sta semana se reanudan en Singapur las negociaciones del Acuerdo Transpacífico, un proyecto anunciado por sus promotores como el más grande y ambicioso tratado comercial. Participan 11 países: Australia, Brunei, Canadá, Chile, Estados Unidos, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. Se dice que será un instrumento para el crecimiento, el empleo y la prosperidad. Esa es la promesa, pero la realidad será distinta.
La economía mundial tiene tres décadas de acuerdos comerciales de corte neoliberal que han incluido una fuerte liberalización financiera, tanto en lo interno como en los flujos trans-fronterizos. También han sido acompañados de reglas sobre propiedad industrial, compras del sector público, medidas sanitarias y fitosanitarias, relaciones laborales y la prohibición de requisitos de desempeño sobre las corporaciones internacionales. Esos acuerdos comerciales han redefinido radicalmente la estrategia de desarrollo de cualquier país y la colocan en manos de las transnacionales y del ‘libre mercado’.
¿Cuál ha sido el resultado? Una economía mundial semi-estancada, altos niveles de desempleo, deterioro ambiental acelerado y la peor crisis en 80 años. Alguien podría pensar que con estos ‘logros’ se habría frenado el afán de negociar nuevos acuerdos comerciales. Pero es exactamente al revés. Las corporaciones trasnacionales necesitan abrir espacios de rentabilidad, aunque sea en detrimento de las reglas de ética social y de salud ambiental. Y como esas empresas trasnacionales se han adueñado del ámbito regulatorio, sus amanuenses en la burocracia se esmeran inventando nuevos pactos comerciales.
México aceptó ser parte del proceso negociador el año pasado. Al hacerlo tuvo que aceptar dos condiciones dañinas. La primera es que renunció a cualquier pretensión de reabrir negociaciones sobre acuerdos ya adoptados por los países que arrancaron el Acuerdo Transpacífico (ATP). Es decir, aceptó el principio de que lo que ya se acordó debe ser aceptado por un nuevo socio
para ingresar al proceso. La segunda es que tampoco puede solicitar la inclusión de nuevos temas en la agenda del proceso. Así, México entró en las negociaciones como siempre: de rodillas y entregando todo aún antes de comenzar a negociar. Alguien podría pensar que con el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) nuestro país ya entregó todo y no hay nada que perder. Eso es parcialmente incorrecto. Se entregó todo a Estados Unidos y Canadá, no a otros ocho países en Asia y América Latina. El ATP es una nueva amenaza sobre México.
Uno de los rasgos característicos del ATP es que los gobiernos pueden ser demandados por una empresa extranjera cuando ésta sienta que se ha visto afectada en sus ganancias esperadas. Esta parte del ATP está inspirada en el capítulo XI del TLCAN que constituye una amenaza particularmente peligrosa en materia de salud pública, protección al consumidor y medio ambiente. De hecho este instrumento ya fue utilizado por la empresa Metalclad en 1996. Por cierto, Monsanto podría estar recurriendo a esta parte del TLCAN para forzar al gobierno federal a abrir completamente el campo mexicano a sus dañinos maíces transgénicos. ¿Se atreverá el gobierno de Peña Nieto a rechazar con una clara negativa los peligrosos planes de la transnacional o aceptará jugar el rol de subordinado?
El ATP también es un instrumento para presionar a China en el plano monetario. ¿Cómo es que el gigante asiático no forma parte del ATP? La respuesta es que se pretende crear un cinturón comercial que sirva para frenar el auge del yuan chino como moneda de referencia y permita extender la vida útil del dólar estadunidense. Las llamadas guerras de divisas
de hoy se verán exacerbadas por la entrada en vigor del ATP.
Por su parte, Japón apenas va a incorporarse a las negociaciones. Los japoneses están preocupados por la presión para abrir su sector agropecuario y desregular su sistema de salud pública. El 13 de marzo un comité del parlamento japonés envió una carta al primer ministro Shinzo Abe alertando sobre la amenaza del ATP. Su advertencia central: es necesario evitar la humillación y subordinación de México al incorporarse al proceso el año pasado. Y es que a los parlamentarios japoneses no se les escapa el costo que significa aceptar un proyecto de tratado que ya está muy avanzado sin haber participado en las negociaciones. A diferencia de los gobiernos mexicanos, Japón no siente que debe comportarse como satélite de Estados Unidos.
El ATP también podría convertirse en un cordón o bloque militar. En esta región ya existen antecedentes de acuerdos comerciales y estratégicos para frenar el auge económico de una potencia emergente que tenía sus propias pretensiones imperialistas (Japón en los años 1921-1938). El resultado fue la extensión de la segunda guerra mundial en el océano Pacífico. Un mal presagio: Obama acaba de establecer el Pacífico occidental como el centro de operaciones de las fuerzas navales estadunidenses.