, cuarteto dirigido por el célebre saxofonista Raúl Gutiérrez, quien después de salir de su natal Chile, fue a radicar a Barcelona, a Cuba y ahora, para nuestra fortuna, a la capital veracruzana. Entre su ilimitada oferta musical, Roberto ha montado ahora todo un set de jazz manouche, de aquel jazz gitano que propusieran Django Reinhardt y Stéphane Grappelli desde la primera mitad del siglo XX; y aunque en Mazatlán no hubo violinista, Nuages alcanzó niveles de excelencia. Dos mexicanos: Carlos Zambrano (bajo) y Alejandro Cantú (guitarra), un alemán: Frank Forke (guitarra y voz), quien nos apantalló textualmente con sus registros de barítono, y los alientos de Raúl.
Enseguida apareció Malamecha, sexteto mazatleco dirigido por el sax tenor de Guillermo Morales. Su oficio musical se evidenció desde los primeros compases, y aunque de repente al baterista se le caían los beats y las atmósferas, el conjunto se desplazó con autoridad y buen estilo entre los estándares del jazz tradicional. El buen tono, la pulcritud y la afinación de Adán Amezcua en la trompeta desataron ovaciones del público, que en más de la mitad estaba conformado por gringos y canadienses de amplia sonrisa.
El sábado, después de la presentación del libro Subversión de los hechos, llegó lo mejor del festival: un concierto a piano solo de Héctor Infanzón. El maestro, en plena maduez artística, está tocando mejor que nunca. Su asombrosa técnica instrumental nos dejó sin aliento al momento de interpretar Opus half, una intrincada y difícil pieza para sala de conciertos que Benny Goodman (compositor) tocó junto a Lionel Hampton hace 80 años (junto a otros temas igual de impactantes, como I got a heartful of Music). Aunque el clímax, el orgasmo colectivo que hizo estallar el teatro y reducirlo a cenizas, apareció cuando Héctor mostró su mano izquierda para interpretar el cuarto de los seis Moments musicaux, de Seguéi Rajmáninov. Antes, claro, ya había mostrado su virtuosismo con Rincón brujo y No porque me acuerdo, un huapango y un danzón del siglo XXII. Salud.