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Mario Lavista, compositor y oficiante de la docencia, celebra sus siete décadas

El cómo enfrentar la página en blanco no cambia con la edad

El problema es escribir lo que se imagina para después escucharlo más o menos como uno lo pensó, señala

Acabo de terminar una obra para piano, que es mi instrumento, dedicada a la pintura de Joy Laville, comparte

La interpretación es uno de los grandes problemas de hoy

Foto
Mario Lavista, en su casa, durante la entrevista con La JornadaFoto Juan Arturo Brennan
Especial
Periódico La Jornada
Martes 2 de abril de 2013, p. 4

El Viernes Santo de 2013 tengo un largamente planeado encuentro con el compositor Mario Lavista, con motivo de señalar sus 70 años, que se cumplen el miércoles 3 de abril.

Ese día de guardar nos invita a un poco de expiación y a un rosario. Para lo primero, le ofrezco un chivo expiatorio, que soy yo mismo, y el rosario es de carambola, en el único billar que encontramos abierto en la ciudad.

Después de un encarnizado y reñido juego y una sencilla pero sustanciosa comida en su casa en compañía de Ema (su perra), entablamos un diálogo que, dada la elocuencia de Mario, requiere de mínima participación mía.

La prueba del tiempo

–¿Alguna reflexión general sobre llegar al cumpleaños número 70?

–En primer lugar, me disgusta muchísimo cumplir 70 años y, además, que se celebre el hecho. Y me disgusta muchísimo porque al llegar a cierta edad uno se da cuenta de que hay menos años por delante y eso me parece francamente de muy mal gusto, porque yo no quisiera morirme. No quisiera dejar de ver a mis amigos, a mi hija, a mi nieta.

“Por otro lado, existe esta idea, que es un poco un lugar común, que con la edad uno adquiere cierta madurez, en muchos sentidos: en lo personal, en lo profesional, en la vida artística.

“En lo personal, nunca he compartido esa idea. A mí, a mis 70 años, me da la misma preocupación el enfrentarme como compositor a la página en blanco, de eso mismo de lo que hablan los escritores: enfrentarte a una página en blanco y a partir de ahí comenzar a inventar. Esto yo lo he tenido toda mi vida, y no se ha mejorado ni se va a mejorar con la edad; siempre hay esa incertidumbre, esa inseguridad de estar ante esa página en blanco e intentar llenarla con música… y probablemente ya no poder hacerlo.”

–Ese pasmo creativo ante la página en blanco, ¿ha cambiado con la edad?

–Hoy, lo único que tengo es, quizás, un mejor conocimiento de mi propio oficio. Pero eso es algo natural, es algo que sucede cuando durante mucho tiempo te dedicas a ese oficio, y naturalmente adquieres un conocimiento más profundo de tu propia disciplina. Pero ese conocimiento pertenece al orden de la técnica, y a pesar de ese conocimiento, el otro espacio en el que llevas a cabo tu actividad es el creativo, compositivo, en el que de lo que se trata es de imaginar algo que no existe.

“La edad ayuda mucho para ese imaginar, gracias a la mayor técnica y el mayor oficio, pero el problema de base es el mismo: escribir lo que se imagina para que después se oiga más o menos como uno lo había imaginado, y no llevarse las sorpresas desagradables de que lo que se imaginó y lo que se escucha no tienen nada que ver.

“Otra cosa que me sucede a esta edad es que me doy cuenta después de muchos años que hay ciertas obras mías que afortunadamente han encontrado el favor de muchos intérpretes, y están pasando la prueba que para mí es fundamental: la del tiempo. Es evidente que el tiempo puede acabar con algunas obras, mientras hay otras que pueden superar la prueba. Pienso por ejemplo en uno de mis cuartetos de cuerdas, Reflejos de la noche, que lleva tocándose 30 años, que se ha grabado aquí y allá, una obra que ha encontrado una vida propia independientemente de mí.

“Otra de mis obras que se ha tocado muchísimo es Marsias, para oboe y copas de cristal. Por alguna extraña razón, a los oboístas les ha encantado esta obra y el hecho de que estén acompañados por copas de cristal. Y una obra que curiosamente tiene muy buena aceptación, es Ofrenda, para flauta dulce que, obviamente, se dio a conocer gracias a Horacio Franco.

Pero en Holanda, que es un país con una enorme tradición de flauta dulce, casi forma parte del estudio académico del instrumento, lo que me da mucho gusto, porque es lo único que puede garantizar que la obra perdure. Si no hay intérpretes, la obra se muere, por lo cual es fundamental (y a la vez una gran fortuna) que una obra encuentre a sus intérpretes y que ellos la hagan suya, que la den a conocer, y que la obra adquiera una vida propia.

–¿Qué ha dibujado recientemente en la página pautada en blanco?

–Acabo de terminar una obra para piano, que es un género que he frecuentado muy poco, a pesar de que el piano es mi instrumento. Es una obra que he dedicado a la pintura de Joy Laville, quien al paso de los años se ha convertido en una gran amiga de familia y a quien he frecuentado muchísimo.

“La pianista Ana Cervantes tiene un proyecto de rendir homenaje a algunas grandes artistas extranjeras que han hecho su carrera en México. Cuando Ana me lo propuso, le dije que me encantaría hacer una obra para Joy. Ya la terminé y el título lo tomé de Jorge Ibargüengoitia, quien fue su esposo: se llama Mujer pintando en cuarto azul, que es una semblanza maravillosa de Joy y su trabajo. Es una obra que trata de reflejar lo que percibo, lo que siento, al admirar su pintura. Por lo demás, lo único que tengo pendiente es un generoso encargo de Juan Trigos, quien me dijo que quería celebrar mis 70 años estrenando una obra mía con la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato.

“Además de este estreno, va a tocar mi obra Ficciones. Tengo ya algunos bosquejos… y algo de tiempo para terminar la obra.”

–¿Tiene planes para otras celebraciones?

–Con toda sinceridad, creo que la mayor celebración que voy a tener este año se la voy a deber a mis alumnos, quienes además de serlo, se han convertido en mis amigos.

“Ana Lara tuvo la iniciativa de convocar a algunos de mis ex alumnos, entre ellos Hebert Vázquez, Gabriela Ortiz, Armando Luna, Luis Jaime Cortez, y les propuso a cada uno componer una breve obra de cámara dedicada a mí, a estrenarse en septiembre en la sala Carlos Chávez en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Todos aceptaron con mucho gusto participar. Este es para mí el gran homenaje por mis 70 años, porque se trata de mis ex alumnos, quienes además de amigos, ahora son mis colegas. Esto es lo mejor que me puede ocurrir, como compositor y como maestro.

Situación crítica de la educación

Con evidente orgullo y satisfacción, Mario Lavista comenta que ha dedicado más de la mitad de su vida a la enseñanza, motivado en buena medida por un sentido de responsabilidad social.

Habiendo estudiado en el Taller de Composición de Carlos Chávez, gracias a una beca del Estado (entre otras que recibió a lo largo de su preparación), el compositor está convencido de que una de las mejores maneras de retribuir ese don a la sociedad es mediante el ejercicio de la docencia.

“Eso me parece fundamental, sobre todo pensando en que una de las situaciones más críticas que hay en México es la de la educación. Por ello, desde muy joven decidí que iba a dar clases, aunque debo decir que en un principio mi decisión fue motivada por razones económicas, porque como es evidente, nunca he vivido de la composición.

“Es un hecho, sin embargo, que uno de mis lugares predilectos es el salón de clases, que es como mi casa. Llevo alrededor de 40 años de dar clases a numerosas generaciones de alumnos. Hace años dejé de dar clases de composición, y desde hace tiempo estoy dando un curso sobre técnica y lenguaje musicales del siglo XX y, claro, ahora también del siglo XXI. Esto es algo que lamentablemente no forma parte del currículum de nuestras escuelas superiores de música.

Me enorgullezco, más que de las clases que he dado, de los alumnos que he tenido, de la satisfacción que representa tener alumnos talentosos y trabajadores; pienso en Javier Álvarez, en Gabriela Ortiz, en Ana Lara, en Armando Luna.

Este compositor, maestro, editor, promotor y fino billarista a quien se le dan con particular facilidad el efecto contrario, las tablas y las dobles vueltas, tiene entre manos también (¡desde hace 31 años!) la dirección de la revista Pauta, referente en nuestro medio de la historia de la música a lo largo de esas tres décadas de existencia, contra mucho viento y muchas mareas.

Y Mario Lavista completa el perfil de su labor musical con sus siempre interesantes conciertos platicados (o conferencias con música), que son la médula de su trabajo como miembro de El Colegio Nacional, además de la publicación de sus diversos textos sobre música. Respecto de esos conciertos, dice:

–Desde que entré a El Colegio Nacional he tratado de organizar conciertos (básicamente de música contemporánea) con dos finalidades. Una, dar a conocer la música de nuestros días; y otra, igualmente importante para mí, dar a conocer a los grandes intérpretes que tenemos en México, que son contemporáneos de su música.

Pienso en el Cuarteto Latinoamericano, el Quinteto de Alientos de la Ciudad de México, Tambuco y tantos otros. Y trato de que la música de esos conciertos sea interpretada siempre con el máximo nivel de excelencia, para que no haya confusión posible entre lo que es la obra y lo que es la interpretación, que es uno de los grandes problemas de la música de hoy.

Cita para 2023

Terminado el grato encuentro, dejo la casa de Mario Lavista al caer el crepúsculo de Viernes Santo, nublado y desapacible como casi siempre.

Antes de la despedida, pactamos formalmente un encuentro para finales de marzo de 2023, octogenaria efeméride en la que le preguntaré cómo va su relación con el papel pautado en blanco. Pero en virtud de que el marcador en el rosario de carambola fue Lavista 50-Brennan 49 (por si el lector quería saberlo), habremos de vernos mucho antes que eso. Porque habrá revancha, oh, sí.