no dan treguaa la población: especialista
Lunes 25 de marzo de 2013, p. 3
Paco tiene cinco años, pero parece de tres. Es delgado y bajo de estatura. Luego de tres años gravemente enfermo, apenas hace unas semanas su cuerpo comienza a sanar: empezó a comer, correr y jugar. Por una temporada no visitará el hospital, aunque deberá tomar un fuerte tratamiento medicinal que le fue prescrito para su padecimiento renal, uno de los más frecuentes en esta zona y que expertos atribuyen a la contaminación.
Ubicada en la colonia Huizachera, la zona más popular de El Salto, entre el canal El Ahogado y el basurero Los Laureles, su vivienda es de apenas tres cuartos, oscura y con escasos muebles. La calle, como todas aquí, es una suma de casas de paredes grises con el suelo de tierra; cualquier viento ligero levanta una enorme polvareda y con ella arrastra la peste que proviene del canal, cuyas aguas contienen desde flujos residuales, industriales y basura hasta animales muertos.
Paco tiene dos hermanos, Carlos y Lilia, quienes a la salida de la escuela diariamente pasan al lado del canal. A la fetidez que deben tolerar se suma otra calamidad: han sido testigos de asaltos y secuestros. Ya en su vivienda comen apenas una sopa y en ocasiones se alimentan de los duros
(frituras) que vende su madre.
Aunque Carlos no tiene una enfermedad grave como la de Paco, sufre de problemas en la piel: unos enormes granos, aún no atendidos por el médico, le cubren los brazos.
El Salto y Juanacatlán son las zonas más contaminadas de esta región por la que pasa el río Santiago, y desde hace al menos cinco años la doctora Ruth de Celis, experta del Instituto de Investigaciones del Cáncer, Biosmédicas, comenzó a estudiar las causas del incremento de enfermedades crónico degenerativas. También se trata de municipios donde una de cada dos personas está en pobreza.
La gente no tiene dinero para vivir adecuadamente, ni cultura alimenticia. Las madres se van a trabajar desde la mañana y llegan en la noche, mientras los niños para alimentarse compran papas y refrescos; es una población que vive en pobreza, con malos hábitos y en un sitio contaminado
, señala De Celis. Hay generaciones de jóvenes que no sólo han crecido con la pestilencia y las aguas negras a su alrededor; al vivir tan cerca del basurero padecen de la contaminación de tierra, agua y aire.
El agua está mezclada con compuestos industriales, pesticidas, colorantes y se han encontrado metales pesados; el aire se infecta con esto y cuando hace calor y viento se forman aerosoles que la gente respira, explica la especialista.
No suele asociarse al medio ambiente como generador de enfermedades, pero se han detectado padecimientos para los que no hay otra explicación. Hay enfermos de diabetes mellitus tipo 2 sin antecedentes en su familia y sin problemas de obesidad, o están los casos de cirrosis en personas que no son alcohólicas, y hay niños que desde que nacen están enfermos de algo.
Una respuesta a esto, explica en entrevista, es que se ha detectado en el agua del río la presencia de arsénico, el cual puede dañar el páncreas y con esto provocar diabetes; afecta el sistema nervioso central. En la piel y el hígado puede ocasionar cáncer o cirrosis, y se asocia con ciertos padecimientos renales.
También se ha observado que la gente afectada por contaminación es más violenta. Reconoce que es difícil hacer un diagnóstico epidemiológico de la zona, porque las bases de datos del IMSS, Issste y centros de salud son diferentes, por lo que su equipo de investigación optó por elaborar su propia información.
Entre pobladores de estos municipios que colindan con Guadalajara son comunes los comentarios acerca de conocidos o vecinos que están enfermos de cáncer, insuficiencia renal y diabetes, o que ya murieron a causa de esos padecimientos. Cuando se les pregunta si conocen enfermos, empiezan a mencionar nombres. Hay estadísticas del Comité Ciudadano de Defensa Ambiental de El Salto que refieren mil 364 personas con estos problemas de salud, y la muerte de 316 en cinco años.
Acostumbrados a la contaminación
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) de 2010, este municipio de alrededor de 138 mil habitantes cuenta con 51 médicos y enfermeras que deben atender 5 mil 761 consultas al año.
El 43.8 por ciento de los pobladores vive en pobreza y 7.5 por ciento en pobreza extrema, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). La carencia social más severa es la seguridad social, de la cual sufre 47 por ciento de la población, y hay 29.9 por ciento sin acceso suficiente a la alimentación.
En tanto, Juanacatlán, ubicado al lado de El Salto, contaba el mismo año con 13 mil 218 habitantes, de los cuales 8 mil 745 tenían acceso a servicios de salud; el personal médico, de apenas cinco personas, dio mil 155 consultas en un año. El 33.8 por ciento de su población está en pobreza, y 4.3 por ciento vive en pobreza extrema. Hasta hace tres años, 32 por ciento no tenía servicios de salud y 43 por ciento carecía de seguridad social, mientras 24 por ciento no tenía acceso suficiente a la alimentación.
En medio de estas carencias, los pobladores deben enfrentar una contaminación persistente. Sólo la gente mayor de 40 años recuerda que en el río había peces y que nadaron en él. Desde hace al menos tres décadas empezaron a convivir con la hediondez que se desprende de los cuerpos de agua. La peor temporada es la de lluvias, pues hay ocasiones en que el agua del canal se desborda y puede llegar hasta las casas, o bien deben caminar entre las calles inundadas, relata Osvaldo, de 14 años.
Sabe de oídas que el río alguna vez fue limpio; ahora percibe la peste y recuerda el caso del niño Miguel Ángel López, que en La Azucena, a unos minutos de aquí, hace cinco años murió porque cayó al río y bebió agua de él.
Osvaldo es uno de los 15 menores que participan en el proyecto El tesoro que hemos perdido, promovido por el Instituto Mexicano para el Desarrollo Comunitario (Imdec), con el que armaron una exposición de fotografías que llevaron a Alemania, en la que plasmaron su percepción del entorno: contaminación, basura, inseguridad y pobreza.
De esto también se queja un grupo de mujeres que se reúne en el templo del Perpetuo Socorro, un predio terroso, en medio del cual hay una especie de carpa, con imágenes religiosas al centro y sillas apiladas. Utilizan una parte del terreno para cultivar hortalizas. Ezequiel, agricultor, les enseña a sembrar. En los minutos de descanso, toman yogur y comen fruta, su primer alimento del día; para algunas, será el único.
El silencio que se levanta alrededor de las seis mujeres reunidas se rompe con las historias que relatan de su día a día, en las que la peste del río y la contaminación están presentes. Al amanecer despiertan por los fuertes olores, les duele la cabeza; el agua potable es escasa. Y a esto se suma que en el corredor industrial de El Salto ya no encuentran trabajo; las ladrilleras, que fueron una fuente importante de empleo, han ido desapareciendo porque la escasez de agua ha acabado con los lodos, materia prima de esta actividad, y ellas tienen familiares o conocidos enfermos.
Rafaela, la madre de Paco, viste una playera amarilla y un short negro largo. Relata que desde que el niño estaba en la guardería le detectaron un problema renal. El diagnóstico fue síndrome nefrótico, que le provoca hinchazón en los ojos, hipertensión y colesterol elevado. En los pasados tres años su salud ha sido delicada, aunque en las semanas recientes se le empezó a suministrar un nuevo tratamiento y su estado ha mejorado. Pero para la madre, que está de pie y acaricia la cabeza del niño, la angustia no cesa: su esposo se quedó sin trabajo y con ello está en riesgo la atención médica que les brinda el Seguro Social.
La medicina que ha hecho que Paco lleve una vida normal cuesta 24 mil pesos al mes. Rafaela sabe que sin el IMSS no la podrá obtener. Se pregunta cuánto tiempo más verá a su hijo correr y jugar.