Opinión
Ver día anteriorSábado 30 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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H

ace unos meses, en la prestigiada revista estadunidense Newsweek, leí un artículo sobre el caso de un videoclip que, como dicen en el argot del ciberespacio, se había vuelto viral en cuestión de unas cuantas semanas.

Después de dar la información, el autor del artículo procedía a hablar de las bondades, las virtudes musicales y el impacto artístico del mencionado video, lo que me hizo suponer que, de pronto, algo medianamente interesante había surgido en el mundo del pop.

Fui rápidamente a YouTube para cerciorarme, y encontré el video de la canción Call me maybe, cantada por una tal Carly Rae Jepsen. Debí haberlo imaginado: una cantante común y corriente, cantando con una chillona voz común y corriente una canción peor que común y peor que corriente, acompañada por unas imágenes anodinas y sin el menor atractivo, en las que destacan los pectorales y abdominales del galán cuya llamada espera ansiosamente la cantante.

De esto hace ya al menos seis o siete meses, y hasta la fecha, durante el ineludible proceso de zapping radiofónico que debo practicar a diario para eludir la cantidad inverosímil de basura auditiva que circula por ahí, me encuentro muy frecuentemente con la insulsa canción, que es repetida hasta el hartazgo, mañana, tarde, moda y noche, en nuestras frecuencias de radio.

Más recientemente, escuché a alguien mencionar que otro alguien era un muy buen imitador del Gangnam Style. Ante mi cara de What?, el primer alguien me dio los datos básicos sobre el cantante surcoreano PSY y el video de su canción así titulada, que también se había vuelto viral en la red. Curioso y disciplinado, a la voz de que no me digan, que no me cuenten, procedí a revisarlo también para no quedarme con la duda. Se trata de una especie de rap posmoderno, en el que no hay ni un compás de algo que pueda llamarse música y cuya letra (si he de fiarme de las traducciones que he revisado en la red) es de una estupidez insondable. Para muestra, el hecho de que el estribillo de este bodrio es la genial frase Oh, sexy lady, repetida hasta la saciedad.

El video mismo acumula una serie de imágenes inconexas, absolutamente prescindibles, realizadas y armadas al aventón, ancladas por algunas escenas en las que el tal PSY ejecuta un tonto bailecito que al parecer a las masas les ha parecido genial. Huelga decir que el bailecito del Gangnam Style ya se imita profusamente en los programas estelares de entretenimiento de los canales de Televisa y Tv Azteca. Por lo demás, el video abunda en una muy poco sutil iconografía sexista y machista, con mucha piel, mucha pierna y diversos acercamientos a variadas nalgas, por supuesto femeninas.

A estas alturas, ya no me sorprende que además de su inverosímil éxito comercial, Gangnam Style haya recibido un buen número de premios de la industria, y haya sido objeto de toda clase de sesudos análisis en prestigiosos foros e instituciones, por parte de intachables intelectuales de todo tipo. Sin ir más lejos: el inútil de Ban-Ki Moon, secretario general de la Organizción de las Naciones Unidas y paisano de PSY, ya bailó públicamente el Gangnam Style, al tiempo que decía no sé qué tonterías respecto de que el rapero y su genial creación colaboraban a la promoción de valores como el entendimiento mutuo.

En días recientes, motivos laborales me llevaron a revisar en YouTube una hermosa versión del soberbio motete Omnes gentes, a 16 voces, de Giovanni Gabrieli. Incluyendo la mía, llevaba 8,522 visitas. Por razones análogas, vi en el Tubo una versión grabada en vivo de la notable Noche transfigurada de Arnold Schoenberg, que había recibido tantas como 401 visitas. Los números que dan título a esta nota (¿diatriba, queja, protesta?) indican que la insulsa canción de la insulsa Carly Rae Jepsen ha sido visitada más de 433 millones de veces, y que el bailecito de Gangnam Style y su Sexy Lady han sido vistos más de mil 400 millones de veces… hasta el jueves 28 de marzo, y contando.

No deja de sorprenderme (y mortificarme) el poder gigantesco de la combinación de idiotez, sordera, contagio cibernético, boca a boca ocioso y payola para contribuir a la depauperación musical, cultural y espiritual de los tiempos que corren.