azones habrá tenido el presidente Enrique Peña Nieto para lanzar desde Roma, urbi et orbi, durante su visita al Vaticano, singulares comentarios sobre la seguridad pública. Expresó dos cosas fundamentales: que en un año sería razonable hacer un balance y que éste sería positivo y que sería gracias a la estrategia que se está aplicando.
Somos muchos los que deseamos compartir su optimismo, y haciéndolo habría que apostar a que algo bueno empezara a apuntar en un año, pero que una evolución significativa, si todo marcha, sólo sería de esperarse en mucho tiempo más. Respecto de lo que el Presidente llamó estrategia habría ciertas dudas. Él y sus colaboradores solamente se han referido reiteradamente a la división del territorio nacional en cinco regiones, en las que se llevarían a cabo operaciones ad hoc con la naturaleza del área.
Y con muchas ganas de fortalecer una idea de estrategia, se observa que nada más se ha enunciado que se identifique con ese propósito. Sí han emergido rasgos suficientes para pensar que, lejos de integralidad, característica central de una estrategia, se advierten una serie de omisiones, decisiones o hechos aislados y hasta de confrontaciones muy lamentables en su equipo responsable del tema.
La insuficiencia de la concepción gubernamental de una estrategia surge a la menor reflexión, la que inmediatamente acusa una falta de coincidencia con el entender general sobre la materia. Una concepción tradicional de estrategia sugiere que:
1. La palabra se emplea para describir actividades que comprenden un amplio horizonte de tiempo; está referida a alcanzar un fin distante, muy significativo, comprometiendo la observancia de principios, estableciendo un objetivo cardinal, metas segmentales, programas y recursos de tiempo y bienes muy amplios y de manera esencial, modalidades de vigilancia, evaluación y control.
2. Para ser eficaz requiere concentrar la creatividad, los programas, operaciones y medios en un número bastante reducido de fines.
3. Debe contener una urdimbre de decisiones que han de apoyarse unas con otras. Esto sólo lo logra el efecto de integralidad. Hasta el momento nada se ha dicho sobre responsabilidades sectoriales en la planeación de la prevención, educación, salud, agricultura, participación social, cooperación internacional de acuerdo con el Sistema Nacional de Planeación Democrática.
4. Ya que una estrategia encierra un amplio espectro de actividades, sólo es concebible a largo plazo y debe ser de gran alcance. Concebirlo así es un determinante básico de su éxito o fracaso a lo largo del tiempo.
En breve, la palabra está siendo mencionada con gran ligereza cuando es una parte definitoria de todo mecanismo de planeación trascendental. Por ello, expresarla en una sola serie de acciones aisladas referidas a algo tan terrible y arrollador como es la delincuencia organizada, con fuertes matices de vinculación con el narco, el quebranto de la ley, la complicada cohesión y participación social, la salud, la economía o las relaciones internacionales, es difícil y comprometedor.
Es evidente que oponerse al azote que tenemos enfrente demanda de una estrategia. ¡Bravo por la decisión! Pero simultáneamente pronunciarse por ella significa asumir un compromiso complejísimo en su formulación, definición, programación, ejecución, evaluación y control. Decisión que, además de las muestras de entusiasmo, si presumimos de vivir en un medio crecientemente democrático, tendría que ser explícita y no cargar al pueblo la tarea de deducirla.