Entre por la cocina
, dijo cuando arribó al SNTE; hoy rectifica: por el escusado
No la detienen por hacer justicia, sino por intentar frenar una reforma
, dice un colaborador
Miércoles 27 de febrero de 2013, p. 4
Llegué y entré por la cocina
, decía Elba Esther Gordillo cuando hablaba de su arribo a la secretaría general del sindicato magisterial, por órdenes de Carlos Salinas de Gortari, de la mano de Manuel Camacho y al precio de reventar a su jefe Carlos Jonguitud.
A pesar de su accidentado arribo, el lugar le gustó. Desde su cargo, vio salir a Salinas del poder; se arregló con Ernesto Zedillo, aunque se malquerían; vivió encendidos romances políticos con Vicente Fox y Felipe Calderón, y se entendió –al menos eso parecía– con el presidente que trajo de regreso al PRI.
Estoy donde quería estar
, dice Elba Esther en 1989, recién estrenada en el cargo, mientras jura que no buscará emular a su mentor y pareja; que ella habrá de irse a tiempo; que los 17 años de Jonguitud en el poder fueron demasiados. Ella no sería vitalicia.
–¿Y después, qué va a hacer? –se le preguntaba.
-Después… sueño con hacer cosas para Elba.
Pero en lugar de hacer cosas para Elba
–le encanta referirse a sí misma como si hablase de otra persona–, Gordillo mira desfilar a 11 secretarios de Educación desde el palco de honor del poder. Con unos se confronta abierta y veladamente, con otros va del amor al odio y a algunos más simplemente les da órdenes.
Mientras asiste al desfile, la profesora Gordillo se percata de que su sindicato (la niña de mis ojos
, le dice) es demasiado chico para sus sueños.
Primero amarra el control del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Se va sin irse, y vuelve cuando quiere, hasta que se hace inventar el cargo de presidenta
y se hace elegir por el tiempo que sea necesario
.
Otro tren corre en paralelo: Elba Esther Gordillo hace favores, financia carreras, se dedica –pese a sus épocas de precaria salud– a hacer política a lo grande
. Hacia el final del sexenio de Zedillo apoya con una mano al candidato de su partido, Francisco Labastida, y con la otra ayuda a Vicente Fox.
En el sexenio de la alternancia, la profesora Gordillo se vuelve íntima de la pareja presidencial –su amigo Jorge G. Castañeda se encarga del acercamiento– y consolida su poder: no es más la dirigente del SNTE, sino la cabeza de un consorcio político-empresarial que reparte importantes cargos públicos, que coloca piezas en todos los partidos, que suma gobernadores a su causa.
Así, se convierte en líder del grupo del PRI en la Cámara de Diputados y le garantiza a Fox la aprobación en paquete de las ya entonces llamadas reformas estructurales
.
El cálculo político de Roberto Madrazo lo lleva a oponerse a las reformas que Fox y su segunda han pactado. Elba Esther es destituida cuando la mayoría de los diputados priístas rechazan gravar con el IVA alimentos y medicinas (qué bueno que quienes no querían las reformas ahora sí las quieren
, decía hace unas semanas un cercano colaborador de la dirigente).
Piense usted en lo que va a decir su epitafio
, se despide de Emilio Chuayffet, quien ha de sustituirla.
Ignorante
, le dice el SNTE a Chuayffet apenas hace unos días, en la vuelta de tuerca de los mismos personajes.
Sigue lo sabido. Elba Esther lanza una campaña contra Roberto Madrazo: la famosa fórmula ¿Tú le crees a Madrazo? Yo tampoco
, que va mucho más allá de la publicidad. En 2005, el enfrentamiento llega a las ondas de la radio: Eres como una serpiente, que falsea, seduce y enamora con los ojos
, le dice la maestra a Madrazo en un programa en vivo.
Un año más tarde, la maestra coquetea con Andrés Manuel López Obrador, quien la rechaza, y termina pactando con Felipe Calderón, gracias a lo cual obtiene para los suyos importantes cargos en la administración federal.
Para no ir más lejos, su yerno, Fernando González Sánchez, es colocado al frente de la Subsecretaría de Educación Básica, puesto clave del sector.
Del vocho a la opulencia
No es la primera vez que Gordillo pisa los terrenos de la justicia. En diciembre de 1967 va a dar a la estación policiaca de las calles de Topacio, involucrada en un accidente en el que muere un trabajador de las obras del Metro. Del penoso incidente es rescatada por su paisano Edgar Robledo Santiago. Años más tarde, ella paga el favor: le consigue una plaza al joven Eduardo Robledo, a la postre gobernador de Chiapas y luego dueño de una empresa consultora que consigue contratos gracias a la profesora.
Elba Esther Gordillo es, a principios de los años setenta, una modesta profesora de banquillo en Ciudad Nezahualcóyotl. Maneja un vocho que debe vender por apuros económicos. De Neza se muda a la colonia Ex Hipódromo de Peralvillo. Un departamento modesto, con los focos pelones
, recordaba el profesor Armando Vázquez, quien la conoce en esos años.
Su suerte comienza a cambiar cuando, montada en su carrito y acompañada de una amiga, intercepta a Carlos Jonguitud y él las invita a un bar. El potosino todavía no es el todopoderoso profesor y licenciado
, pero está a punto de serlo.
A partir de entonces, Gordillo escala todos los cargos posibles en el sindicato y el partido (PRI), pero su mentor nunca la deja llegar al máximo cargo sindical. A las mujeres, ni todo el amor ni todo el poder
, suele decir Jonguitud.
Apenas pasado el quinazo, en 1989, Carlos Salinas decide deshacerse de Jonguitud. Se barajan nombres para sustituirlo. Elba Esther cuenta con el respaldo de Manuel Camacho y con la venia de Luis Donaldo Colosio.
Durante unos tres años, alimenta el espejismo de que ha llegado al SNTE para democratizarlo y terminar con la era de los dirigentes vitalicios. Pero una vez afianzado su poder, la pluralidad y el respeto a la disidencia pasan a mejor vida.
Desde entonces, una y otra vez, diversos grupos –muchas veces echados a andar desde el poder presidencial, como bajo Zedillo– intentan sacarla del SNTE. A todos y cada uno los va derrotando en distintos frentes.
Apenas en octubre pasado, Gordillo refrenda su indiscutible liderazgo en el SNTE. Por vez primera desde que arribó al poder, en el congreso del sindicato no hubo un representante del gobierno federal.
Una imagen dibuja lo sucedido en la Riviera Maya: sentados en un rincón, Rafael Ochoa, José Luis Andrade Ibarra y otros ex secretarios generales del sindicato se miraban entre sí, solos y abandonados, mientras la fila para tomarse la foto con la maestra avanzaba pesadamente.
A Jonguitud lo encumbró Luis Echeverría y lo tumbó Carlos Salinas, quien encumbró a Elba Esther para que la derribara Enrique Peña Nieto. El nuevo PRI ajusta cuentas a la manera del viejo PRI.
Poco antes de las elecciones de 2012 –y pese al fin de su alianza electoral–, la cúpula del SNTE recibe a Peña Nieto, quien ofrece a los profesores un nuevo modelo educativo que no puede ser ajeno a ustedes, tiene que ser con ustedes
. Pero sin su líder, le falta decir.
De la cocina al escusado
En años recientes la profesora opta por las entrevistas a modo. Pero muchas veces le gana su inveterada imprudencia y sus asesores se dan de topes cuando la oyen desbocarse. La última entrevista, a la conductora Adela Micha, no es la excepción. Reparte culpas, hace la lista de sus enemigos y no logra fijar una postura coherente acerca de la reforma educativa. Eso sí, ofrece: El sindicato es el sindicato y si hacer valer el peso del sindicato hace que me atropellen a mí, que lo represento, adelante, es lo que me toca
.
¿Sabía Elba Esther que se acercaba su fin? No si nos atenemos a las expresiones de su último comunicado, en el cual calificó de ignorante
a Chuayffet.
Sí, si se piensa en que ya no habla de la cocina
para referirse a su llegada al máximo cargo del SNTE: Llegué por el escusado
, dice ahora.
La noche de la caída de Elba Esther es de rumores, versiones encontradas y hechos inexplicables. Se anuncia y suspende una conferencia de la Secretaría de Gobernación; Miguel Ángel Osorio Chong cabildea con los gobernadores; el SNTE sostiene la reunión de su consejo nacional, programada para hoy miércoles.
Uno de sus cercanos alcanza a enviar este mensaje: No la detienen por hacer justicia, sino por intentar frenar una reforma
.
Tal vez, pero, en su ocaso, ¿quién le va a creer a Elba Esther?